¿Cómo pasó?

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El aire estaba impregnado con el aroma de la tierra mojada, una señal de que la lluvia había visitado los campos durante la noche. Esteban se despertó antes del amanecer, como era su costumbre, para comenzar su día en la hacienda Romero. Pero esta mañana, su rutina se sentía diferente; había una ligereza en su paso, un brillo nuevo en su mirada.

Desde el primer día que vió a Francisco, algo dentro de él cambió. No era solo la curiosidad que le provocaba verlo escribir en su diario, era algo más profundo, algo que no podía explicar con palabras. Francisco era como un misterio que quería descifrar, una historia que deseaba leer.

Con cada día que pasaba, Esteban se encontraba buscando excusas para estar cerca de Francisco, para cruzar unas palabras, para compartir una sonrisa. Y cada noche, en la soledad de su habitación, se preguntaba qué significaban esos momentos, esos pequeños gestos que parecían tan insignificantes y, a la vez, tan importantes.

Era en los detalles donde Esteban encontraba las respuestas. En la forma en que Francisco lo miraba cuando pensaba que nadie lo veía, en la suavidad con la que pronunciaba su nombre, en la confianza que depositaba en él al mostrarse tal y cómo era. Esteban comenzó a darse cuenta de que lo que sentía por Francisco iba más allá de la amistad, era un cariño que crecía y se fortalecía con cada encuentro.

Pero el amor es un camino lleno de incertidumbres, y Esteban lo sabía. Se preguntaba si Francisco sentiría lo mismo, si sus miradas escondían el mismo deseo, si su corazón latía al mismo ritmo. La duda lo consumía, pero también lo impulsaba a buscar la verdad.

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