34. El rey

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Desembarco del rey 126dc

¿Cómo podía comenzar su declaración? ¿Cómo le diría a su padre que había estado ciego durante años? En su estado actual quizás tal confrontación podría matarlo, la llama de su padre era frágil y amenazaba con extinguirse de forma abrupta.

-Gracias Padre.

Ver a Alicent siendo arrastrada fuera de la sala del concejo mientras moría de ira era exquisito. Quizás la reina consorte había sentido lo mismo que ella sintió cuando se vio obligada a desfilar sangrante y adolorida hasta los aposentos de la reina. La humillación, la falta de poder y la vulnerabilidad fue lo más doloroso.

Durante años fue humillada sin derecho a defensa, pisoteada e insultada una y otra vez, la reina mancilló su imagen y se dio el derecho de desplazarla en su propio hogar, en sus dominios. Pero claro, Alicent Hightower no fue el único problema, la debilidad de Rhaenyra había sido un factor decisivo.

La vida tenía muchas formas de atar de manos a los pecadores, los dioses tenían diversas formas de castigar a los ciervos descarriados y Rhaenyra las había experimentado todas, merecidas o no. Ella nunca se cuestionaba si tales tratos eran merecidos o no, simplemente no los deseaba y con eso era suficiente para aborrecerlos.

Las palabras de Alicent siempre tenían poder, fueran ciertas o no. Quizás se debía a la buena amistad sostenida en su juventud. Alicent fue la más leal de sus damas y la más cercana a ella, la única que pudo hacerle sentir que era más que una dama enviada por un señor con el fin de ganar el favor del rey. Cuando Alicent llegó a ella comenzó a extrañar menos a Laena, quien pese a ser cómo una hermana no era la hija de cualquier lord por lo cual ser un regalo para la hija del rey no era digno de ella.

Entonces Lady Alicent se ganó sus afectos con buenos tratos y compresión, pasó a ser su favorita, pasó a ser su sombra. No había lugar en el palacio en el cual se avistara a la princesa sin la compañía de Lady Alicent Hightower, fuese a los jardines, a las cocinas a robar pastel, a pozo dragón a volar o simplemente al salón del trono a observar a su padre, Alicent estaba allí.

Quizás el desenlace de su amistad fue su culpa, fue ingenua y no pudo ver a través de las intenciones de la joven hija de la mano, lo comprendió cuando a escasas lunas de la muerte de su querida madre, cuando Lady Alicent Hightower se comprometió con su padre.

No lo creyó en el momento en el que se vio enterada de ello, habían cientos de damas en el reino, todas nobles y con buenas alianzas a sus espaldas. Laena fue ofrecida al rey, ella y toda la flota Velaryon, las riquezas y la sangre valyria pudieron ser del rey, sin embargo, el rey eligió a la hija de un segundo hijo ¿Por qué?

Indago y entonces todo estuvo claro, durante las lunas posteriores a la muerte de la reina Aemma Arryn, el rey y la joven doncella de la entonces ya princesa heredera, se habían estado viendo en secreto todas las noches. Ambos a solas en los aposentos del rey, cuando la enfrentó juro por los dioses jamás haber compartido la cama con el rey y una parte muy remota quiso creerle, quizá ayudarle a salir del mal entendido pero ella quería eso, la posición, el poder y la gloria que venían de la mano de ser la mujer del rey de los siete reinos.

En retrospectiva Rhaenyra no consideraba haber hecho algo excesivamente desagradable a la reina, aunque estaba plenamente consciente de que fue cruel, evasiva y áspera, no había sido plenamente malvada, pese a que podía serlo y en el fondo de su corazón deseaba serlo. Se mantuvo tan neutral como le fue posible, luego, nació Aegon y la poca cordialidad albergada como residuos de una amistad entre ambas se esfumó.

La cordialidad fue menguando con cada nacimiento, Helaena, Aemond y finalmente Daeron, que llegó a pocas semanas del nacimiento de Jacaerys, ahí la poca bondad que la habitaba se fue. Comenzaron los rumores, las acusaciones, las miradas frías y la sensación de que si daba un paso en falso y tropezaba sería despezada y convertida en leño para chimenea, ardiendo bajo los ojos de una amiga convertida en rival.

𝕰𝖑 𝕽𝖊𝖈𝖑𝖆𝖒𝖔 𝖉𝖊𝖑 𝕯𝖗𝖆𝖌𝖔́𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora