Capítulo 1

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El sonido del molesto despertador le hizo despertar bruscamente. Como odiaba a ese espantoso aparato. El ring atronador era insoportable y en más de una ocasión había pensado en cambiarlo por un radiodespertador. Prefería empezar el día escuchando el ¡Buenos días Nueva York! de un locutor de radio en lugar del campaneo incesante que aún continuaba sonando. Extendió su mano y lo apagó de un manotazo.

Odiaba madrugar, y más cuando su sueño había sido interrumpido. Un húmedo y cálido sueño en el que se encontraba haciéndole el amor a su preciosa esposa.

Extendió la mano para abrazarla, pero encontró su lado de la cama vacío.

—¿Candy? —Preguntó aún con voz somnolienta— ¿Dónde estás, Pecosa?

—¡En el cuarto de baño! ¡Salgo en un momento! —Respondió algo malhumorada.

Terry se sentó en la cama vestido solo con su pantalón de pijama. Su día empeoraba por momentos; al madrugón se le unía el no haber podido despertar abrazado a ella.

La puerta del baño abrió y su hermosa pecosa hizo su aparición en la habitación. Con cara de haber dormido poco y una camiseta de él que usaba a modo de pijama se miraba preciosa.

—¿Por qué te has levantado tan temprano?

—Tus bebes creen que mi vejiga es un sonajero. Llevo toda la noche despierta haciendo pipi, ni siquiera sé cómo no me has sentido. —Se quejó llegando hasta él.

Terry sonrió y la abrazó por la cintura, levantando la camiseta de ella y dejando al descubierto su abultado vientre de ocho meses de embarazo. Sus dos bebes, según les habían confirmado, crecían fuertes y sanos dentro de su pecosa.

—¿Se están portando mal con mami? — Dijo besando su barriga, obteniendo una patada como respuesta.

— Están algo inquietos.

—Eso es porque tienen ganas de conocernos. Pero aún queda tiempo, pequeños, no seas impacientes. No pueden darnos ningún susto.

—¿Te preparo el desayuno?

— Mejor acuéstate, necesitas descansar. — Respondió levantándose y besando su frente.

— Es que... Yo también tengo hambre. — Candy lo miró como si acabara de confesar alguna travesura — Me apetece huevo con tocino, tostadas con mantequilla y zumo de naranja  y... ¡Chocolate!

— Espero que esas mezclas culinarias sean cosas de las hormonas. Está bien, me ducho y desayunamos juntos, pero prométeme que después descansarás un rato.

— Prometido.

Terry la besó en los labios para después encaminarse hacia la ducha. Si había alguien que pudiera considerarse afortunado en el mundo, ese era él.

Tenía su propia empresa, una mujer a la que amaba y en un mes tendría a sus pequeños bebés a los que consentiría y mimaría.

Llevaba junto a Candy tres años de casados, los mejores tres años de su vida. Se conocieron cuando ella, junto a sus pequeños alumnos visitaron su centro de trabajo. Era maestra de educación infantil, y adoraba a los niños.

Cuando la vio entrar en la oficina quedó prendado de ella. Ese día, un grupo de quince niños alborotaron la oficina de análisis financiero en la que había asistido a una reunión, pero no le importó. Hubiera está dispuesto a aguantarlos allí día tras día si con eso conseguía verla de nuevo.

Siempre había sido un poco atrevido y descarado, así que llamó al colegio donde ella trabajaba y con la excusa de llevarles unos regalos de propaganda a los pequeños consiguió que lo autorizarán para ir hasta su clase. De esa manera, con un cargamento de bolígrafos y libretas para los niños y mucha insistencia consiguió una cita con ella. A esa cita, le siguió otra y otra y otra más... Dando inicio a un año de noviazgo que culminó en boda y ocho meses atrás con la noticia de que iban a ser padres. Era sumamente  feliz.

Vestido con de manera formal, depósito la chaqueta y la corbata a un lado antes de sentarse frente a la mesa de la cocina para desayunar junto a su hermosa esposa, que vertía los huevos revueltos en los platos.

—Creo que no te lo he dicho nunca, pero odió el lugar donde organizas esas reuniones de negocios.

—¿En serio? ¿El World Trade Center? Pero si es un emblema de esta ciudad, es algo mítico, todo el mundo va a fotografiarse allí.

—Es demasiado alto. Esas torres... Dan vértigo.

— Y ese es el problema. —Afirmó— No es que no te guste, es que te dan miedo en tu estado las alturas, amor, y esa es una de las razones por las que vivimos en la tercera planta de un edificio de veinte y tenemos que soportar los ruidos de los vecinos.

—¿Me lo estás reprochando? —Preguntó enarcando una ceja.

— Solo estoy constatando un hecho. Además, en una semana estará lista nuestra nueva casa y ahí tendrás un jardín como a ti te gusta y sobretodo, no tendremos que soportar ningún ruido.

— Solo el llanto de tus bebés cuando nazca.

—Eso será música para mis oídos.

—Voy a grabar tus palabras y te las recordaré cuando llevemos tres noches sin dormir, entonces no dirás lo mismo, Señor Grandchester.

Terry rio ante ello. Sabía que venían tiempos difíciles para ambos, pero estaba ansioso por verles sus caritas a sus pequeños, aún no les habían puesto nombre, pues habían decido esperar hasta su nacimiento.

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