Efecto Domino.

26 4 4
                                    

El planeta Domino fue el sitio de descanso del Gran Dragón, el ser mítico que dio origen a la dimensión mágica y a la magia que ahí residía. El reino que nació tras el evento fue el más poderoso y justo, poseedor de una belleza natural sin igual y unos súbditos fieles con vidas pacíficas y prósperas que se quedaron congeladas en el tiempo 17 años atrás, cuando las brujas ancestrales atacaron y convirtieron ese mundo en un páramo gélido. El cataclismo provocó que los monarcas desaparecieran, junto con todo rastro de vida.

Hasta la aparición de Damian y Musa, días atrás. Según los precisos informes de Tecna, el mecanoide los teletransportó hacia allí, a una estructura misteriosa que levitaba a unos cientos de metros de altura. Las novedades dejaron a Faragonda y Griffin sin habla por varios minutos, lo que inquietó a la joven de hebras carmesí. En el pasado, los directores de las tres escuelas fueron parte de la mítica Compañía de la Luz, sirviendo como protectores de Domino y de su familia real. Cumplieron con esa labor incluso en sus horas finales, aferrados a la tenue esperanza de conseguir la victoria ante las peligrosas brujas. No lo lograron, y contemplaron en primera fila el frío desenlace del sitio al que juraron resguardar. El paso del tiempo no lograba cerrar del todo aquella herida, que ardía dolorosamente en sus cansadas mentes durante cada aniversario.

Las ancianas dejaron los papeles en el escritorio de Saladino y se enfocaron en el hada, cuyos brazos rodeaban su propia figura en un delicado abrazo. La situación le afectaba de forma directa, ya que por sus venas corría la sangre real de Domino. Era su princesa, una que estuvo perdida por mucho tiempo y que sólo pudo salvarse del apocalíptico evento gracias a la intervención y sacrificio de su hermana mayor, Daphne. En la Tierra obtuvo una nueva oportunidad, una vida normal.

—¿También buscan la Llama del Dragón? — dejó escapar la pregunta con un evidente deje de preocupación y su diestra cerrada sobre el pecho, un gesto inconsciente que mostraba su necesidad de resguardar el mencionado poder.

—Visto y considerando que las máquinas solo tienen interés en Damian, lo dudo. — respondió Faragonda, optimista. No deseaba imaginar qué harían esas máquinas con el legado del Gran Dragón.

—Entonces esos monstruos deben estar buscando la Eternita. — dedujo Griffin, atrayendo toda la atención de Bloom. Era la primera vez que escuchaba aquel término.

—¿Y que es eso?

—No es el momento para que lo sepas, ni el lugar.

—¿Por qué?

—Porque nos faltan detalles, muchacha.

Por eso su siguiente destino sería el Archivo Mágico.

[ 🔥 ]

—¿Llevas un teléfono contigo? Me lo tienes que entregar, por tu seguridad.

—Creo que... ¡me lleva! Lo dejé en la escuela, es que soy un tonto.

—No te preocupes, no es importante.

Una mentirita piadosa escapó de los labios del pelinegro, acompañada de una suave palmada que se dio a sí mismo en el rostro. En realidad lo llevaba en el fondo del bolso, cubierto por libros y ropa, en un intento por no perder del todo su conexión con el exterior. Resultó convincente para Saladino, quién le sirvió de guía hacia la casa segura. Estaba diseñada para acoger a toda una familia, no solo por la cantidad y variedad de estancias, sino por la acogedora atmósfera, que lo envolvió en un cálido abrazo. Las paredes estaban adornadas con papel tapiz floral de tonos suaves de crema y oro que reflejaban la luz del sol que se filtraba a través de las ventanas, cubiertas por cortinas de encaje blanco. El suelo de madera antigua crujía suavemente bajo sus pies, añadiendo un encanto rústico al lugar. Notó la presencia de una chimenea de piedra en el salón principal, rodeado por unos sofás de terciopelo que le invitaron a hundirse en ellos y perderse en uno de los tantos libros que decoraban las estanterías. Se fijó también en los cuadros enmarcados en plata que decoraban cada una de las salas, siendo el más atractivo uno que tenía por título "La Dama de la Música". Una mujer joven de cabello oscuro y tez pálida se hallaba en el centro de la escena, vistiendo un estilizado qipao escarlata de mangas amplias que caían de sus elevados y extendidos brazos. La plataforma en la que apoyaba sus pies y la orquesta que le acompañaba le hicieron deducir que se trataba de una distinguida cantante, cuyo talento animaba a una multitud a derrochar alegría y felicidad. Los tonos oscuros de la profunda noche se veían salpicados por globos luminosos, fuegos artificiales y puestos de comida y artesanía abarrotados de gente. Deseaba estar en ese lugar, aferrado a la mano de Musa. O, tal vez, como un espectador más de su don, como un rostro más de la multitud que caía rendida ante sus aterciopeladas cuerdas vocales.

Todo caballero necesita de su MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora