El diario de un MÉDIUM #Copa Fénix 2025

El hombre

Lugar: Plaza Bruzual / Dia 6 de mayo del 2024 / Hora 1:35 pm

El sol abrasador se alzaba implacable en el cielo, golpeando con fuerza sobre la ciudad y sobre Daniel, quien corría desesperado, sintiendo cada rayo como una pesada carga sobre sus hombros. PUM, suena a la distancia; PUM, suena más cerca; PUM, al fin lo vemos. Corriendo con un gran dolor en su alma se encuentra Daniel, cuyas lágrimas brotan de sus ojos, ya casi entrecerrados por la constante humedad que les produce el llanto y el sudor. El calor sofocante lo debilitaba, y con cada paso sentía cómo la impotencia lo iba consumiendo.

En su mente solo resuenan palabras:

— Ya estoy harto de hacerle daño a los demás. Primero fue papá, luego hice llorar a Samuel y, después de todo, la única persona que ha estado para mí, la que pagó mis gastos del hospital, la que me devolvió la mano, la que vendió su casa... a ella la hice llorar. Soy una mierda de persona. Necesito irme de su vida, solo atraigo más problemas.

Poco a poco, su andar se detiene, exhausto de correr. Se coloca las manos en las rodillas mientras inhala y exhala con fuerza, denotando su cansancio. Su aliento caliente y su mente sumergida en ira lo llevan a patear un par de hojas en el suelo, intentando sacar su enojo. Sin darse cuenta, hay personas a su alrededor observando su acto irracional, murmurando en voz baja. Daniel siente sus miradas como si de un sexto sentido se tratara.

Entonces, un hombre lo observa, con una sonrisa burlona y la voz llena de sarcasmo, pregunta al aire:

— ¿Qué le pasará al bebe?

Una mujer a su lado, sin ocultar su diversión, responde con un tono despectivo:

— De seguro se escapó de la guardería

Daniel siente las burlas atravesarlo como un veneno en sus venas. Al alzar la vista, ve a una mujer y un hombre observándolo con una mezcla de extrañeza y cruel diversión. Gira y se encuentra con un policía que lo mira fijo, como un depredador acechando a su presa. Sin decir una palabra, Daniel enfrenta a cada uno con una mirada desafiante, silenciando a los que lo rodean. Las caras de las personas se transforman de una mueca de burla a una de rareza, sus cejas arqueadas y sus sonrisas desvaneciéndose.

Como un animal acorralado, Daniel aprieta los puños y se endereza, decidido a no dejarse intimidar. Sin embargo, la presión de las miradas y los murmullos lo consume. Los ojos de la multitud siguen clavados en él, inquisitivos y condenatorios. Él les devuelve la mirada, fijamente, como si con sus ojos pudiera ordenarles mirar a otro lado. Las expresiones en los rostros de las personas cambian, desconcertadas, algunos se apartan con incomodidad.

Siente que su rabia está a punto de estallar, pero en lugar de rendirse, se obliga a seguir caminando sin rumbo. Con cada paso, su cansancio se vuelve evidente. Su rostro, empapado en sudor, refleja su esfuerzo y su andar se torna pesado. Finalmente, llega a un banco sencillo y se desploma en él, sin un solo pensamiento en su mente. Los segundos pasan, y su resignación se vuelve palpable; poco le importa lo que piensen de él en ese momento. En un acto reflejo, saca algo de su bolsillo izquierdo con impaciencia.

Es un poco de dinero, tan escaso que casi parece miserable; apenas suficiente para un pasaje de transporte público. Y por fin, un pensamiento cruza su mente.

— ¿Qué hago, Dios mío? Ya ni dinero tengo. ¿Qué pensaba hacer al salir corriendo de ella en primer lugar? No tengo a dónde ir y mucho menos dónde estar.

Suspira profundamente y murmura, alzando la vista al cielo como buscando una respuesta divina:

— Ni siquiera puedo pensar con claridad.

Coloca su prótesis derecha frente a él y se dice en voz alta, como si de una especie de súplica se tratara:

— ¿Qué hago? Por favor, dame una respuesta. Papá, por favor, una. No te pido más, solo una respuesta. Te fuiste y lo único que me dejaste fueron problemas. Ni siquiera pudiste darme algo, al menos una cosa con que pensar en ti.