𝟎𝟕

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𝐋𝐄𝐘 𝐃𝐄𝐋 𝐇𝐈𝐄𝐋𝐎

Han pasado ya cuatro semanas desde que llegué al Olimpo. Los días se han convertido en una rutina rigurosa desde que los entrenamientos de Artemisa comenzaron. No hubo tiempo de adaptación ni espacio para dudas. Al segundo día, ya estaba enfrentando jornadas duras, entrenando día y noche con todo tipo de armas, desde arcos hasta espadas. Artemisa es implacable, y su intención es clara: hacerme hábil en combate, forjar en mí una guerrera. Mis músculos se han acostumbrado al dolor constante, a las magulladuras, a la fatiga. Y aunque al principio me costó seguir el ritmo, ahora me encuentro más fuerte, más centrada... más decidida.

En medio de todo eso, Joss —ese chico desconocido que finalmente reveló su nombre— se ha convertido en una constante en mi vida. Después de cada entrenamiento, agotada y cubierta de sudor, él siempre está ahí. A veces hablamos sobre el día, otras simplemente nos recostamos uno al lado del otro en el jardín de engranajes, ese lugar peculiar que él me mostró. Hay algo reconfortante en su compañía, en esos silencios compartidos que no necesitan palabras.

Aunque Joss es alguien con quien me siento cómoda, hay algo que no he podido dejar de hacer: evitar a Apolo. Desde aquel encuentro en su templo dorado, he hecho todo lo posible por no cruzarme con él. No sé exactamente cómo, pero siempre he sentido cuando él está cerca, y en esos momentos me desvanezco antes de que me vea. No estoy lista para enfrentar lo que ocurrió entre nosotros, ni para entender lo que significa. Tampoco quiero lidiar con los efectos de su presencia, ese efecto Apolo que me desarma.

Fuera de eso, todo parece estar bien. Artemisa no ha notado nada extraño en mí, o si lo ha hecho, no lo ha mencionado. Mi mente ha estado tan concentrada en el entrenamiento que, por momentos, logro alejar las dudas y los recuerdos de aquella noche.

Me pregunto... ¿Hasta dónde hubiera llevado las cosas con Apolo de no haberlo detenido?

Mis pensamientos se desvanecieron de golpe cuando sentí el duro impacto de mi cuerpo contra el suelo. El dolor recorrió mi espalda, pero no era tan fuerte como la frustración que me invadía. Antes de darme cuenta, Artemisa ya estaba frente a mí, con los brazos cruzados y una mirada que solo reflejaba decepción.

—¿En qué piensas, Lyra? —me reprendió con severidad, su voz como un trueno—. No puedes permitirte perder la concentración, mucho menos en medio de un combate.

Me mordí el labio, sintiendo el calor del rubor subir a mis mejillas. No había excusa válida. Mis pensamientos habían viajado lejos, muy lejos del campo de entrenamiento.

—Lo siento, mi señora —respondí, tratando de no parecer tan derrotada como me sentía—. No volverá a pasar.

Con un suspiro, me levanté y volví a tomar mi posición de batalla. Mis músculos aún dolían por la caída, pero no había tiempo para debilidades. Respiré profundamente, colocando mis pies firmemente en el suelo, las manos alzadas en posición de defensa, listas para el siguiente ataque. Artemisa me observaba con una expresión severa, esperando a que tomara la iniciativa.

No quise darle más tiempo. Lancé el primer ataque, avanzando hacia ella con rapidez. Mis puños cortaron el aire, dirigidos a su torso, pero Artemisa lo esquivó sin esfuerzo, moviéndose con la gracia y agilidad que solo una diosa podía tener. Inmediatamente giré, intentando atacarla por su flanco, lanzando una patada baja hacia su pierna. Pero ella la detuvo, atrapándome en el aire.

—¡Demasiado predecible! —exclamó, tirando de mi pierna y haciendo que perdiera el equilibrio.

Caí al suelo nuevamente, pero me giré rápidamente sobre mi espalda, buscando incorporarme. Artemisa no me dio tregua, lanzándose sobre mí con una serie de golpes precisos. Los bloqueé como pude, sintiendo la fuerza en cada uno de sus movimientos. Trató de derribarme con un golpe directo a mi pecho, pero me lancé hacia un lado, rodando y poniéndome de pie en un rápido movimiento.

𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐋𝐄𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora