Capítulo 4

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— Nos vamos a ir al hospital, Candy. Te verá un doctor y mientras, George seguirá buscando a Terry.

—Pero... Tiene que estar bien, ¿Verdad, hermano? Él no puede estar en ese edificio. Puede que saliera a desayunar o que tuviera que ir a otro lado. — Dijo entre lágrimas— Él...  Él no puede...

—Tranquila, pequeña. Todo va a estar bien. No pierdas la esperanza.

Albert metió algo de ropa en una bolsa e improvisó una pequeña canastilla para los bebés, por si acaso. Al dolor por la incertidumbre de saber que había ocurrido con su cuñado se unía saber que el nacimiento de sus sobrinos que se podían estar adelantando.

Cuando vio las imágenes por el televisor no dio crédito a lo que estaba ocurriendo y la llamada desesperada de Candy informándole de que no podía contactar con Terry, le hizo salir corriendo en busca de su hermana.

Siempre habían estado muy unidos. Sus padres habían muerto en un accidente cuando Candy, tenía siete años y el diecisiete. Por lo que George, asistente y mano derecha de su padre se había hecho cargo de ambos.

Saber el sufrimiento por el que estaba pasando Candy, le estaba matando y Oraba  porque Terry, al que consideraba como a un hermano, estuviera a salvo.

Llegaron al hospital tardando más de lo habitual. Las calles estaban cortadas y había numerosos controles por toda la ciudad.

Cuando entraron todo era un caos. Médicos, auxiliares y enfermeras corrían de un lado para otros, había camillas por todos lados e improvisadas cabinas donde atender a los heridos.

Candy, se quedó paralizada al ver todo aquello, pero la nueva contracción que la atravesó la hizo salir del trance.

Albert se acercó al mostrador y al explicar el caso, un celador acudió con una silla de rueda y la metieron directamente para checarla y monitorearla. Minutos después el médico les informó que el parto se estaba adelantando. Los bebés no estaban bien posicionados para salir, por eso intentarían frenar las contracciones para ver si podían detenerlos y si no harían una cesárea de urgencia.

—¿Pero mis bebés está bien? —Preguntó asustada.

—Perfectamente. Si no somos capaces de frenar el parto la llevaremos a quirófano y sacaremos a esos pequeños impacientes, que al parecer tiene bastante prisa por salir. —Sonrió el doctor intentando calmar sus nervios— No se preocupe y esté tranquila.

Una vez en la habitación que le asignaron, Candy no paraba de removerse en la cama.

—¿Has averiguado algo Albert ? ¿George ha llamado?

—Le está buscando, hermana.

—Dame mi teléfono, probaré a llamarlo de nuevo. Puede que haya ido a casa y al no verme allí se habrá asustado y... Tengo que avisarle que puede que los bebés nazcan hoy. Tiene que estar a mi lado, no puede perderse el nacimiento de sus hijos  — Hablaba nerviosamente.

— Pequeña, escúchame. — Albert se sentó a su lado en la cama — Deseo de todo corazón que Terry no estuviera en ese edificio, pero tienes que empezar a pensar en la posibilidad de que puede que esté herido.

—No, yo sé que está bien y...

— Candy ...

—Es que no puede haberle pasado nada, Albert. Él tiene que estar bien. Si algo le hubiera pasado yo... me moriría.

—Tranquila, pequeña. Seguro que pronto aparecerá. Voy a ver si aquí tienen noticias de él, ¿De acuerdo? Tú intenta descansar, sabes que lo necesitas.

Candy no podía tranquilizarse. Estaba demasiado nerviosa con todo lo que ocurría a su alrededor. En el hospital no tenían noticias de Terry y había escuchado a su hermano hablar con George entre susurros, por mucho que lo intentó no consiguió escuchar nada, pero al parecer seguían sin noticias.

Las contracciones cada vez eran más intensas y dolorosas, su instinto le pedía empujar, pero no estaba dilatada con lo cual no podía hacerlo.

Su hermano llevaba un rato bastante serio y taciturno, estaba demasiado preocupado.

Albert Ardley estaba intentando no romperse. Había visto como ambas torres se derrumbaban. Era imposible que alguien hubiera sobrevivido y la idea de que Terry estuviera allí cada vez se volvía más real. Según George nadie tenía noticias de él. Sus padres estaban destrozados.

Albert había hablado con las enfermeras y les advirtió sobre la situación, Candy no debía saber que estaba ocurriendo. Si su hermana se enteraba de lo ocurrido probablemente sufriría un ataque de nervios.

El médico volvió a revisarla y les comunicó que iban a bajarla a quirófano. Debían hacerle la cesárea antes de que hubiera complicaciones. Las pulsaciones de los bebés habían disminuido y seguir prolongando esa situación podía traer problemas.

—¡Albert, tengo miedo! —Lloró contra su hombro.

—¡Todo va a estar bien, pequeña! Te lo prometo. —Aseguró besando su frente.

Las luces de quirófano le molestaban. Le habían preparado  e iban a comenzar con la intervención en seguida.

—Vamos a traer a tus pequeños al mundo, Candy. —Dijo el médico — Estos bebés serán un rayo de esperanza en este monstruoso día.

Candy, que estaba completamente atemorizada miró al hombre que tenía frente a ella cubierto por el gorro, la mascarilla y la bata y en cuyas manos sostenía el bisturí con el que la iba a intervenir.

—Doctor, —Habló con voz rota mientras que dos silenciosas lágrimas caían por sus mejillas— Está no era la forma en la que imaginé dar a luz. Mi esposo debía estar aquí, sosteniendo mi mano y aguantando mis gritos. Él... tenia su oficina en el World Trade Center, ¿Sabe? En la torre sur. —Su voz termino de resquebrajarse y las lágrimas se desbordaron de sus ojos al ver el gesto de asombro y congoja del hombre que intercambió un par de miradas con las enfermeras allí presentes — Llevo toda la mañana intentando hablar con él y no lo he logrado. Mi suegro y George que es como mi padre, no han podido localizarlo  y en los hospitales no saben nada de él. No sé si está vivo o...no, no,..puede estar nuer . . .

— Candy.......

—No. No diga nada, solo... Por favor, no sé si le he perdido a él, pero no puedo perder a mis bebés — Lloró.

—No te preocupes, dentro de unos minutos tendrás a tus hijos entre tus brazos.

Candy observó cómo él médico empezaba a trabajar en su abdomen, mientras ella, intentaba controlar su llanto, aunque era imposible. Terry debería estar allí, con ella. Pero no podía seguir negándose a la realidad. Había altas posibilidades de que Terry estuviera herido o...ni siquiera quería pronunciar esa palabra de nuevo, y ella tenía que ser fuerte.

El llanto de sus bebés irrumpió en el quirófano haciendo que enfocará su vista en ello.

—Aquí tienes a tus bebes sanos,  es un varón y una hermosa princesa —Dijio el doctor colocando a sus bebes sobre su pecho.

Son preciosos. El varón tenia una pequeña mata de pelo castaño como su padre y La Niña igual pero un poco más claro con una nariz muy parecida a la suya.

—Mis bebés, son hermosos . —Lloró besando sus cabecitas.

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