Chiara se dejó caer pesadamente sobre aquel banco de madera entre Martin y Ruslana. Pese a ser finales de abril el tiempo era fresco. El chocolate caliente le quemaba en las manos. Aun así, apretó el recipiente con vehemencia.
Los tres amigos se encontraban mirando aquel gran estanque del que, de vez en cuando, se podía vislumbrar la sombra de algún pez. La pelinegra recordó cómo habían llegado hasta ahí.
—Creo que sé exactamente lo que necesitamos. Seguidme —afirmó Ruslana poniéndose en pie, tendiéndole la mano a sus dos amigos.
El grupo salió del edificio por el metro. No era extraño que tres adolescentes estuvieran a tempranas horas en aquel lugar sin haber dormido en toda la noche. Era sábado por la mañana. Claro que su situación era completamente diferente.
Una vez salieron, la ucraniana les llevó calle arriba, hasta una cafetería cercana al metro Goya.
—Llegamos —comento enérgicamente la pelirroja mientras señalaba aquel local-. Lo que necesitamos ahora es el chocolate caliente de la gran Mamen Márquez. El mejor chocolate de todo Madrid.
A los tres se les hizo la boca agua cuando, al entrar, el conocido olor a chocolate caliente inundó sus fosas nasales, inhibiendo cualquier otro estímulo.
—¡Mis clientes favoritos! ¿Qué os pongo chicos? —exclamaba la camarera sonriendo a los recién llegados—. ¿Y qué os trae por aquí tan temprano?
—Hola Mamen —contestó Ruslana con su mejor sonrisa—. Hemos tenido una noche bastante intensa, venimos a recargar pilas para el día.
—Me da a mí que las pilas las vais a recargar mejor cuando vayáis a dormir, porque de eso poco esta noche. ¿O me equivoco?
—No te equivocas, no —dijo Martin con una sonrisa nerviosa.
—Os pongo tres chocolates calientes y churros, ¿no? —decía Mamen a punto de coger una taza para empezar a preparar las bebidas.
—Sí, pero hoy nos lo llevaremos —respondió rápidamente Ruslana, antes de que empezara a servir el chocolate en aquel recipiente.
Una vez estuvo todo listo, y tras haber pagado, salieron de aquel local que tan buenos recuerdos les traía. Volviendo sobre sus pasos, y siguiendo a la pelirroja, se adentraron en un parque.
Chiara había permanecido en un silencio constante, con la mirada dirigida hacia sus zapatillas. Solo habló para darle las gracias a Mamen. Su cabeza iba tan rápido que no se percató de que sus amigos estaban sentados en un banco, esperando a que comenzara a contar lo que les debía.
Tras deambular entre los recuerdos, y al notar a sus amigos instándole a hablar, decidió que era el momento de empezar a contar.
—No sé si sabéis que día era ayer —empezó ella, apretando con fuerza el caliente recipiente, sintiendo de nuevo aquel escozor en los ojos que casi no se había ido en toda la noche, ni en lo que llevaban de día.
—Ayer era viernes —contestó Ruslana extrañada.
—No me refiero al día de la semana. Ayer era 24 —concluyó con la voz rota, y un par de lágrimas asomando por sus ojos.
Con la simple mención de la fecha lo comprendieron todo. 24 de abril, el aniversario del fallecimiento de Sara. De su ex. De esa persona a la que su amiga había llorado todas noches hasta hacía poco más de un año. Su amor adolescente, aquel que no dura para toda la vida, aquel que se recuerda con mayor claridad desde el inicio hasta el fin, aquel que pasado el tiempo recuerdas con nostalgia.
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Aquella madrugada del domingo- Kivi
FanfictionVioleta estaba tranquila en su casa. Llevaba varios días sin ver a sus mejores amigas y compañeras de piso y empezaba a preocuparse, no daban señales de vida. Chiara observaba atenta, agazapada en las antiguas vigas de aquel edificio, sopesando cuá...