Topo

48 7 12
                                    

Cuando se aseguró de que ya no hubiera nadie a su al rededor, Gustavo se concentró en quitarse las cuerdas de las muñecas, que ya se habían aflojado lo suficiente.

Apartó el pañuelo de su boca e instantáneamente se acercó al batero. Este, se encontraba al borde de un colapso mental.

-Alvin -lo llamó-, por favor Alvarito, te lo suplico, necesito que me escuches.

Su amigo ni siquiera lo miró.

Algo impaciente y molesto por no ser tomado en cuenta, Topo inhaló profundamente para tranquilizarse. Estar enojado no serviría de nada.

Ignorando el dolor de su dislocado hombro izquierdo (que había quedado así después de que la camioneta frenara), tomó entre manos la cara de Pintos y le quitó la mordaza. Ante el contacto, Álvaro por fin lo vio.

Sus ojos estaban vidriosos y llenos de miedo, pero también había un destello de reconocimiento.

-¿To-po?

-Sí, soy yo. Escúchame Alvin, voy a irme de aquí, buscaré ayuda y volveré por vos y por los demás, te lo prometo. Por ahora, quiero que ante todo, sobrevivas, por favor.

El batero tragó saliva ruidosamente, balbuceó algo que su contrario no pudo entender, y luego bajó la cabeza.

Antuña la abrazó, antes de comenzar a lanzar patadas a las puertas que los mantenían encerrados.

Al tercer intento, su tobillo se torció rudamente.

-¡Maldita sea!

Se encogió para presionar la zona algunos instantes, luego continuó con su labor, usando la otra pierna.

Y al fin lo logró.

Estaba listo para desatar a su compañero, pero los gritos desde dentro de la cabaña lo alertaron, y supo de inmediato que habían descubierto lo de las cuerdas por Marrero.

Asustado, bajó del automóvil de un salto que le provocó una punzada dolorosa en su extremidad. Luego de recuperarse un poco, se dispuso a irse.

-No me dejes -Le pidió Pintos, de una forma tan lastimosa, que mas bien parecía que le estaba suplicando-... no me dejes... aquí solo...

Le dolió oírlo, pero no dejó que algún rastro de debilidad se asomara en su rostro.

-Volveré, y entonces podremos irnos a casa juntos.

Empezó a correr tratando de no sentir el dolor en cada paso que daba. Mientras se alejaba de la camioneta, rezaba mentalmente para que al volver, pudiera encontrar a todos de la mejor manera.

No les iba a fallar, a ninguno.

Los sacaría de ese maldito infierno sin importar que.

Para su desgracia, todo a su al rededor era exactamente igual, solo hierba seca (y en ocasiones verde), totalmente desierto, ni una sola persona caminaba por ahí.

El viento soplaba de forma siniestra, levantando pequeñas nubes de polvo. La sensación de soledad se apoderaba cada vez más de él, incrementando su ansiedad.

Trató de recordar los movimientos que la camioneta había hecho desde el momento en que los habían obligado a subir, pero en esos momentos su miedo era tanto, que no puso atención.

Poco a poco, iba alejándose más, mientras en su mente le suplicaba a todos los Dioses existentes que le ayudasen.

No tuvo idea de cuanto tiempo estuvo corriendo, solo supo que fue lo suficiente como para hacer que sus pulmones le reclaman.

RorshachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora