Capítulo 3: Los Amores que Desaparecen

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La primavera había llegado a la ciudad, trayendo consigo una brisa cálida y el aroma embriagador de las flores en flor. Samuel sentía que la vida volvía a las calles, a su despacho, y, de alguna manera, a su propio corazón. Sin embargo, la llegada de la primavera también le recordaba los días luminosos que pasó junto a Isabel, cuando todo parecía posible y el amor florecía con la misma intensidad que las flores en el jardín.

Una mañana, mientras Samuel revisaba sus pedidos, recibió una visita inesperada. Un hombre mayor, con el rostro marcado por las arrugas del tiempo y los ojos llenos de historias no contadas, entró en su despacho. Samuel lo reconoció de inmediato: era Don Manuel, un cliente que había acudido a él años atrás para escribir una carta de amor a su difunta esposa. Don Manuel se había convertido en un visitante ocasional, compartiendo sus recuerdos y buscando consuelo en las palabras de Samuel.

"Buenos días, Don Manuel," saludó Samuel con una sonrisa amable. "¿En qué puedo ayudarle hoy?"

Don Manuel se sentó con dificultad en la silla junto a la ventana y sacó un viejo sobre amarillento de su bolsillo. "He encontrado esta carta," dijo, extendiéndosela a Samuel. "Es una carta que mi esposa me escribió cuando éramos jóvenes. Quiero que la leas y me ayudes a responderle, aunque sé que ella ya no está aquí para recibirla."

Samuel tomó la carta con cuidado, sintiendo el peso del tiempo en el papel desgastado. La abrió y comenzó a leer en voz alta:

"Querido Manuel,

Recuerdo la primera vez que nos vimos. Fue una tarde de verano, y el sol iluminaba tu rostro con una luz dorada. Desde ese momento, supe que siempre estaríamos juntos. Cada día contigo ha sido una bendición, y aunque a veces la vida nos ha puesto pruebas difíciles, nuestro amor ha sido mi refugio y mi fortaleza. Te amo con todo mi corazón y siempre lo haré.

Con amor eterno,

Elena"

Al terminar de leer, Samuel levantó la vista y encontró a Don Manuel con lágrimas en los ojos. "Quiero que le digas cuánto la extraño," susurró Don Manuel. "Quiero que sepa que mi amor por ella nunca ha disminuido, y que cada día sin ella es un desafío."

Samuel asintió y tomó su pluma. Las palabras fluyeron con una facilidad que solo el amor verdadero puede inspirar. "Querida Elena," escribió, "desde que te fuiste, mi vida ha sido una sombra de lo que fue. Cada rincón de nuestra casa guarda un recuerdo tuyo, y en cada uno de ellos encuentro consuelo. Te extraño más de lo que las palabras pueden expresar, y aunque sé que no puedes leer esta carta, espero que de alguna manera puedas sentir mi amor. Con todo mi amor, Manuel."

Entregó la carta a Don Manuel, quien la guardó con cuidado en su bolsillo. "Gracias, Samuel," dijo con una voz quebrada. "Tus palabras me han dado paz."

Después de que Don Manuel se fue, Samuel se quedó reflexionando sobre el amor que trasciende el tiempo y la muerte. Pensó en Isabel y en cómo su recuerdo seguía vivo en cada carta que escribía. Decidió que esa tarde, cuando la luz del atardecer bañara su despacho en tonos dorados, escribiría otra carta para Isabel.

Mientras preparaba su escritorio, la campana sobre la puerta sonó nuevamente. Esta vez, una joven pareja entró, tomados de la mano. Sus rostros estaban iluminados por una alegría contagiosa, y sus ojos brillaban con la promesa de un futuro juntos. Se presentaron como Ana y Luis, y querían una carta para celebrar su compromiso.

"Queremos que nuestras familias sientan la felicidad que sentimos hoy," explicó Ana. "Queremos compartir con ellos este momento tan especial."

Samuel los escuchó con atención, capturando cada detalle de su historia. Recordó los días en que él y Isabel soñaban con un futuro juntos, haciendo planes y compartiendo sus esperanzas. Con una sonrisa melancólica, tomó su pluma y comenzó a escribir.

"Queridos familiares," escribió Samuel, "con gran alegría queremos compartir con ustedes la noticia de nuestro compromiso. Nos sentimos bendecidos de tenernos el uno al otro y de poder caminar juntos hacia el futuro. Esperamos que este momento de felicidad nos una aún más como familia y que podamos celebrar muchos más momentos juntos. Con amor, Ana y Luis."

La joven pareja quedó encantada con la carta y se despidió agradecida. Samuel los observó salir, tomados de la mano, y sintió una mezcla de felicidad por ellos y nostalgia por su propio amor perdido.

Esa noche, cuando el cielo se oscureció y las estrellas comenzaron a brillar, Samuel se sentó junto a su ventana y escribió otra carta para Isabel. El sonido de la pluma sobre el papel era como una melodía que calmaba su alma.

"Querida Isabel," escribió, "hoy he visto a una joven pareja llena de amor y esperanza. Me recordó a nosotros, a los sueños que compartíamos y a la promesa de un futuro juntos. Aunque no estás aquí, tu amor sigue siendo mi guía. Te extraño cada día y cada noche, y en cada carta que escribo, te siento cerca. Con amor eterno, Samuel."

Guardó la carta junto a las demás y se permitió unos momentos de silencio, recordando los días felices y aceptando la tristeza que acompañaba esos recuerdos. Sabía que, aunque Isabel no estaba físicamente presente, su amor perduraba en cada palabra, en cada suspiro convertido en letra.

Samuel apagó la vela en su altar, cerró su despacho y se preparó para un nuevo día. Con cada carta, continuaba tejiendo una red de amor y esperanza que conectaba a las personas, recordándoles que, aunque los amores puedan desaparecer, sus huellas permanecen en los corazones de quienes los vivieron.

Cartas del Corazón PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora