Capítulo 6

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Al final del caminito, veo a Melissa acercándose apresuradamente hacia mí. Me encuentro sentada en uno de los bancos ubicados en los extremos, mientras trato de contener el dolor soplando mi herida.

—Ele, cariño. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? ¿Puedes caminar? —expresa con mucha preocupación.

—Si si, no te preocupes. Solo fue un imbécil que pasaba por aquí demasiado rápido y casi me atropella. Y ya me duele menos, aunque aún así al andar me resulta muy molesto. Pero seguro que no es nada grave —trato de tranquilizarla, aunque yo sabía perfectamente que la herida de la rodilla no pintaba nada bien.

—Pues agárrate bien a mí. Venga, vamos —dice agarrándome de la mano para caminar. —Te llevo hasta mi casa y limpiamos esa herida. Después si te quieres ir, te acerco hasta la tuya. ¿Te parece?

—Vale.

Y así fue. Recorrimos todo el camino hasta llegar a un imponente y altísimo portalón blanco. En ese momento Melissa se dirige hasta una esquina y presiona el botón de un aparato. A través del se podía escuchar una voz automatizada que nos permitía la entrada abriendo el gran portalón blanco.

—¡Joder, vaya casa! —digo en mis pensamientos.

Cuando este se abrió, lo primero que pude ver fue una majestuosa fuente de piedra rodeada de pequeños arbustos. El suelo empedrado se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con amplios espacios de césped que formaban un extenso jardín. Por no hablar de la casa. Bueno, mejor dicho, el palacio.

Al entrar en el recinto de la residencia, un asistente de Melissa se acercó hacia nosotras. Tomó mi brazo y empezó a caminar a mi lado, brindándome su apoyo.

El sendero de piedra nos llevaba hasta la puerta, que medía alrededor de tres metros y lucía un profundo color negro azabache. Desde cerca, la casa era aún más impresionante. Cada columna, pared, techo, ventana e incluso los diminutos balcones, estaban meticulosamente tallados, convirtiéndola en la residencia de ensueño para cualquier persona.

El asistente, (un hombre de unos cuarenta años) abrió la puerta principal, revelando un elegante recibidor. En él se encontraba un suelo ajedrezado de mármol, una mesa de roble adornada con un hermoso ramo de rosas blancas, numerosos cuadros decoraban las paredes, pero lo que más captó mi atención fue una lámpara blanca suspendida del techo.

¡Era impresionante! Su diseño era una obra maestra de elegancia y sofisticación. Estaba elaborada con cristal blanco y alucinantes formas geométricas. Cada detalle estaba cuidadosamente trabajado, provocando ser el centro de atención de todo el recibidor.

—Fue un regalo que me hizo mi padre cuando compramos esta casa. ¿A que es preciosa? —dice después de ver que me quedé asombrada mientras la apreciaba.

—Eeess... increíble.

—¿Verdad? Venga Ele, vamos a limpiarte esa herida.

No tardamos mucho hasta llegar al lujoso baño. La decoración era exquisita: un lavabo de porcelana, un espejo enorme que abarcaba casi toda la pared y una impresionante bañera que invitaba a sumergirse en ella con solo imaginarlo.

Mientras yo admiraba el baño, Melissa rebuscaba en uno de los cajones del mueble. De él, sacó un par de algodones, alcohol para desinfectar la herida y unas tiritas con dibujos de princesas.

—Subiré un momento, pero bajaré enseguida. Por si quieres empezar a curarte la herida —me dice sonriente.

Asiento la cabeza y ella se va.

Mientras cojo el alcohol para así verterlo en el algodón, una vocecita interrumpe mi acción.

—¿Tú quién erez?

Susurros De Amor En Un Lago AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora