El indicio

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Un ave depredadora, con sus ojos afilados como dagas, nunca buscará a una presa sabiendo que es más grande que ella. Prefiere atacar a animales desamparados, cuyas garras pueden atravesar la piel y elevarlos desde el suelo para soltarlos en una caída libre aterradora. Por esta razón, muchas aves depredadoras son seres indomables, reacios a ser sometidos por alguien más débil. Solo ceden ante el soborno de comida y refugio, un acto que incluso doblega a las aves más temidas del reino animal.

Daniel despierta en un vacío penumbroso y blanco, tan frío que cala hasta los huesos. Se incorpora lentamente del suelo donde ha sido despertado, sintiendo un miedo primitivo surgiendo en su pecho. Al levantarse, se encuentra con algo sorprendente ante sus ojos: su mano derecha, que había perdido, vuelve a estar unida a su cuerpo. Una mezcla de asombro y alivio lo embarga al contemplarla detenidamente. Su mente no puede entender lo que ha sucedido frente a él, pero su éxtasis de felicidad se desvanece cuando la mano, como si tuviera voluntad propia, cae de su muñeca al suelo de forma espantosa y comienza a alejarse de él corriendo como si tuviera vida propia. Al notar esto, Daniel le grita a todo pulmón, molesto:

—¡¡¡VUELVE!!!

La mano continúa su marcha obstinada, ignorando los ruegos de su dueño. Daniel corre tras ella, con el corazón latiéndole en la garganta, cada paso resonando en el silencio de aquel extraño lugar. Persigue a su propia extremidad en un acto de desesperación y anhelo por recuperar lo que le pertenece. Corre con todas sus fuerzas, el sudor llena su frente del cansancio que esto lleva, hasta que resbala y cae al suelo en un estruendo digno de una comedia. Desde el suelo, grita a la mano fugitiva:

—Algún día te alcanzaré, ¡Lo juro!, maldita sea, ni siquiera en mis propios sueños puedo tener ambas manos.

Sin percatarse, una sombra colosal se proyecta sobre él, oscureciendo su mundo. La figura, imponente como un titán, revela un hombre adulto de proporciones gigantescas, el cual con lágrimas surcando su rostro se presenta ante él sin decir ni una sola palabra. Daniel, entre el miedo y el desconcierto, le dirige un reconocimiento tembloroso:

—Eres tú de... de nuevo... Yo no te tengo miedo.

Pero en su propiamente se dice:

—¿A quién engaño?, esa cosa me aterra.

Al observar detenidamente, distingue en el rostro del hombre gigante un dolor inmenso. Daniel lo mira, las lágrimas del gigante surcando sus mejillas, hasta que, en un estallido de ira, el gigante grita furiosamente a Daniel y levantando su gigantesca mano lo aplasta con un gesto brutal.

Daniel despierta de golpe en su cama, su corazón latiendo a toda velocidad en su pecho. Sudoroso y agotado, su madre entra en su habitación, preocupada por los gritos de su hijo.

—¿Qué pasó, Daniel? ¿Por qué gritas así a estas horas? Agradece que tu tío salió a llevar a Samuel a clases.

Daniel, apenas logrando controlar su respiración agitada, responde con un hilo de voz:

—Solo... solo fue una pesadilla, pero se sentía tan real...

La madre le pregunta con duda:

—¿De casualidad es la misma que le contaste a Azier? La del hombre gigante y la mano.

Daniel le responde aún agitado:

—Sí, pero esta vez fue diferente en una sola cosa, ¡en el final! Esta vez, el gigante me aplastó, eso jamás me había pasado desde que empecé a soñar eso.

La madre le indica:

—Recuerda anotarlo. Sabes que tienes que hacer un reporte sobre esos sueños para que Azier te dé respuesta a su significado. Ya es hora de que te levantes, igualmente, tienes que volver a clases, tu reposo ya terminó. Será mejor que te prepares. Hoy en la tarde quiero hablar contigo y tu hermana sobre algunas cosas.

El diario de un MÉDIUM #Copa Fénix 2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora