No me señalen, también yo lo lamento.

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Por los pasillos llenos de gente enfurecida se podía escuchar el cansado caminar del ex baterista, sus ojos, rojos por tanto llorar, pasaron desapercibidos para la mayoría de personas que lo rodeaban.

Los gritos cargados de insultos resonaron contra las paredes, creando una maraña de ruido que no hacía más que aturdir la cabeza del presunto culpable, quien, encima de todo, era custodiado por un par de oficiales.

Fue necesaria la presencia de varios equipos de seguridad para contener al montón de fans, que dolidos por la desgarradora perdida de aquellos que tanto admiraron, trataban de llegar al supuesto asesino para atentar contra él.

El camino a la sala del juzgado fue eterno y agotador para Alvin.

Cuando las puertas de la sala se abrieron, todos posaron sus miradas en él. Las piernas le temblaron al avanzar entre las furiosas miradas de los presentes.

No se atrevió a despegar sus ojos del suelo, no se atrevió a enfrentarse a las familias de quienes había considerado como hermanos.

No se atrevió a enfrentar al verdadero asesino.

La jueza dio inicio a la sesión, de inmediato, las pruebas en su contra fueron presentadas una tras otra: sus huellas dactilares en los cuerpos de sus amigos, su ADN en la mejilla de Topo, la declaración de Tavella respecto a la herida en su ojo.

Todo probaba su culpabilidad.

El abogado trató de demostrar por todos los medios posibles que Álvaro era mentalmente inestable, y que era probable que presentara un caso de trastorno psicológico que lo llevara a cometer tal acto atroz.

Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos de su defensor, la forma en que los hechos fueron narrados por Alvin, era suficiente para determinar que el músico tenía la perfecta capacidad de distinguir entre el bien y el mal.

La tensión en la sala era asfixiante, entre testimonios, evidencias, acusaciones y objeciones, la verdad parecía cada vez más lejana del batero.

Finalmente, tras varios agobiantes minutos, llegó el momento de la sentencia.

La jueza se levantó y miró fijamente a Alvin, cuyos ojos seguían perdidos en un mar de lágrimas y desesperación. Con voz firme y segura, comenzó a hablar.

—Depués de analizar todas las pruebas presentadas y escuchar los testimonios, este tribunal encuentra al señor Álvaro Pintos Fraga, culpable de los cargos por asesinato múltiple y privación de la libertad. Por ello, se le condena a la pena máxima que este tribunal me concede.

La mujer dio un respiro antes de proseguir, mirando de nuevo al supuesto asesino.

—La pena de muerte.

El mundo al rededor de Alvin, pareció desaparecer ante las palabras.

Un extraño pitido hizo que sus sentidos se aturdieran. La ansiedad en su pecho no se hizo esperar, y su respiración se volvió irregular.

Un nudo se formó en su garganta, y su boca se secó repentinamente. Su rostro, pálido desde el momento en que escuchó los disparos acabar con la vida de Topo, adoptó una expresión de incredulidad y miedo.

A lo lejos, escuchó la bulla de todas las personas presentes. Los suspiros de alivio, los periodistas conmocionados, los sollozos de algunos.

La risa de Tavella.

La risa de Tavella.

La puta risa triunfante de Tavella.

Se levantó de su silla, alterado, con el miedo corriendo por sus venas tan rápido como el aletear de un colibrí.

—¡No! ¡Yo no soy el asesino! —gritó, desgarrandose la garganta— ¡No soy yo! ¡No soy yo!

Los guardias de seguridad no dudaron en intervenir, tomándolo de los brazos con una fuerza casi bestial, pero que no le impidió seguir hablando.

—¡Yo no los maté! ¡Yo no hice nada malo! ¡No les hice nada!

Al tiempo en que era empujado fuera por los oficiales, Pintos giró la cabeza para mirar a los presentes en el tribunal, buscando desesperado a aquel hombre que lo había inculpado.

—¡Decíles! ¡Decíles que yo no lo hice! ¡Decíles, hijo de puta! ¡Andá!

Se removió, tratando de safarce del agarre, sin estar seguro de a donde ir o que hacer si lo lograba.

—¡Vos sabes quien sos! ¡vos los mataste a todos! ¡me los quitaste! ¡me los quitaste! ¡me dejaste solo!

Las personas lo vieron expectantes, seguros de que su cordura ya había cedido ante la impresión de haber sido condenado a muerte.

Álvaro logró apartarse, sin dejar de mirar a todos lados.

—¡San...!

Un golpe en la cabeza lo dejó fuera de juego, aunque no lo hizo caer inconsciente, bastó para dejarlo en el suelo, confundido.

Tras unos instantes, los oficiales lo levantaron de un jalón y lo arrastraron fuera, sin ninguna clase de compasión.

Fue hasta entonces que sus ojos lograron ubicar a su antiguo amigo, al lado de Riki, brindándole el consuelo que tanto necesitaba.

"No, Riki... ¡Aléjate de él! ¡Va a lastimarte! ¡Riki, por favor! ¡Riki!"

Trató de gritar, pero las náuseas se lo impidieron.

No pudo hacer nada más que ponerse a llorar de nuevo, con la desesperación carcomiendo cada pequeño pedazo de su ser.

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⏰ Última actualización: Sep 16 ⏰

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