Capítulo 3. (Sin corregir)

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Me quedé dormida entre las flores, cuando reaccioné mi cuerpo estaba en el suelo, rodeado de tallos y pétalos, y mis piernas estaban aun sobre el cajón, con la libreta entre ellas.

Sentía rara la mente, llena de imágenes curiosas, pero hermosas: estragos de mis sueños. Parecía que seguía ahí, en una alucinación mágica.

Recordaba una clase de ángel, con todas esas alas y ojos por todos lados, andrógino y bello como él solo.

—Pareces bastante débil a lo desconocido —escuché, era la misma voz que resonaba en mis oídos, su imponencia aún la percibía mi erizada piel.

Miré a todos lados sin poder mover el cuerpo, su existencia nacía desde un par de pies blancos a nada de mi cabeza. Cubría la luz del sol con sus enormes alas.

—¿De dónde saliste? —pregunté. El invernadero estaba cerrado, conocía a absolutamente todas las criaturas del pueblo y aparte había estudiado todas las que se supone existían en el planeta, ¿Qué era esta persona?

—De la libreta —explicó—. Tú me dibujaste, dormida, y a los demás, pero parece que ahora sólo eres capaz de traer a uno —, no sabía bien que veía la criatura, pero todos sus ojos parecían recaer sobre mi cuerpo tumbado—. Perdón, no fue intencional ver.

Mi playera estaba un poco levantada y se me veía la piel del abdomen, se asomaba mi tatuaje de la tría prima.

—No sé bien quién eres o que necesitas, pero el local lo abro cuando el sol está en el centro del cielo —me levanté tan rápido como pude, pero esa velocidad me hizo torpe, golpeándome el tobillo con el cajón, perdí un poco el equilibrio y él me sujetó.

—No soy un cliente, salí de la libreta —remarcó—, ¿recuerdas el templo y el libro? ¿o a nosotros? ¿Algo?

Acercó su rostro mientras me ayudaba a ponerme de pie, tenía los ojos en las esferas que giraban alrededor de su cabeza, bueno, eran como partes de una esfera, girando en diferentes direcciones, haciendo un ruido mecánico.

Me solté de golpe intentando quedar lo más lejos posible, con la libreta en las manos. La hojeé con desconfianza, y si, había muchos como él dibujados ahí, cada uno en una hoja distinta.

Permanecía la primera flor que dibujé, y la de Parion.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí metido? ¿Y por qué dibujaste en mi libreta? —ataqué, pero mi valor disminuyó cuando todos sus ojos se abrieron, si era bello, pero también escalofriante. Me alejé inconscientemente y tropecé con la cubeta de flores, para mi terror, volvió a sujetarme, tomando mi brazo con una de sus manos y colocando la otra en mi espalda.

—¿Te dan miedo mis ojos? Puedo esconder un par —, soltó mi mano y la pasó por su rostro, desintegrando en apariencia las esferas —, sólo necesito los de atrás, pero no tienen por qué verse —explicó.

—¿Qué eres? —pregunté con hilo de voz.

—mmm... Aquí creo que nos llaman ángeles, ¿no pensaste eso antes? Que éramos ángeles.

Sentía perder la razón mientras observaba su rostro sin las partes de la esfera, tenía rasgos más masculinos, y unos preciosos -más naturales- ojos dorados.

—¿Eres real? —, me enderecé.

—En otros planos sí, pero en este lo soy gracias a ti. —respondió.

—¿Qué fue ese sueño?

—Más que un sueño, yo diría que fue un viaje —, se alejó de mí y empezó a tocar las plantas—, pero será mejor que lo vayas reviviendo antes de que te cuente algo, son cosas difíciles de procesar, y pareces bastante asustada sólo de verme. —su voz tenía pequeños atisbos de tristeza.

—No esperaba despertar acompañada con un chico de cientos de ojos viéndome el abdomen —jugué, intentando tranquilizarme y a él.

—¡Perdón! Nunca te había visto así —, abrió los ojos y parpadeó muchas veces antes de mirar a otro lado—, con la playera levantada...

Iba a molestarlo con eso, pero mi parte racional entró en vigor.

—Bueno, ángel de la libreta, va siendo momento de despedirnos —, su expresión de tristeza hizo que me retractara un poco, seguro en mi naturaleza estaba ser blanda—, tengo que ir a trabajar, a menos que quieras acompañarme.

Sus alas se agitaron y saltaron plumas para todos lados, se movió rápidamente de donde estaba para terminar a un paso de mí, luego sujetó mis manos, viéndome con anhelo y emoción.

—¿De verdad puedo? —, sonrió. Por todas las vidas pasadas y futuras, si me sonreía así de nuevo, iba a terminar a sus órdenes.

—Sí... Aunque creo que llamarías demasiado la atención si sales de aquí —, intenté reprimir el impulso de soltarme y volver a huir.

No es que me inspirara terror o algo negativo, pero era normal desconfiar de una criatura extraña; por más difícil que fuese para mí, ya había perdido las manos por una criatura que salió de la nada.

—¿Por qué tus manos son de Pades? —preguntó, bastante conectado con mi cabeza—. Puedo esconder las alas, ¿hay gente totalmente blanca por aquí?

—Un no sé quién me cortó las manos —divagué—, y si, seguramente pases por elfo o mago, o algo más terrenal.

—No veas, no es agradable. —pidió.

Me soltó y retrocedió un poco, cubriéndose el rostro con sus pálidas manos; su espalda comenzó a crujir, saltaban plumas cubiertas de un líquido dorado mientras las alas se movían rígidamente y su cuerpo se sacudía. De un momento a otro los tres pares de alas que habitaban en su espalda, desaparecieron.

Claro que ignoré por completo su petición de no ver, y si, no fue agradable, pero tampoco algo que no pudiese tolerar.

—Trabajo en el pueblo, en los mercados —expliqué cuando bajábamos del invernadero a la casa—, lleguemos a comprar algo de comer, ¿necesitas comer? —pregunté.

—Generalmente, si —, caminaba viendo a todos lados moviendo las manos con nerviosismo—, pero ahora estoy tan nervioso que no tengo hambre.

—¿Habías visto la Tierra antes?

—Si... en el libro de la profecía —confesó. Recordé que antes había mencionado algo de un libro, algo que seguro yo debía saber por un sueño del cual sólo me quedaba ya la sensación.

Era extraño como lo que para mí era normal y hasta aburrido a veces, para él parecía una total aventura, recorrer un planeta sólo conocido por dibujitos en un viejo libro de madera.

Al darme cuenta de la exactitud de mis pensamientos sobre ese objeto, no pude evitar creer un poco que quizá si había sido una especie de viaje, pero igual no me fie mucho de ello.

—Por qué si no crees que soy o de dónde vengo, o lo que dije del viaje... ¿me llevas contigo? —preguntó mientras bajábamos las escaleras que solía simplemente saltar.

—¿Puedes leer mi mente? —acusé.

—Más que eso, trasmites sensaciones, todos lo hacen, aunque creo que verlo es algo que sólo yo puedo hacer... —dijo dudoso.

—¿Los demás ángeles no pueden?

—No. Nadie tiene corazón o ideas propias por allá. —dijo seco. 

Los celestialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora