Preámbulo

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Preámbulo


Juegan en la Pradera: la niña de pelo oscuro y ojos azules que baila por la hierba; el niño de rizos rubios y ojos grises que intenta seguirla con sus rechonchas piernecitas de bebé. He tardado cinco, diez, quince años en aceptar, pero Peeta estaba deseando tenerlos. Cuando la sentí moverse dentro de mí por primera vez, me ahogó un terror que me parecía tan antiguo como la misma vida. Sólo la alegría de tenerla entre mis brazos logró aplacarlo. Llevarlo dentro a él fue un poco más fácil, aunque no mucho.

Las preguntas están empezando. Las arenas se han destruido por completo, se han construido monumentos en recuerdo a las víctimas y ya no hay Juegos del Hambre. Sin embargo, lo enseñan en el colegio y la niña sabe que formamos parte de ello. El niño lo sabrá dentro de unos cuantos años. ¿Cómo les voy a hablar de aquel mundo sin matarlos de miedo? Mis hijos, que dan por sentadas las palabras de la canción:

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce, hay un lecho de hierba, una almohada verde suave; recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.
Este sol te protege y te da calor, las margaritas te cuidan y te dan amor,
tus sueños son dulces y se harán realidad y mi amor por ti aquí perdurará.

Mis hijos, que no saben que juegan sobre un cementerio. Peeta dice que no pasará nada, que nos tenemos los unos a los otros y que tenemos el libro. Podemos lograr que comprendan todo de una forma que los haga más valientes. Pero un día tendré que explicarles lo de mis pesadillas, por qué
empezaron y por qué, en realidad, nunca se irán del todo.

Les contaré cómo sobreviví. Les contaré que, cuando tengo una mañana mala, me resulta imposible disfrutar de nada porque temo que me lo quiten. Entonces hago una lista mental de todas las muestras de bondad de las que he sido testigo. Es como un juego, repetitivo, incluso algo tedioso después de más de veinte años. Aun así, sé que hay juegos mucho peores.

Peeta me da una mirada, está sonriendo, en su mano tiene un Diente de León. El sabe muy bien lo que significa para mí. Le sonrió de vuelta. El niño camina con sus pasitos cortos y se abraza a la prótesis de su padre.

—¡Gordito!.

Extiende sus bracitos, quiere que lo cargue. Peeta se agacha y lo acoge en sus brazos.

—Quiero ir con mami, estoy cansado. —Se talla los ojos con su manita hecha puño.

—Pues vamos, con tu mami.

Nuestra niña sigue a su padre y hermano, Peeta lo nota y también la lleva en brazos. Se sienta a mi lado, inmediatamente nuestro nene me abraza y yo lo dejo en mi regazo.

Me da un beso en la mejilla, y se acomoda para estar más cómodo, sonrió, esta es mi felicidad. Mi familia, Peeta y nuestros pequeños, que son exactamente como nosotros lo éramos a sus edades a excepción de los ojos.

—¿Aún me amas? ¿Real o no?. —Las preguntas son susurradas.

—¡Real, aun lo hago!.

Sus ojos son azules como el cielo, libres de oscuridad o niebla, mira mis labios y se acerca para darme un beso. Sus labios cálidos tienen el mismo efecto. Lo quiero, sigue siendo tan tierno y amoroso. Cuando rompemos el beso vemos que nuestra hija sonríe y se tapa los ojitos. Su padre y yo nos reímos, porque siempre hace lo mismo cuando las parejas se besan.

Pero algo sucede siento la angustia. No es nada, solo es un ataque de ansiedad. No debo dejar que arruine nuestro maravilloso día.

—Amor, ¿sucede algo? ¿Quieres que regresemos?

Niego con la cabeza—No, solo tengo hambre.

Peeta asiente no muy convencido y revisa el cesto.

—Papi, ¿ya te platiqué que salió una nueva muñeca transparente?. —Comenta Hope cómo sin darle importancia.

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⏰ Última actualización: May 16 ⏰

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