—Que hermosa chica —dijo el abuelo, tomando mis manos—, cuando acabe la guerra, me gustaría tener una nieta como tú.
—Ya no hay guerra, padre —corrigió mamá desde la cocina—, y ella es tu nieta.
—Silencio, Raqsique —se quejó—, esa mujer perdió la cordura, no sabe en qué época vive. —me susurró.
—Me llamo Arthe, papá. —siguió mi madre.
Él miraba mis manos con cierta preocupación, quizá pensando en lo que había perdido de su cuerpo durante la guerra de hace veinte años. Ciertamente a mamá le faltaba un tornillo como afirmaba el abuelo, pero no tanto como a él, ni de la misma manera.
La guerra consumía la mente de las personas, era una de las razones por las que nos habíamos mudado a este pueblo, para que el abuelo pudiera tener algo de paz que no habría de conseguir en Artelia.
—¿Quién era Raqsique? —preguntó Chen, moviendo de nuevo sus orejas.
—Era la abuela. —respondió mi hermana mientras ponía los platos en la mesa.
—Cuando termine la guerra —insistió—, ¿podrías llevarme con tu mecánico? He perdido un par de dedos hace unos meses —explicó, enseñándome sus manos.
—Abuelo... ¿Dónde dejaste tus dedos? —pregunté, refiriéndome a las prótesis que ya le había hecho y no veía por ninguna parte.
—¿No te acabo de decir? Los perdí en la guerra. —, me miró con obviedad.
—No, abuelo, los que yo... Olvídalo, te haré unos nuevos. —, pasé de él y me senté a la mesa.
—¿Comiste? —preguntó mi madre.
—Sí. —mentí.
—No —me delató Chen—, bajamos directo al local.
—Es maleducado andar por ahí sin darle de comer a los invitados, Mika —me regañó—. Hace menos de un mes que tienes esas cosas —señaló con desdén—, ¿Cómo puedes siquiera pensar en seguir trabajando de eso?
—¿No te da miedo que vuelva a salirte un loco? —secundó mi hermana.
En defensa de sus alegatos, no les había dicho la verdad sobre como perdí las manos, sino que inventé a un loco cliente que me hirió, suplantando al enorme monstruo con armas desconocidas que me arrancó las manos sin dejar caer una gota de sangre, cauterizando mis heridas.
La guerra entre especies había terminado, había paz y buena convivencia, vivíamos en un pueblo pacifista, tenían todo un futuro aquí. ¿Cómo podía hablarles de una nueva amenaza?
—Mi trabajo no es peligroso, madre —aclaré—, solo hago prótesis.
—Pero bien se sabe que podrías hacer algo más —se quejó—, tus habilidades te tienen en la mira. No aprendes de Sazalyth.
—Me parece aburrido vender leña—rezongué—, sin ofender, hermana.
—¿Tú a que te dedicas, Chen? —desvió el tema mi madre, intentando -quizá fallidamente- evitar una pelea en plena cena.
—Entrenaba para ser soldado. —admitió. Era un tema difícil de tocar en mi casa, le admiraba la valía.
—Ya no hay guerras. —cerró mamá, con un tono de voz que nos avisaba a todos que no volviéramos a abrir la boca.
No es que me importara tener su aprobación sobre lo que hacía o quería hacer, pero sentir ese rechazo de su parte a veces me ponía de nervios.
Estaba negada a aceptar los estragos que habían quedado, o siquiera la paz contra la que había luchado. Arthe era la clase de mujer que sólo defendía a su gente, y luego de que se enamoró fallidamente de alguien de otra especie, nadie afuera de nosotros tres eran parte de su gente.
Chen también estaba excluido de eso, siempre tenía una daga bien amarrada a la cadera cuando sabía que iba a venir.
—Tu madre es algo racista —dijo cuidadoso, ya estando a solas en el invernadero.
—Algo mucho —afirmé—, pero entiéndela un poco, es de otra época.
—¿En qué bando luchaba? —preguntó.
—Es complicado, primero del lado de la unificación, luego del lado de la división, luego por ninguno y en ambos.
—No entiendo...
—Bien, pues —pensé mis palabras—... Cuando el abuelo perdió la pierna y los dedos, mi madre tomó su lugar en la guerra, ahí estaba del lado de la unificación, porque el abuelo quería eso.
—Ajá. —, comenzó a cortar tallos de Parion mientras yo hablaba.
—Pero mi mamá siempre fue algo conservadora, así que, en algún punto, cuando el abuelo se volvió demente, se cambió al bando de la división, para que cada especie se quedara lejos de las demás, ya sabes, humanos con humanos, elfos con elfos, magos con magos, y así.
—Pero tu padre era un mago. —contradijo.
—A eso voy —, me puse a cortar tallos con él—, ahí conoció a papá, durante la guerra, se enamoraron y quedó embarazada de Sazalyth, ahí simplemente dejó de luchar. Cuando papá la abandonó, mamá sólo se metía a las batallas buscando la muerte, suya o de quien fuera. Al final ya no le interesó ni la paz ni la unificación, sólo quería desahogarse, supongo.
—¿Y tú qué? —preguntó.
—Yo nací en un campo de batalla —conté—, según entendí, ahí se dio cuenta de que era lo verdaderamente importante y nos trajo a este pueblo junto con el abuelo, manteniendo un perfil bajo.
—Siempre pensé que eras adoptada —se burló—, ya sabes, tu madre y Sazalyth son una bola de músculos, morenas y toscas, y bueno tú...
—Dice que me parezco a mi padre.
—Cuando de niño me contaban historias sobre las guardianas del bosque, me imaginaba a algo más como tú que como ellas. —, me extendió la navaja cuando terminó de cortar.
—Cuando yo escuché de los elfos, no imaginaba a un cegatón. —me quejé.
—Intentaba hacerte un cumplido, me agradan más las personas pequeñas.
Decidí involuntariamente ignorar su comentario, perdiéndome en la vista que tenía el invernadero. Daba a un claro en el bosque, y a lo lejos se podía distinguir la nación de Artelia, con las luces artificiales que aquí nos seguíamos negando a usar.
Apagué las velas cuando Chen se fue, revisando bien que no se quedara ni una prendida pues de hacerlo, se haría un caos en el invernadero. No entendía la necesidad de usarlas cuando ambos veíamos en la oscuridad, pero él insistía y en algún punto me resigné.
Saqué la libreta y las pinturas, quizá estando sola, sucedería de nuevo aquella magia que se paseaba sin descanso dentro de mi cabeza.
Dibujé esta vez una flor de Parion, inspirándome en todas las que tenía sin tallo dentro de una cubeta con agua, listas para preparar té.
Para mi grata sorpresa, la flor volvió a salirse del papel, cobrando vida.
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Los celestiales
FantasyMe quedé dormida entre las flores, cuando reaccioné mi cuerpo estaba en el suelo, rodeado de tallos y pétalos, y mis piernas estaban aun sobre el cajón, con la libreta entre ellas. Sentía rara la mente, llena de imágenes curiosas, pero hermosas: es...