Esteban

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El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas. Esteban se encontraba en el establo, terminando de cepillar a "Viento", el caballo más noble de la hacienda Romero. Mientras sus manos trabajaban con cuidado sobre el pelaje del animal, su mente vagaba inquieta.

Había pasado ya un mes desde que llegó a la hacienda, contratado por Don Javier Romero para cuidar de los caballos. Era un trabajo que amaba, que le permitía estar cerca de estas criaturas majestuosas y sentir la libertad que solo ellos podían entender. Pero había algo más que lo ataba a este lugar, algo que había florecido en su pecho como una flor inesperada en medio del desierto: Francisco.

Francisco, el hijo menor de Don Javier, era como un enigma. Un joven de mirada pensativa y sonrisa fácil que parecía llevar el peso de muchos mundos en sus hombros. Esteban lo veía a menudo, caminando por los campos con su diario bajo el brazo, sumido en sus pensamientos. Se preguntaba qué secretos guardaría ese cuaderno, qué palabras derramaría Francisco en esas páginas que parecían ser su refugio.

Cada vez que sus caminos se cruzaban, Esteban sentía un torbellino de emociones. Había algo en la forma en que Francisco lo miraba, en la suavidad de su voz cuando le hablaba, que hacía que su corazón latiera con fuerza. ¿Sería posible que Francisco sintiera lo mismo? ¿O eran solo ilusiones forjadas por su deseo?

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