Claudia se despertó de repente al escuchar un ruido extraño, similar al de un motor de coche. Aunque sabía que eso era imposible, se levantó y despertó a su hija a la que le dijo que esperara encerrada en el lavabo del bungalow en el que vivían.
Hacía meses que ya no venía nadie a molestarle por allí, pero era cuestión de tiempo que volvieran.
Cuando salió del bungalow aún no había amanecido y solo la tenue luz de la luna iluminaba el exterior. Cogió una mochila y una escopeta que tenía junto a la puerta. Los ruidos que había escuchado provenían de fuera del camping en el que ella y su hija María hacía mucho tiempo que habían convertido en su hogar.
Era el típico camping de costa, con piscina, restaurante y decenas de calles repletas de casitas de madera, en el que años atrás veraneaban familias felices. Ahora era un lugar abandonado y solitario en el que solo estaban ellas dos.
Claudia estaba preparada para algo así. Desde que se tuvieron que instalaran en ese lugar se dedicó a proteger todo el perímetro del recinto con todo tipo de trampas. Bombas caseras, fosos ocultos entre ramas o nidos de abejas esperaban a cualquiera que quisiera acercarse a ellas.
La última vez, unos 7 meses antes, funcionó. Consiguió alejar a aquella gente que venía a por ellas. Algunos se rompieron las piernas al caer en los fosos, otros perdieron la mano con las bombas caseras que Claudia había fabricado o se marcharon llenos de picaduras de abejas que salieron de los nidos colocados estratégicamente. Pese a eso, prometieron volver.
Claudia entró en lo que anteriormente era un buffet libre en el que los guiris se ponían hasta las cejas antes de pasar toda la tarde al sol. Cogió de lo alto de un armario dos bombonas de Campingaz unidas por su parte superior a una lata que en su tiempo contendría melocotón en almíbar y los guardó en su mochila. Se le daba genial construir cosas que explotaban, le encantaba la química y tenía mucho tiempo libre para hacer experimentos.
Volvió a su bungalow, y se aseguró desde fuera que Maria seguía encerrada en el lavabo, abrió la puerta del bungalow de enfrente y salieron dos perros que se fueron corriendo en dirección a la puerta principal. Ahora Claudia sabía por dónde venían.
No eran los típicos perros furiosos y babeantes que protegen las mansiones de los ricos en las películas. Eran una mezcla de Galgo y Labrador de color negro. Haría un par de años que María los encontró a ambos buscando comida cerca del camping. Tendrían unos 10 años, seguramente descendientes de algún perro que en su tiempo vivía a cuerpo de rey en una de las urbanizaciones cercanas. Desde ese día comenzaron a adiestrarlos para que les ayudaran a proteger el camping, gracias a un libro sobre conductas canias que alguien había olvidado mientras estaba de vacaciones. No fue un adiestramiento fácil, eran perros acostumbrados a buscarse la vida por su cuenta. Pero ese proceso sirvió también para que ambas no se sintieran tan solas. Al poco tiempo Luka y Pan se convirtieron en los mejores amigos de María.
Luka y Pan se pararon ante la valla principal ladrando sin parar. Claudia, sigilosa, se acercó al muro junto el lateral de la puerta, asomando la cabeza por arriba, con cuidado de no ser descubierta. A Claudia le costaba mantener el equilibrio subida a ese muro, sus manos y piernas temblaban al pensar qué sería de ellas si esta vez conseguían entrar. Vio la figura de una persona, pero, de repente resbaló del saliente donde estaba apoyada y cayó sobre los arbustos que tenía detrás.
- ¿Hola?! ¡Se qué estás ahí! - Se escuchó tras el muro.
Los perros aumentaron la intensidad de sus Ladridos mientras Claudia se reincorporaba tras su caída.
- ¿Es posible que les digas a los perros que se callen? - Dijo la persona misteriosa que esperaba fuera del camping.
Claudia entró en pánico, estresada por la situación, por los ladridos incesantes de los perros y de la amenaza de esa persona que había llegado en plena noche. Sin pensarlo sacó de la mochila uno de los cartuchos de campingaz y lo arrojó por encima de muro.
- Claudia! Necesito hablar contigo - Se escuchó un segundo antes de que la bomba casera tocara al suelo.
Mientras Claudia se tapaba los oídos esperando la explosión recordó que hacía años que nadie le llamaba así, nadie de aquella gente le había vuelto a llamar por su nombre real. Quizás no era quien se pensaba.
La explosión hizo que la vaya y el muro del camping se zarandearan. El atronador ruido ahuyentó a Luka y Pan que, asustados, corrieron hacia el interior del camping.
Tras unos segundos, Claudia, que solo escuchaba un incesante pitido en sus oídos, se levantó para comprobar a quién demonios había lanzado esa bomba que había fabricado ella misma.
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Reset
Science FictionUna tormenta solar ha provocado que toda la humanidad pierda la memoria. En un mundo que ha empezado de cero, Claudia, una pequeña superdotada, tendrá que aprender a vivir sola tras perder a sus padres. Obra registrada en Safe Creative