Capítulo 5. (Sin corregir)

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Cuando me pidió mostrarle mi mundo, quizá tomé el comentario más romantizado de lo que él quería.

—¿Y esto como se llama? —preguntó, sosteniendo un frasco con aceite natural de Aobea.

—Lo uso para curar las prótesis, va entre los "músculos" — utilicé mis manos como punto de partida para explicarlo; abrí el frasco -que bien podía pasar como un jugo de fresa y moras a la vista de cualquiera- y con una miga la pasé por las articulaciones de mis nuevos dedos—, va así, para ayudar a que se muevan sin problema y que la madera no envejezca.

—Parece una bebida —debatió, pero cuando lo invité a beber del frasco se retractó. Igual la Aobea era comestible hasta donde yo tenia entendido, aunque no iba a decírselo -así pudiese saberlo al leerme, no saldría de mi boca.

—¿Y esto? — señaló una herramienta. Sin embargo, llevaba al menos horas explicándole que era qué y para qué servía.

—Creo que deberíamos volver ya, pasemos por un café antes de que piense como diablos contarle a mi madre que un desconocido se quedará en su preciado espacio seguro —hablé de más.

—Podría quedarme acá —dijo, viajando con la mirada por el local. No era mala idea, sólo que no sabia si dejarlo ahí abandonado —. No me abandonarías, permanecería oculto.

Quizá si debía, quiero decir, ahí tenia un cuartito atrás con una cama y sería más cómodo al menos para mí no tener que compartir habitación con una especie de... chico. Jamás me había importado algo así, pero Xeres me ponía nerviosa.

No sé si por que no respetaba el espacio personal, o si era porqué actuaba muy íntimo, o porque venia de otro plano... O las tres cosas.

—Por lo pronto, vayamos por el café y algo de cenar. —pedí.

Salimos del mercado, bajando más y alejándonos más de mi casa, directo -tanto como se podía en las calles de este pueblo- a un café que conocía por una clienta.

Casi llegando al centro, había una plaza circular con edificios altos que parecían ocultar lo que yacía dentro; algunos lugares tenían espacios para comer sobre la banqueta y otros estaban debajo de los edificios, tan pequeños que no cualquier criatura podía pasar a ellos.

Era como si por su tamaño, clasificaran que tipo de clientes podían atender, aunque bueno, supongo que, en mi caso, al tener un local pequeño, era lo mismo.

El café estaba en un espacio en forma de luna, se ocultaba detrás de una fuente si veías desde la entrada a la plaza.

—¿A dónde vamos? —preguntó Xeres, con las manos bien agarradas a mi manga, como una especie de niño perdido. Claro, no tenia la más mínima idea de donde estaba.

—Al café. —reafirmé.

—Pero, ¿dónde está? —, esta vez bajó una de las manos a la mía. De verdad era raro llamar mías un par de prótesis, o que Xeres las tomara como si nada.

—Detrás de la fuente —, señalé, poca idea tenia de que tipo de comida servían ahí, o si él era capaz de comer cualquier cosa.

—Tampoco sé. —me respondió, como si hubiera dicho algo.

Era escalofriante, pero al mismo tiempo facilitaba las cosas. Igual no era que quisiera ocultar algo, simplemente no me interesaba que supieran de mí o que no.

—Podemos intentar con una mantecada y café — sonreí, pero no hubo la más mínima reacción.

—¿Qué es...? ¿Qué es café? —preguntó, tímido y apenado. Como si tuviera que saber... Pero ¿Cómo diablos no sabía? —¡Soy de otra parte! —gritó, arrepintiéndose al instante cuando voltearon a verlo.

Los celestialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora