Cuando el sol empezaba a ocultarse, y el pasto podía sentir los últimos rayos de sol, cuando los girasoles buscaban con desespero un poco más de luz y los grillos empezaban a cantar se escuchaban a lo lejos dos corazones palpitando en sintonía, acompañado de risas nerviosas y palabras que no se podían decir.
Con cada roce al intentar encender la fogata sus manos no dejaban de sudar y de querer más de ese contacto suave y tierno, bocas temblorosas y torpes movimientos que algunos podían divisar divertidos desde sus ventanas, se miraban entre sí y reían para meterse de nuevo a sus habitaciones con la certeza de que todos sabían que podría pasar entre ambos jóvenes.
Los pocos rayos que quedaban iluminaban los ojos de estos dos corazones, para que los dos supieran que se miraban con el mismo brillo que tenían, y que ambos podían sentir lo mismo que el otro para que ninguno tuviera la duda de ser correspondidos.
Y llego la noche, la Luna empezaba a resplandecer entre las nubes y las estrellas sobresalían del cielo, las horas pasaban y nadie se atrevía a molestarlos hasta que era demasiado tarde para pedir perdón y con el estómago hambriento pero lleno de mariposas y fuegos artificiales se despedían con las excusas más ridículas para tener un pequeño toque antes de separar sus caminos y aún así entre las sabanas soñar que seguían hablando en el atardecer.
Pero para un chico sandía que acababa de descubrir que el amor no lo era todo, que las películas eran realmente asquerosas en describir el amor y que el era un tonto al creer les, para el que le han roto el corazón de todas las formas posibles era simplemente otra nueva historia y no algo especial de todo el libro.
Jake estaba empezando a sentir cosas por Hunter, pequeñas porque aún no se conocían del todo pero todos los momentos que pasaban juntos intentaba contenerse de acercarse más al chico, sabía que no era correcto, para ninguno de los dos. El había acabado una relación recientemente y el aún no curaba completamente todas las heridas que le habían dejado.
