Abdomen - AoSaku

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Sakurai no puede despegar la vista de los abdominales de Aomine.

Sinceramente, Aomine Daiki era un tipo de temer. Por más que Wakamatsu tratara de ponerse a su altura en cualquier discusión todos en Tōō sabían que Aomine ganaría fácilmente en cualquier pelea callejera. Bastaba con una simple mirada de esos ojos azules tan fastidiados de la vida para componerte, acomodarte tus ropas y pedir perdón al mundo por nacer.

O así lo veía Sakurai Ryō al conocerlo.

Era una opinión bastante distorsionada si tomábamos en cuenta la personalidad frágil y la poca autoestima del castaño pues él, con cualquiera que le gritara tantito, rogaba perdón.

Una situación fácil de soportar si sabías manejarlo.

Pero pese a lo intimidante que podía ser el As, Sakurai también pensaba que era un tipo atractivo.

No iba a mentir, la primera vez que lo vio cayó profundamente enamorado del ardiente moreno. Para su desgracia él no iba a los entrenamientos por flojera, pero no le quitaba la ilusión de verlo en el gimnasio junto a él. Era algo que lo motivaba a ir a entrenar, además de su amor por el deporte. Por que por más que amara al chico milagroso de Teiko no lo pondría como excusa para ir al club de baloncesto. Tenía sus prioridades, Aomine era un extra.

Después de jugar contra Seirin todo cambió.

Si Sakurai no fuera como es le hubiera llevado un postre al par de Seirin por haberle devuelto la emoción a Aomine. Gracias a su golpe de realidad el chico comenzó a asistir a los entrenamientos con más frecuencia y verlo hablando con Momoi y robándole su bento era más habitual. También las discusiones con Wakamatsu.

Y, sobre todo, eso.

Sakurai se enamoró del gran autoestima de Aomine, de sus habilidades, su aroma, sus facciones, su voz. Era el hombre más masculino que conoció, que le movió la tierra y le provocó querer ser una mejor persona, tener más fe en él mismo como lo tenía el propio Aomine con su persona. Sakurai lo admiraba.

Y lo deseaba.

Jamás le había puesto la suficiente atención para notar que cuando el rostro de Aomine se llenaba de sudor tomaba el extremo de su camisa y la usaba como toalla, ¡sin quitársela! Dejando expuestos sus trabajados abdominales.

Se consideraba un experto en la cocina, su especialidad eran los postres, y hasta ese punto nunca había visto un chocolate tan exquisito como la piel de Aomine Daiki. El sudor que corría por su cuerpo se resbalaba en el pliegue de los abdominales, justo en medio de su cuerpo, moviéndose con una lentitud para terminar en los azules vellos que se asomaban nada discretos por el short.

Era una vista en la que Sakurai se perdió una y mil veces.

Llegó a tener sus sueños húmedos, frustrándose cuando no podía volver al sueño por las mañanas.

Pero Sakurai ascendió a los cielos antes de tiempo y todavía en vida.

El como llegó a tener un noviazgo con Daiki-san era, a ese punto, increíble. Simplemente pasó, Aomine llegó un día y le pidió ser su novio, sin rodeos y directo tratándose del As. Sakurai, con el autoestima del otro lado del mundo, declaró no ser suficiente para alguien superior al moreno y que, pese a que también estaba enamorado, no estaba seguro de si ser novios era lo ideal.

Un beso de Aomine le dejó en claro que no le importaba, que lo quería a él.

Y si Sakurai tenía una pizca de duda al día siguiente, en el entrenamiento, Aomine le advirtió a todos los del equipo, incluido los nuevos, que su novio era Sakurai Ryō y pobre de aquel que se le acercara con una segunda intención.

Besos, abrazos y palabras amorosas impropias del intimidante Aomine Daiki le reforzaron el hecho de que, efectivamente, el amor era mutuo.

Un día, con la hormonas bailando a flor de piel, Sakurai se puso travieso.

Daiki era jodidamente bueno en los besos, para él no había besos castos, solo húmedos con implicaban la lengua y mordidas que te dejaban hinchados los labios. Y a Ryō le encantaban mucho de esos.

¿Saben qué también le gustaba a Ryō? Los abdominales de Daiki.

Como Aomine ya era todo suyo, ellos también.

Habían llegado a la vacía casa del castaño. Los padres de Ryō abandonarían su hogar unos días por motivos de trabajo y llevó a Daiki con obvias segundas intenciones. El moreno lo sabía, así que cuando cruzaron la puerta y esta se cerró aprisionó al adorable chico en el pasillo de la puerta, contra la pared.

Lo besó, metió su lengua y saboreó cada parte del interior de su boca con intensidad. Sus manos aventaron los maletines escolares lejos de ellos, empezó a desvestirlo del innecesario uniforme de Tōō. Maldito saco azul marino y camisa de botones, las odiaba mucho.

Pero no la corbata, no podía odiarla si cada que se lanzaba a su pequeño honguito Sakurai lo tomaba de ella para jalarlo y buscar su calor. La corbata hacía todo mejor.

El castaño también comenzó a desvestirlo, le quitó el saco y desabotonó su camisa para después enfocarse en su cinturón. Escuchó el cuero rozar el pantalón antes de tocar el suelo significando que ya no sería un problema.

Aomine decidió que tomarlo de los muslos y llevarlo al sillón sería su siguiente pasó, pero Sakurai lo tomó desprevenido.

El pequeño chico cambió lugares y lo apoyó contra la pared, sorprendiéndolo. Iba a reclamar algo, pero cuando lo miró se encontró con el Sakurai que daba triples en la cancha, el serio y centrado Sakurai que le ponía tan duro con una mirada.

Las blancas manos le desabrocharon el botón del pantalón y le bajaron la bragueta, dejándolo en bóxer. El pantalón tocó sus tobillos y los dedos de Ryō su abdomen.

Y a eso se refería cuando decía que loa abdominales de Daiki eran como el chocolate que jamás a probado en la cocina, la morena piel hacía ver como una tableta de chocolate que ansiaba probar. Los índices tocaron la ardiente y dura piel, se notaba el trabajo que hacía su novio en el ejercicio.

Pero no era suficiente.

Aomine vio bajar esa cabellera y sintió unos labios besar su abdomen. Algo húmedos por los previos besos, los labios comenzaron a repartir besitos castos en la salada piel del moreno, sacándole suspiros. Hasta que la lengua repasó pliegues, mordió la piel y dejó marcas.

Sakurai pensó que estaba a punto de correrse al sentir los azules vellos públicos rozarle la nariz. Frente a él la enorme erección de Aomine se presionaba con urgencia en la negra tela del bóxer, hasta una zona húmeda alcanzó a ver antes de voltear al rostro de susodicho.

—Joder, Ryō, ¿quieres chuparla ya?

Sonrió. Aomine pensó si se burlaba de su desesperación o qué demonios le pasaba a su lindo novio, pues en vez de bajarle el bóxer y meterse su pene a la boca volvió a lamer y chupar su abdomen.

Y es que Sakurai no puede despegar la vista de los abdominales de Aomine. Aprovecharía la ocasión para lograr un chupetón en la zona, así nadie más se atrevería a mirar a su hombre y su abdomen.

Fetishism: αDonde viven las historias. Descúbrelo ahora