CAPÍTULO 3

26 6 3
                                    

CAPÍTULO 3

Pasaron dos años y mi amistad con Reid no hacía más que fortalecerse. De algún modo, terminamos formando un vínculo mucho más fuerte y visible que cualquier otro. Él era un terremoto que no paraba quieto y yo trataba de impedir que se matase en uno de sus alocados planes. A él le gustaba decir que él era como un golden retriever achuchable y yo como un gato negro arisco. En parte no le faltaba razón.

Sus heridas y su pierna ya estaban más que curadas, pero aún no se recuperaba del miedo y la angustia que había sufrido el día que lo encontré como si le hubiesen proporcionado una buena paliza. Nunca me contó lo que pasó y yo tampoco insistí en el tema. Prefería que hablásemos de ello cuando se sintiese listo.

Le enseñé todo lo que sabía, tanto de teoría como de práctica. Reid tenía una memoria implacable y una energía que no se acababa nunca. Creo que esas dos cosas fueron las que hicieron que el pelirrojo se desenvolviera tan bien en cualquier cosa que le explicaba, ya fuera de inteligencia o de actividad física.

También aprendió a controlar sus transformaciones y a sacarle el máximo provecho posible a su forma lobuna. Se volvió tan experto en la caza como yo y le encantaba corretear por el bosque y dibujar todo lo que veía. Nos pasábamos las noches conversando e imaginando que visitábamos hasta el más recóndito lugar del planeta.

De momento, utilizaba una de las habitaciones de mis antiguas cuidadoras para dormir que remodelamos por completo. Ahora estaba toda repleta de cosas rojas. Las sabanas, las paredes, algunos de sus dibujos, los muebles Miraras a donde miraras, verías algo de su color favorito.

En este mismo instante nos encontrábamos acechando a dos conejillos que, desgraciadamente, se convertirían en nuestra cena. Reid, en su forma lobuna, no les quitaba el ojo de encima mientras estaba oculto conmigo tras unos matorrales para que nuestras presas no nos descubrieran.

Justo cuando los dos animales se quedaron quietos para llenar sus estómagos, el pelirrojo se abalanzó sobre ellos y les clavó sus colmillos y garras. Volvió a mi lado para entregarme a los conejos y lo felicité un tanto orgullosa por la buena cacería que había hecho hoy. Me subí a su lomo y me agarré a su suave pelaje sin ejercer mucha fuerza, para no hacerle daño. En cuanto le di el aviso de que estaba preparada, salió disparado por el bosque corriendo a toda velocidad en dirección a casa.

Me encantaba la sensación de libertad que me embargaba cada vez que el viento me golpeaba con fuerza y echaba mi blanca melena hacia atrás. Reí por la emoción y la adrenalina causada por lo rápido que íbamos. Al cabo de unos diez minutos, ya estábamos en la cocina preparando la cena mientras discutíamos en broma sobre que era mejor: si el chocolate blanco o el chocolate negro.

Desde luego que yo estaba a favor del chocolate negro como la fan número uno de lo amargo. Sin embargo, Reid tenía un gusto penoso y se puso en mi contra. ¿Cómo podía gustarle el chocolate blanco? Para empezar, eso ni siquiera se podía considerar chocolate porque no llevaba ni una sola gota de cacao. Y para seguir, estaba malísimo y muy dulce.

Cuando nuestros platos ya estaban servidos en la mesa, nos sentamos el uno al lado del otro y dejamos nuestra conversación estúpida. Devoramos nuestra cena con la misma ansia de alguien que no comía en semanas y después fregamos los cubiertos, platos y utensilios que usamos.

A pesar de que cada uno tenía su propia habitación, todas las noches terminaba en la suya. Descubrí que le encantaban los cuentos y las leyendas— aunque también le gustaba leer novelas o libros más formales—, así que nos tumbábamos en su cama y le contaba o leía algunas que me parecían interesantes. Siempre dormía en su forma lobuna, así que cuando terminaba de contarle la leyenda o el cuento de esa noche, apoyaba la cabeza en su lomo y contemplábamos las estrellas y la luna a través del gran ventanal de la sala. Cuando Reid se quedaba dormido, lo cubría con las sábanas, apagaba la lamparita de su mesilla que emitía una tenue luz roja y volvía a mi cuarto de puntillas para no despertarlo. Todo este proceso se había vuelto rutina con el paso del tiempo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 22 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El cementerio de los olvidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora