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Narrador Protagonista
Estaba en mis aposentos, mirando mis mapas, me causaba mucha curiosidad el mundo exterior, miré en una parte el país de Estambul, Turquía, dicen que su Sultán es realmente magnífico, su nombre, Solimán.
Leí que él promovió importantes cambios legislativos en los ámbitos de la sociedad, la educación, la fiscalidad y el derecho penal. Pero lo que más me sorprende de él es su esposa, Haseki Hürrem Sultan, es la única esposa legítima de Solimán, es una de las mujeres más poderosas e importantes del Imperio Otomano, la admiro demasiado, todo lo que logró, sólo fue por ella y su astucia, sorprendente. Algún día me gustaría conocerla.
Y hablando de Sultanes, recordé a mi Padre, Amin Sayid, él es Sultan de Agrabah, no tiene tanto poder como Solimán, pero aquí se lo respeta más que a nadie. Él ha estado enfermo estos días, la mayoría dice que es una simple enfermedad que se curará pronto, pero yo temo que no sea así, pues, hace dos semanas que esta en cama.
Lo peor de todo es que mí padre no quiere verme, cuando pretendo visitarlo no quiere que lo haga, eso me entristece y más que nada me hace sospechar de que otra cosa le esté pasando.
Mientras él esta recomponiendose de la "gripe normal", el Gran Visir, Jafar, es quien está tomando las desiciones del estado.
Pues, él es el sucesor del Sultan, lo cual me parece algo injusto, ya que yo, soy la princesa y también puedo tomar decisiones o simplemente ayudar. Pero cuando se lo propuse, simplemente me ignoró.
— Princesa, princesa.. Jasmine!
Un grito me asustó, era Dalia, mi mejor amiga y también, dama de compañía.
Puse la mano en mi pecho exagerando el susto. — Dalia ¿por qué me gritas?
— Lo siento majestad, pero le estoy hablando desde que llegué, parecía que estaba poseída. Si me permite preguntar; ¿En qué estaba pensando?
— En mi padre, él hace bastante que ya está en cama con su resfrío, comienzo a preocuparme. — luego de decir eso, me senté en mi sillón, era momento de cepillarme el cabello, hice un movimiento con mi mano para que Dalia se de cuenta, ella entendió mi seña sosteniendo el cepillo y comenzó a peinarme.
— Si me permite opinar, yo le aconsejaría que no se preocupe, se que esto le recuerda a su madre, pero esto no terminará como lo hizo en ese momento. Alá no lo permitirá, verá que en unos días, él estará igual que siem...
Antes de que Dalia termine su oración, un agha entró a los aposentos apurado. El susto hizo que suelte el espejo con el que me miraba, cayó al suelo pero no se rompió, suspire con alivio y luego mire enojada al hombre.