00 | PRÓLOGO

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El aroma a químicos y a sangre es lo único que he podido oler en estos últimos meses. He perdido la noción del tiempo, los días y noches son iguales y solo puedo ver y sentir la oscuridad que me rodea. Es como un manto negro, uno malvado, me abraza, pero no con calidez. Lo hace de una forma sofocante, asfixiante.
Escucho como los demás gritan, lloran y piden a Dios por su vida. Yo solo puedo sentir como el miedo escuece mis huesos, como la ansiedad me quita el aliento y como todo da vueltas como un carrusel sin freno alguno.

La puerta se abre y luego se escucha cerrarse de un estruendo, siento como mí cuerpo tiembla ante cualquier ruido o sonido que oigo, sus tacones resuenan contra la madera. Escucho como se ríe de forma siniestra y se acerca a mí lentamente, puedo sentir como su mirada se clava en mí y ve a través de mí, mis más oscuros secretos.

—¿No vas a saludar? —Fue su pregunta mientras acaricia mí rostro, puedo sentir cómo sus dedos están resguardados por unos guantes—. Estás temblando, no tengas miedo.

La respiración se me acelera, mí pecho sube y baja de una manera frenética y vertiginosa, siento el terror cuando algo filoso pasa por cada centímetro de mí cuerpo hasta llegar a mí cuello. La cabeza me da vueltas entre aquellos pensamientos llenos de miedo y espanto, ella recorre mí cuello hasta que finalmente susurró contra mis labios aquellas palabras.

Eres mío, recuérdalo.

Sentí el frío del metal filoso recorrer mí cuello, grité ante el dolor porque ardía. Me moví en la silla pero lo único que logré fue caerme al suelo, siento la sangre correr por mí cuerpo, quizás esté es un mejor final que seguir siendo torturado.
Lo único que puedo recordar es su risa, lo demás se volvió incoherente ante mí y la venda en mis ojos me impidió ver aquel rostro que una vez me sonrió y me encarceló.

Annaliese Donde viven las historias. Descúbrelo ahora