Ruina

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Nunca, pero de verdad, nunca, se había sentido tan sometido, tan sumiso. No le desagradaba la idea, al contrario, amaba como Trucazo lo tocaba, como se abría paso con sus dedos en su interior, como lo estiraba y preparaba.

Cualquiera ya se hubiera rendido ante el dolor. Cualquiera pudo haber parado la situación para respirar y volver a intentarlo, pero Gustabo no. Recién estaba conectando con esa parte de él, una que no conocía tan bien y que ahora Freddy lo estaba orillando a ese límite de placer que el propio dolor le provocaba.

Porque sí, era un jodido masoquista. Por lo tanto, no se atrevió a detener a Freddy, solo abrió sus piernas lo suficiente como para que el Comisario encontrara un hogar entre ellas.

– Freddy – susurró. Su voz ya se encontraba más que pérdida, pero si quería conseguir lo que quería, tenía que concentrarse en hablar y no en cómo su interior estaba siendo estimulado, o en cómo los labios y los dientes ajenos estaban jodiendo su cuello. – Por favor. – rogó.

– Dilo, Gustabiño. Quiero oírte decirlo. – El pelinegro introdujo un último dígito. Gustabo se desestabilizó y lanzó otro gemido más alto que los anteriores.

– Freddy, follame de una puta vez.

– Bien, como ordene mi rubia.

Ya había jugado lo suficiente, así que, después de las, para nada, dulces palabras del rubio pidiendo que lo hiciera suyo, retiró sus dedos. En contraparte de Gustabo, él aún tenía su pantalón puesto. Se alejó de él, retirándose las últimas prendas mientras miraba lo que proclamaba como su obra maestra.

García estaba completamente destrozado, justo como él quería. Su cabello desordenado, sus labios rojos e hinchados; su cuello completamente marcado, mordido, y ni hablar de su pecho, que estaba igual o peor. Sus ojos azules lo miraban llenos de lujuria, absortos de deseo.

Se acercó poco a poco. Lento, como un animal cazando a su presa, como un lobo acechando a un venado. Se recostó sobre él y sin romper el contacto visual, alineó su miembro a la entrada del menor.

Gustabo inhaló profundamente. El miembro del mayor se introducía en él lentamente, como si no quisiera lastimarlo, al menos no por ahora.

El Comisario sentía como si entrara al mismísimo cielo, para él era como cruzar aquella puerta del paraíso, contuvo sus propios jadeos y cuando por fin entró por completo se detuvo. Besó a Gustabo con pasión, tratando de disipar el dolor que seguramente sentía. Jugó con su lengua, una de sus manos llegó al pezón más olvidado por él y siguió jugando con éste. La otra la llevo al miembro del rubio, masturbándolo lenta y tortuosamente.

Y el rubio se sentía demasiado bien, pero poco a poco se volvía insuficiente, aspiraba más. El dolor era cada vez menor y más soportable, disfrutable. Comenzó a mover sus caderas contra la pelvis del mayor, tomándolo por sorpresa y logrando así que saliera un sutil gemido por parte del pelinegro que bebió en medio del beso. Lo tomó de la nuca cuando profundizó el beso, jalando su cabello y metiendo su lengua en la cavidad contraria.

Freddy se sentía desesperado, dejó de estimularlo, tomó las muñecas del ojiazul y las colocó encima de su cabeza, con el fin de mantenerlo sin movimiento con una sola mano, la otra la llevó a la cadera contaría.

– No te confundas, Tabito. Estás en mi juego y aquí tú eres la presa. – Y... oh, mierda. Freddy lo tomó con fuerza, correspondió sus lentas embestidas en contra de su propia cavidad y las reemplazó por unas más rápidas, más intensas.

En algún punto Gustabo comenzó a sollozar, sonidos inteligibles salían de su boca cada vez que el mayor tocaba su punto más sensible. Enredó sus piernas alrededor de la cadera del Comisario.

Freddy volvió a besarlo, pero no se detuvo, sus estocadas seguían siendo rudas, intentando satisfacer sus propias necesidades, quería terminar de romper al rubio, y si tan sólo fuera posible, partirlo en dos.

Soltó las manos de Gustabo y tomó su cadera con ambas manos, lo cargó ligeramente y continuó follandolo, más fuerte, más profundo.

– Di que me perteneces, dilo y te daré lo que quieres, Gus, sólo tienes que decirlo. Haré arder la ciudad si me lo pides.

El rubio se estaba perdiendo en sí mismo y en todas las sensaciones que Freddy le provocaba, no podía responder, como pudo llevó sus manos a la espalda del mayor y clavó sus uñas.

– Soy tuyo, Freddy, sólo tuyo.

– Bien dicho, Tabito. Eres de mi jodida propiedad.

En un arranque, Freddy salió de su interior, lo giró y volvió a introducirse en él sin ningún tipo de aviso o pudor. La posición había cambiado, ahora todo era más sensible. Sentía como llegaba aún más profundo, cómo lo destrozaba por dentro, y eso le encantaba.

Freddy alcanzó su hombro, el cual mordió y beso. Gustabo apenas y podía asimilar la situación, asimilar como lo follaban tan duro, sin piedad. Como entraba y salía de él tan exquisitamente. Amaba ser destrozado por Freddy Trucazo.

Sintió un tirón en su vientre, estaba cerca, muy cerca de correrse y rendirse ante el placer. Sus gemidos se transformaron en un dulce canto, utilizando el nombre de su amante como verso. Y como si Freddy supiera de su amor por el dolor, golpeó en repetidas ocasiones sus glúteos, dejando así, crudas marcas rojizas de la palma de su mano.

– Estoy cerca – advirtió.

– Adelante, tienes mi permiso.

Su orgasmo lo invadió, parecía una corriente eléctrica que lo recorría de pies a cabeza. Freddy aún lo tomaba por la cadera, aumentó la velocidad de sus estocadas, ahora eran erráticas. Ni siquiera su orgasmo lo detuvo, aún cuándo Freddy se corrió en su interior, siguió metiendo su miembro y sacándolo, dejando sólo su cabeza dentro y poco a poco disminuyendo la velocidad.

Y cuando por fin sintió que se había liberado por completo, se enterró lo más profundo que pudo en él, sin querer salir. Y Gustabo lo dejó hacerlo.

Salió de él, poco a poco. Ni uno de ellos dijo alguna palabra. Aún profesaban el pecado que acababan de realizar. Era la primera vez que se habían sentido conectados con alguien. No sólo conectaron de manera carnal como habían anticipado, y eso los asustó.

Querían repetirlo, sí, pero también añoraban otra cosa, sin saber que era recíproco.

Aún saboreaban aquellos residuos de placer que el reciente orgasmo les había dejado. Cayeron rendidos sobre la cama, lado a lado, cubiertos de sudor y semen.

Una de las manos del rubio se colocó encima de la de Trucazo, queriendo dar un mensaje silencioso. Diciendo todo y a la vez nada.

– ¿Qué acabamos de hacer, neno? – Cruzaron miradas.

– No tengo ni puta idea, Freddy, pero no me arrepiento. Ahora, si no te importa, quiero dormir. – y se giró hacia él, rompiendo el contacto visual al cerrar sus ojos y tomando su brazo como almohada.

El mayor lo dejó, se veía demasiado cansado y no quería protestar. Esperó largos minutos despierto, observando y cuidando de su sueño. Pudo acariciar su rostro y cabello deliberadamente. Se aseguró de que estuviera lo suficientemente dormido como para no despertarlo, retiró su brazo, dejó un beso en su frente y se marchó.


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Es la primera parte de dos, les daré contexto después y será más larga :b

FRUSTRACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora