3- Primoinfección

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La piel de su dedo índice ardía, igual o peor que si hubiera dejado ese mismo dedo sobre la llama de una vela por cinco minutos seguidos. Unas horas antes podía mover su dedo con mayor libertad, y para ese momento sentía su dedo rígido.

¿Qué demonios era lo que tenía esa niña? Creyó que era una niña epiléptica con una crisis. Sin embargo, en más de veinticuatro horas nadie le había dicho nada directamente a él ni a su esposa o a sus hijos sobre

Recordaba claramente cómo había estado sosteniendo el laringoscopio frío y metálico dentro de la garganta de la niña, observando el tejido rosa dentro de esta. Su mano izquierda se encontraba sosteniendo fijamente el aparato mientras que su mano derecha estaba extendida hacia la enfermera joven que debía pasarle el tubo de intubación. En el momento en que lo recibió, supo que no era del tamaño adecuado para el espacio endotraqueal de la niña. Años de experiencia le habían enseñado estas cosas; Era el mayor entre los médicos y enfermeras en aquella sala de urgencias, por ende, con mayor experiencia. La ira y la desesperación por la falta de sentido común de alguien a la hora de elegir el tamaño correcto de tubo lo enfurecieron.

-Oye, quiero un tubo más pequeño -, exigió Sanders, lanzando el tubo hacia la enfermera vestida de color lila. No le importaban sus nombres, sólo los reconocía por los colores institucionales asignados a sus roles. Los médicos vestían uniformes azul marino; las enfermeras vestían de color lila.Las manos de la enfermera temblaron mientras buscaba frenéticamente en el cajón de los tubos empaquetados. Maurice decidió quitar la hoja del laringoscopio de la garganta de la niña. Ella parecía inmóvil después de recibir suficiente sedante para detener sus violentas convulsiones.En ese momento, Maurice cometió el mayor error de su carrera. Los primeros auxilios básicos enseñaron a nunca poner los dedos en la boca de un paciente con convulsiones. Sanders puso su mano sobre la boca entreabierta de Lucy.

No sintió el peligro, tal vez cegado por la ira. Mientras buscaba una máscara de ventilación para suministrarle oxígeno a Lucy, su mente se distrajo por su odio hacia las personas lentas, especialmente las mujeres, a quienes siempre consideró más torpes. Una sensación aguda en su dedo índice lo devolvió a la tierra. El dolor era indescriptible. Aunque sólo la punta de su dedo estaba roja, el dolor recorrió todo su ser. Los dientes de Lucy le habían cortado la piel como navajas cuando esta volvió a convulsionar.

Gritó y huyó de la habitación, con la sangre goteando de su dedo. Recordaba que la doctora Wallace llamó a alguien de epidemiología, quienes hicieron análisis rápidos en la niña para descartar VIH y hepatitis B, evaluando el riesgo de infección de Sanders. El dolor se intensificó cuando un residente limpió su herida con agua y jabón quirúrgico. Maurice recordó haber maldecido al residente y al estudiante de medicina que le pidió unos datos personales en ese momento.

"Quién sabe de qué pudo haberme contagiado." Sanders había dicho mientras epidemiología le hacía firmar el consentimiento informado.

Una hora más tarde, los resultados del VIH y la hepatitis B de la niña resultaron negativos y Maurice se sintió aliviado y un poco apenado por los comentarios que había hecho sobre la niña y su familia durante su enojo. El epidemiólogo a cargo, un amigo cercano y ex alumno suyo, le dijo que podía irse a casa, mientras mantuviera limpia la herida y tomara algunos antibióticos. Maurice no esperó mucho para irse tan pronto como dieron las 9 a.m. Pero su sorpresa llegó cuando ese mismo amigo lo llamó alrededor de las 5 p.m. Al principio, pensó que Joe simplemente estaba vigilándolo después del incidente. Respondió, sin saber que esta llamada cambiaría su día y su vida.

- Hola, Joe - Maurice saludó, acomodando su teléfono en la mesa mientras vinculaba sus audífonos inalámbricos -. Estoy perfecto, solo he tomado un Advil para el dolor.

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