Escucha Bien a tu Alrededor

656 20 5
                                    

Era un día nublado y solitario. De color gris. Probablemente nadie lo recordaría al día siguiente, pues dicen que el color gris es un color para olvidar.

Las calles estaban empapadas de la lluvia que había caído horas atrás. Para alguien a quien le gustara la tranquilidad, era un día perfecto. Sin ruidosos autos pitando, sin niños gritando, sin padres ni madres de familia jalando a los hijos, exasperados porque el chiquillo quería ver el escaparate de los juguetes.

Todos preferían estar en su hogar, viendo desde dentro a los desafortunados que habían olvidado la sombrilla. Viendo como los autos pasaban y mojaban de pies a cabeza a los transeúntes.

Pero había una chica a la que no le importaba nada de eso. Caminaba por la acera y era la única persona que se veía en el área. Sus botas chillaban desagradablemente a causa del agua. Iba apresurada, pues en casa la esperaban un chocolate caliente, una cobija suave y una tarde de comedias románticas. Su madre se lo había prometido antes de irse al trabajo, e incluso había solicitado salir temprano. Su madre trabajaba mucho.

La chica tomó un atajo para llegar pronto. Su madre siempre le advertía no irse por ahí, pues decía que era una comunidad insegura. Ella decidió que no importaba, no se veía a nadie cerca y además llegaría más rápido.

Iba tan ensimismada pensando en lo que iba a hacer cuando llegara a casa, que no escuchó los pasos que se aproximaban a ella. Rápidos, desesperados. Solo advirtió el peligro cuando su boca fue cubierta por un pañuelo con alguna sustancia extraña. No pudo gritar, mucho menos correr. Lágrimas surgieron de sus ojos antes de que estos se cerrasen.

Su madre la estaría esperando por siempre.

Escucha Bien a tu AlrededorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora