Capítulo 3

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—Oíste, ¿me recuerdas en qué año estamos?

Conway miró al conductor con extrañeza, llevaban al menos cinco minutos conduciendo por la ciudad sin más y estaba seguro de que había varios edificios que jamás había visto. Asumió que se trataba de calles que no transitaba a menudo y, como hizo con varias dudas que aparecían en su mente, lo ignoró con tal de mantenerse calmado. No lo sabía, pero siempre que se encontraba en ese estado, su mente prescindía de los sinsentidos que iban apareciendo, así como las quemaduras que tenía en el lado izquierdo del cuerpo o la presencia de tecnologías que en el año que dictaba su cabeza, no existían.

—¿Acaso no sabe en qué puto año está?

—Eso no es una respuesta —se abstuvo de chasquear la lengua, suspirando para mantenerse lo más calmado que le permitía la situación. Se recordó que al menos no estaba negociando por agentes encañonados ni viéndose obligado a dispararle con tal de sacarlo de la situación.

Quizá le diera un golpe luego de todas maneras, todo dependía de cuando cooperaba Jack.

—Dos mil ocho, ya se lo he dicho a la médica, ¿me creeis loco o cómo va?

—Mira, pavo, vamos a ir a un lugar que igual y te refresca la memoria, después a casa.

—Hubiese tomado un taxi, ¿qué es toda esta mierda? —frunció el ceño.

—Solo un lugar, anda, cuéntame mientras, ¿tienes familia? —Tuvo el pequeño deseo de que dijera que estaba muerta, un deseo egoísta que no era la primera vez que tenía.

—Claro, de hecho mi mujer debe estar esperándome —lo miró, Freddy apretó el volante otra vez y Conway decidió ignorarlo—, ¿no tendrás un teléfono que me prestes?

—Sí, ahí tienes.

Le tendió su móvil sin dudarlo mucho. Seguro no recuerda cómo usarlo, pensó, pues desde dos mil ocho las tecnologías habían avanzado suficiente para que Conway buscara teclas en lugar de una simple pantalla donde digitar números. De reojo lo vio hacer una mueca antes de marcar con torpeza el número.

No sonó el tono, en su lugar apareció la voz de una operadora indicando que el número marcado no existía.

—¿Eres comisario y no tienes saldo? —consultó con sorna, volviendo a marcar, recibiendo otra vez la respuesta.

Dos fallos bastaron para que algo se sintiera descompuesto en su interior, no porque volviera en sí, sino porque imaginó la idea de Julia, su esposa, muerta o dañada y la preocupación subió hasta su garganta.

—Llévame a mi puta casa, nada de lugares de mierda —demandó, lanzando el teléfono a la guantera.

—Cuidado hombre, que el móvil cuesta lo suyo.

—Por favor —bajó la voz, Freddy conocía ese tono, el que usaba cada vez que quería contener una de esas tantas emociones dañinas que experimentaba.

Hizo caso en silencio. La dirección existía en Los Santos, estaba algo apartada de la ciudad y nunca la reconstruyeron una vez fue quemada, solo quedaban restos del cerco y parte se los cimientos.

—Cuéntame, entonces, ¿Tienes hijos?

—Sí, dos —sonrió. Freddy quiso decirle que estaban muertos, pero también era padre y ese hombre le despertaba una que otra debilidad difícil de pasar por alto—. Aún no van a la escuela así que mi esposa cuida de ellos mientras trabajo.

Parecía tan...distinto escucharlo así, recordando cosas con una sonrisa en lugar del llanto empapando su rostro. No era una pesadilla, era su realidad, aquella que le arrebataron hace años. Una de la que Freddy no formaba parte, e inclusive de esa forma, sentía curiosidad por si Conway alguna vez volvería a hablar con esa paz sobre su vida pasada. Cuestionó en silencio si el rechazo de la noche anterior se debía a que, a pesar de que empezaba a reírse más a menudo, se rehusaba a formar una nueva familia o siquiera un vínculo más serio porque era incapaz de soltar lo perdido...nunca amaría de la misma forma.

Miedo y Consecuencias [Fredway]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora