Complicidad

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La noche era cálida, calmada, completamente en contraste con su revoltijo de mente, cuerpo y alma. Llevaba demasiadas horas ahí, de pie, perdido en sus pensamientos, saltando de uno a otro y analizando todas las posibilidades y cartas que tenía en la mesa. Sus ojeras eran sumamente notables, pero no tenía ni una pizca de sueño, solo cansancio mental y emocional, no físico. No era de sorprenderse, hacer lo que él hacía tenía sus sacrificios y algunos de ellos eran su tiempo y descanso.

Estuvo bastante tiempo pensando y por fin algo le quedaba muy claro, y es que una simple cajetilla de cigarros no era suficiente para esa madrugada. La costumbre de fumar podría matarlo algún día, pero estaba seguro de que no moriría ni por viejo, ni porque sus pulmones se detuvieran de lo secos que estaban.

Él sería cazado, maltratado, mutilado, torturado hasta la muerte, ese era su cruel destino. Desde que aceptó pertenecer a ese grupo gracias a Conway, sabía que tenía una bala en la cabeza. Todos ellos la tenían.

Por eso ahora mismo no sabía qué hacer, qué carajo decidir.

Y es que lo sabía, sabía perfectamente que si sucumbía ante el deseo y la tentación, todo se iría en su contra, más de lo que ya lo estaba. Y ahora no sólo había sumado otra soga alrededor de su cuello, sino que también le había colocado una más al rubio que ahora se hallaba dormido en su cama, completamente lejano a los tormentos de su mente.

Hace ya unas horas que lo había limpiado, vestido con su propia ropa y arropado. Quién diría que el mismísimo Freddy Trucazo, uno de los mejores mercenarios de su índole, ahora velaba por el buen descanso de un pirado de la cabeza, igual de pirado que él mismo.

Acababa de darle una nueva arma a los de arriba, otra más y lo peor de todo era que no se arrepentía. Estaban llenos de mierda hasta el cuello y no le podía tener más sin cuidado.

No había tomado la decisión correcta, por supuesto que no, pero amaba haberla tomado, porque amó estar dentro de él, amó poseerlo, amó besarlo y le encanta la idea que estar con él significa estar en el infierno.

Aclarar sus sentimientos así mismo era contradictorio, pero sus preguntas habían sido contestadas por sí mismo esa noche. ¿Le atraía aquel rubio? Sí. ¿Quería follarlo? Sí. ¿Quiere repetirlo? Sí. ¿Quiere besarlo hasta el cansancio? Sí. ¿Ama su mirada? Sí ¿Se había enamorado? Maldición.

No importa la excusa que se diera así mismo. Se había enamorado. Y vaya que se había enamorado.

No le importaba haberse enamorado de un hombre, aunque se supone que su sexualidad estaba definida a la simple atracción por mujeres, pero no le alteraba el hecho de haber caído por Gustabo, no cuando el hombre del que se había enamorado era el ser humano más hermoso que había visto en su opinión.

Su último cigarrillo fue apagado contra el barandal, lo desechó junto a los demás, acumulando así un nuevo récord esa noche.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera? – preguntó Gustabo. Joder, lo tenía muy jodido. Tan jodido estaba que no escuchó cómo el rubio abría la puerta corrediza del balcón, ni siquiera notó su presencia o su olor.

– Me cago en Dios, Gustabiño, piensatelo más veces antes de aparecer como la niña de la curva. Casi me das un infarto, neno. – Gustabo rio y se colocó a su lado notando las innumerables colillas de cigarro.

– Ya, bueno. Creo que no hace falta que me respondas, si ya veo que no has dormido nada. ¿Qué te tiene tan pensativo?

Tú, Tabito. Y toda esta mierda también.

– ¿Yo? Pero si yo no he hecho nada.

– Sí, sí. Lo que digas, neno.

– A ver... Hablando en serio, la verdad sí que he hecho un poco, pero tú tampoco te quedas atrás, no veas lo que me ha costado levantarme. – Era sumamente deleitante cómo Gustabo lograba hacerlo reír con unos simples comentarios de mierda, Freddy sonreía como buen enamorado que era.

FRUSTRACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora