Hace siete meses...
«Ay, Dios mío. ¡No puede ser! Mi dulce Mochi, no», dijo Kwon Jiyong para sus adentros con un susurro grave y urgente. Estaba solo en el consultorio médico donde trabajaba, de modo que ni un alma oyó su voz atormentada.
Estaba horrorizado por los videos que acababa de mirar en la computadora de Daniel por accidente, mientras buscaba un archivo que le había pedido su jefe, el doctor.
Era un documento médico lo que buscaba al principio, algo que Daniel le había pedido que le imprimiera. Se había distraído al ver un icono llamado «Videos de Jimin» , y fue incapaz de resistirse a mirar lo que supuso eran unas alegres imágenes de su mejor amigo, a pesar de saber que estaba haciendo clic en algo que probablemente no debía mirar.
Se había esperado ver unas tomas felices de su amigo, un Mochi sonriente que, francamente, Jiyong no veía desde hacía tiempo. Últimamente su compañero andaba muy distraído y más nervioso de lo común. Jiyong desearía saber el porqué. Choi Jimin era una de esas personas dulces y amables por naturaleza.
Por desgracia, las escenas no eran dichosas; los videos eran terroríficos. Jiyong apenas llevaba una semana trabajando para el prometido de Jimin, el doctor. Era exigente, pero lo que acababa de ver le hizo darse cuenta de que Daniel era mucho más que el típico imbécil. ¡Era pura maldad!
Lloraba a mares cuando cerró sesión en la computadora y la desenchufó, a sabiendas de que tenía que llegar a Jimin lo antes posible. «Debo hablar con él. No puede casarse con él. ¿Por qué demonios sigue comprometido con él? ¡Ese cabrón tendría que estar en la cárcel!», pensó Jiyong, enfadado consigo mismo por no haber indagado antes sobre por qué Jimin se veía tan distinto desde que volviera a Nam-gu. Había supuesto que su amigo estaba distraído, ajustándose a volver a casa después de pasar tanto tiempo lejos para hacerse veterinario equino. Quizás estuviera estresado por sus próximas nupcias con Daniel. Casarse y planear una boda era estresante, ¿verdad? Especialmente cuando Jimin estaba intentando establecerse profesionalmente.
«Hay muchísimo más detrás de esta historia que no entiendo. Tengo que hablar con Jimin y averiguar por qué oculta que Daniel es un maltratador», pensó con un feroz sentimiento protector revoloteándole en el estómago al recordar todas las veces en que Jimin había saltado en su defensa en sus veintitantos años de amistad. ¿Cuántas veces se había ofrecido a ayudarlo a salir de la pobreza cuando eran niños? Jiyong ya había perdido la cuenta, como tampoco recordaba cuántas veces le había puesto la comida la familia de Jimin cuando su madre tenía que trabajar o Mochi le había regalado ropa y zapatos alegando que no le gustaba y que quería que los tuviera él.
«Jimin y su madre han hecho tantas cosas por mí a lo largo de los años», pensó atragantándose con un sollozo de pena, resuelto a asegurarse de que su mejor amigo no terminara con el mismísimo diablo por marido. Mochi se merecía el esposo más increíble que existiera.
«¿Por qué? ¿Por qué oculta lo que le está haciendo Daniel?». Jiyong no tenía respuestas, pero las averiguaría. Sacaría a Jimin de la relación a rastras si era necesario antes que quedarse mirando y de brazos cruzados mientras su amigo era condenado a cadena perpetua con Satanás.
Recogió su telefono frenéticamente, listo para dirigirse a casa de Jimin. Había sopesado llamarlo por teléfono, pero tenía que enfrentarse a él en persona. No tenía ninguna duda de que Mochi no sabía nada acerca de los videos y probablemente se horrorizaría cuando los viera.
Choi Jimin era su mejor amigo desde la escuela primaria y jiyong sabía que los gritos aterrorizados de dolor y agonía en el video no eran una especie de juego sexual morboso. Mochi estaba traumatizado, asustado y suplicaba a Daniel que parase.