Daphne

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Un sueño, bueno, una pesadilla. Una pesadilla perturbadora. La misma pesadilla de hace una semana, de hace un mes, de hace casi un año. Joder, ¿Qué significaba?

—Señorita, le estoy hablando.— dijo una voz de fondo, pero no le hice caso.

Tal vez esa pesadilla era algo más. Un aviso. ¿Quién era esa persona? ¿Yo en el futuro? ¿Y esa habitación que era? La puerta dibujada por un niño... No habían más puertas, bueno, en sí no había ninguna. ¿Y si en realidad, alguien me secuestró a la noche, me llevó a esa sala y cuando vi el cuerpo colgando me durmió y me devolvió a mi casa? Así sucesivamente... ¿Qué coño digo? Eso es imposible...

—¡Señorita!

Agité la cabeza nerviosa y miré a la persona que tenía en frente. Un hombro de 60, más o menos, con traje y bien peinado.  Se notaba que tenía dinero. Un reloj de oro y 3 anillos, también de oro. 

Había venido a la comisaría. Estaba sentada en una silla frente a la mesa de el hombre, que parecía mafioso, pero lo que era es un flipado. Bajé la cabeza y vi mis manos sudando, empecé a sentir mucho calor, creo que me estaba mareando por pensar en el sueño, pero no dije nada.

—Sí, sí, perdóneme, es que no dormí mucho...— contesté mirándole nuevamente.

—No se preocupe, a ver, dígame su nombre...— dijo poniendo las manos sobre el teclado de su ordenador, al parecer iba a apuntar algo.

—D- Daphne... Daphne Eversley...— dije mientras mi pierna temblaba.

El hombre asintió apuntándolo en su ordenador.

—¿Edad?— me preguntó.

—26...— contesté, mi voz temblaba un poco.

—¿26 qué?— preguntó mirándome por el rabillo del ojo.

Sabía que solo quería molestarme porque estaba nerviosa, pero no iba a dejar que ese flipado se riera de mi.

—26 años.

El hombre asintió con la cabeza y lo apuntó.

—Así que usted quiere...— el hombre acercó la cara a la pantalla. —Debe haber sido un error, ¿no?— me miró.

Yo ya estaba de nuevo en mi mundo. Ya iba a hacer un año que tenía esa pesadilla, tal vez debería buscar a alguien que me dijera que pasa. Una habitación blanca... ¿Tal vez un manicomio? Una persona colgando... ¿Alguien que yo conocía?

—¡Señorita Eversy!— gritó el hombre, le miré.

—Es Eversley, gracias...— dije algo molesta, odiaba cuando decían mal mi apellido, tampoco es muy difícil, ¿no?

—Lo que sea, creo que hay un error aquí, debe confirmármelo.

Asentí y miré la pantalla. "Solicitud para psicóloga de Miles Nathaniel Hilton", estaba bien. Miré al hombre mientras me acomodaba de nuevo en la silla.

—Está bien.— comenté, el hombre elevó las cejas.

—¿Usted quiere ser la psicóloga del asesino en serie más peligroso de estos tiempos?— me preguntó, yo asentí.

—Exacto, ¿algún problema?

-No se si usted estará lo suficientemente calificada para ayudar en un caso como este, quiero decir, lo hemos conseguido atrapar después de 8 años detrás de él, el es muy peligroso y usted en muy...— dijo el hombre rascándose la nuca, no terminó la frase.

-Mire, yo aquí estoy más que calificada, llevo trabajando en psicología forense por 5 años.— respondí, este señor ya me estaba provocando demasiado, me daban ganas de matarle ahí mismo.

—Señorita, hay gente que lleva más años que usted trabajando en psicología forense, y gente más madura.

—¿Perdone? Mire, yo le estoy tratando con respeto, así que haga el mínimo esfuerzo de hacer lo mismo.

—Yo solo digo la verdad, señorita.- me contestó con desdén.

Cerré los ojos para relajarme, inhale, exhalé y le miré de nuevo.

—Mire, yo he sido la única que ha tenido los ovarios de venir aquí y presentarme para ser psicóloga del puto asesino más peligroso de estos años, ¿por qué? Porque me da la puta gana, y usted no tiene el derecho de encima insultarme, ¿si? Porque si empezamos así, a lo mejor yo también necesito un psicólogo después de matarle.— dije levantando un poco la voz, mis manos temblaban por la adrenalina.

—Relájese señorita, no hay porque amenazar...— dijo el hombre, se notaba algo de miedo en sus ojos, yo solo suspiré.

Miré al techo para relajarme un poco y le miré otra vez.

—La solicitud hecha esta. Si me dejan ser la psicóloga de Miles, lo seré, sino, ya me buscaré otra cosa.— dije.

Cogí mis cosas, me levanté te la silla y salí por la puerta. Ese hombre ya me había cansado. Era un flipado, un presumido de mierda, un puto pesado.

Salí de la comisaría, y cuando iba a meterme al coche, oí a alguien gritar hacia mi.

—¡Espere señorita!— era el hombre.

Le ignoré y me subí al coche, pero el tocó a mi ventanilla, yo la bajé después de rodar los ojos.

—¿Qué?— pregunté.

—Quería pedirle disculpas, me comporté como un niño, perdóneme. He revisado sus informes y al parecer ya tiene experiencia, pero me parece curioso, ¿5 años trabajando y ya tiene suficiente experiencia?— preguntó el hombre jadeando por correr detrás de mi.

—Mire, con todo el respeto, no conoce una mierda de mi, no me ha visto en su puta vida, así que, pregunte antes de insultar, y no le importa porqué tengo experiencia, gracias.— digo subiendo la ventanilla.

Arranqué el coche y el hombre continuó tocando la ventanilla. Suspiré y bajé la ventanilla de nuevo.

—Tome.— dijo entregándome una tarjeta con una cuerda para colgármela en el cuello. —El lunes aquí a las 7 de la mañana.

Cogí la tarjeta frunciendo el ceño confundida. Miré al hombre y luego a la tarjeta. La tarjeta que ponía que trabajaba en el caso de Miles. Por fin. Una pequeña sonrisa se formo en mi rostro. Me colgué la tarjeta en el cuello y miré al hombre.

—Gracias...— le dije, él me sonrió.

—No es nada.— y volvió a la comisaría. 

Subí la ventanilla y solté unas risitas de emoción. Por fin, por fin, por fin ya podía trabajar de verdad. Empecé a conducir hacia mi casa y llamé a mi madre por el manos libres.

—¡Hola mi vida! ¿Qué tal?— preguntó mi madre cuando respondió a la llamada.

—¡Me cogieron para el caso de Miles!— exclamé emocionada.

—¿Sí?— contestó mi madre.

—¡Sí! Me han dado una tarjeta donde lo pone, estoy muy contenta. ¡Por fin consigo algo!

—Mi amor, ya has conseguido mucho, tu sabes que yo ya estaba orgullosa.— me respondió mi madre.

Solté unas risitas y al levantar la vista de el aparato de el aire, vi un hombre corriendo en medio de la carretera. Frené en seco para no atropellarle.

—Joder...— murmuré suspirando.

—¿Qué haces? ¿Por qué paras? Atropéllale joder.— dijo mi madre.

—¿Qué? Como sabes...— mi madre me interrumpió.

—¡Que le atropelles! Está como un silbo, ¿no le ves? Solo le haces un favor...— su voz empezó a sonar... distinta.

—¿Qué dices mamá? ¿Estas bien?

—¡Que le puto atropelles!— gritó y le colgué.

¿Qué cojones?


Tu confías en mi, ¿verdad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora