Athenea Miller:
—¿Dónde quiere que coloquemos estas luces, señorita? —dice uno de los decoradores.
—Por ahí estaría bien —señalo algunos de los árboles del jardín.
—Señorita Miller, acaban de llegar los del catering.
—De acuerdo, que preparen todo. Asegúrate de que todo quede impecable; soy un poco perfeccionista. Esta ceremonia debe quedar perfecta.
—Como usted diga.
Hoy es la ceremonia de aniversario de mis abuelos; ya llevan casados más de sesenta años. Suena como algo imposible, pero es cierto.
Como nunca se cumplen setenta años de casados, yo, su amada nieta, quise hacerles esta ceremonia de renovación de votos, claro, contando también con la ayuda de mi madre. Todo va viento en popa, tal y como queríamos. En esta noche no pueden haber ni siquiera pequeños detalles.
A la fiesta están invitados amigos de la familia, colegas de trabajo de mi madre, hombres y mujeres, dueños de grandes negocios; en fin, gente importante e hipócrita, que simplemente viene porque somos uno de los linajes más ricos y poderosos del país.
¿Qué? ¿Creían que por tener dinero iba a ser una mimada consentida? No. El dinero no define nada, ni quiénes somos, ni cuánto valemos. Es solo otro símbolo más de la arrogancia de las personas.
Cuando termino de verificar que todo esté bien para la noche, atravieso el jardín para encaminarme, a través de la mansión, hasta mi habitación y así poder arreglarme.
Una hora después, ya estoy lista. Llevo un vestido de color lila que me llega por debajo de las rodillas, unos tacones negros, el cabello en forma de bucles y mis joyas, con una tonalidad similar a la del vestido.
Cuando regreso al jardín, ya han comenzado a llegar los invitados. Decido ir a saludar, pero algo me lo impide: mi teléfono. Este se ilumina y veo que es una llamada de mi madre.
—Cariño, ¿cómo va todo por allá abajo? —dice mi madre al otro lado de la línea.
—Todo perfecto, mamá. En estos momentos me dirigía a saludar a algunas personas que llegaron.
—Está bien, cariño. Ya casi bajamos. Te amo.
—Ok. Y yo a ti —digo, poniendo los ojos en blanco con una sonrisa en los labios y cuelgo la llamada.
Mi madre fue a ayudar a mis abuelos a alistarse y arreglarse ella también. Falta poco para que bajen y podamos empezar.
Me acerco a unas mesas donde hay algunos invitados y los saludo cordialmente. Repito esto hasta llegar a saludar a todos los presentes.
Miro la hora en mi celular. Ya los anfitriones deberían estar aquí. Hablando de los reyes de Roma... Veo a mi madre con una cesta, esparciendo pequeños pétalos de rosas, bajando las escaleras que conducen al jardín. Detrás de ella vienen mi abuela y mi abuelo, con sus brazos entrelazados y unas grandes sonrisas en sus rostros.
Arianna, mi grand-mère (abuela), siempre ha sido hermosa; han pasado años desde su juventud, pero sigue igual de bella, dulce y esbelta. Mi grand-père (abuelo) Ronald es educado, respetuoso, un poco frío —lo necesario—, pero cariñoso cuando está de humor —casi nunca.
Mi madre es una mujer hermosa en todo el sentido de la palabra, tanto en lo físico como en lo sentimental. La admiro mucho; ha pasado por cosas... no muy buenas y su valentía es digna de admirar.
Dos horas después, mis grands-parents (abuelos) ya han renovado sus votos, picado el pastel y saludado a media fiesta. Sé que no soportan eso —la verdad, ninguno de nosotros—. En estos momentos me encuentro bailando en la pista de baile junto a mi madre.
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Renacimiento [EN PROCESO]
WerwolfEl ave fénix siempre fue una de las leyendas más populares; los ancianos del pueblo las contaban como si fueran verdaderas. Y el destino le tenía preparado un gran cambio a nuestra querida Athenea, arrastrándola a un precipicio de mentiras y secreto...