Jannoh caminaba por la acera derecha de la Avenida del Alimbante y, tras estudiar el paso de los vehículos, decidió atravesarla justo a la altura del número 7. Se detuvo un instante en la mediana de la calzada para hacer una foto a la fachada de la casa, ésa en la que todos sus amigos se reunían para vivir experiencias juntos; ese lugar al que llamaban «la peña».
En la planta baja del edificio se apreciaban un par de ventanales enormes entre los cuales había una puerta metálica de doble hoja. Parecía como si tiempo atrás el conjunto hubiese sido el escaparate de una tienda, estando ahora esos ventanales cubiertos por una película opaca que impedía ver el interior.
En la primera planta se observaban un total de tres balcones equidistantes, de balaustres y pasamanos de acero con pintura negra desconchada y partes oxidadas, y con puertas también de doble hoja que presentaban una carpintería bastante envejecida. Ese era un lugar destacado porque permitía la interacción desde las alturas entre el interior de la juerga y los visitantes, cuando estos todavía no habían entrado.
En la planta alta se encontraban tres grandes ventanales, también de doble apertura y carpintería envejecida y de cristales en muchos casos rotos. Todas las jambas y dinteles de las dos plantas superiores estaban decorados por unas molduras de color verde que a su vez venían coronadas por unos escudos alabeados de los que sobresalían unos rostros inexpresivos. La planta baja no tenía esas molduras, pero todas las aberturas también estaban decoradas por una gruesa franja verdosa del mismo tono que mantenía la estética del resto de la fachada y que contrastaba de manera elegante con el color predominante de esta, que consistía en un beige neutro de tono frío. Desde allí abajo, desde la calle desde donde él estaba realizando su vista contemplativa al edificio, no había ni rastro de la terraza, que se disimulaba y se integraba en la pendiente del tejado.
Jannoh observó que los balcones de la primera planta estaban abiertos y que desde dentro salía una música muy fuerte. Eso solo podía significar una cosa: sus amigos ya habían conseguido nuevamente tener luz eléctrica. Se había terminado el cenar a la luz de las velas y correr entre las tinieblas.
La puerta de acceso a la peña también estaba abierta, y justo en el umbral, antes de entrar desde la calle a la sala de baile, encontró, de frente, a las grandiosas escaleras que subían a la planta de arriba enclaustradas en un espacio propio e independiente. En esa pared de enfrente y un poco escorado hacia la izquierda, se encontraba una abertura que daba acceso a la «zona chill», que no era más que un cuarto donde había varios sofás y algún colchón donde tumbarse y charlar con la misma música que se escuchaba en la sala de baile pero a menor volumen. A su derecha observó a Ferness que estaba preparando algo en la barra de copas.
Se acercó a su amigo, quien al momento advirtió su presencia.
—¡Hola Jannoh! ¿Cómo te han salido los exámenes? —le preguntó con expresión de evidente intriga.
«Pues bastante bien, la verdad», gesticuló él.
—¿Ya has terminado todos, entonces?
«Así es. Ya estoy totalmente libre. ¡Por fin!».
Ferness se alegró y le dio un divertido abrazo. Era un chico extrovertido y afable, bastante atento a los sentimientos de aquellos que le rodeaban.
—¡Qué bien! ¡Entonces ya estás con nosotros preparado para las fiestas del pueblo! —exclamó.
Jannoh asintió, y a continuación le preguntó por lo que había sucedido para que recuperaran la funcionalidad de la instalación eléctrica. Ferness le señaló una caja blanca que había en la pared de al lado y ambos fueron allí y abrieron la puertecilla. Jannoh comprendió enseguida que se trataba de un cuadro eléctrico.
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Empastre Cuántico. Perturbando a los seres del incordio.
Ficção GeralLa peña es el cuartel general donde un grupo de amigos adolescentes se reúnen frecuentemente para vivir sus experiencias conjuntas y las emociones de la vida. Pero esta peña de amigos descubre pronto que viviendo con ellos hay un fantasmagórico comp...