KING ARTHUR. PARTE 2 CAPÍTULO 4

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Una conversación entre el danés y el británico, estaba pendiente. Se había vuelto emergente y necesario —sobre todo para Mads— revelar sus deseos, confesarle que ya no le alcanza, que está urgido de más. Precisaba conocer y, si era necesario, escudriñar, lo que su compañero sentía por él.

La determinación de tomar la iniciativa fue una acción característica del espíritu impulsivo del actor de acento raro. Había pasado una semana de aquel beso, y coincidentemente, sus horarios de filmación, escasamente permitieron una interacción fluida.

Mads no lo planeó, no lo ensayó, sólo vio a Hugh solicitando su almuerzo y él solo sintió el impulso de acercarse silenciosamente, casi acariciante. Lo saludó espontáneamente con la encantadora sonrisa que tanto lo define.

—Hola inglés, almorcemos al aire libre hoy, ya me aburrí de comer aquí, ¿tú no?

El joven actor se sorprendió en tal medida, que no atinó a responder con rapidez. Mads sin mucho pensarlo, se aprovechó de ese silencio, para tomar la decisión por los dos. Pidió los almuerzos para llevar, mientras Hugh observaba un tanto confundido.

—Quiero hablar contigo, pero lejos de oídos y miradas curiosas. No quiero tener que susurrar —dijo susurrando.

Hugh asentó la cabeza en señal de aprobación, pero sus ojos aún expresaban desconcierto.

Con paso rápido y decidido, Mads se dirigió a una pequeña carpa, cerca de uno de los sets de filmación, donde operan edición y sonido. El lugar estaba desolado, no había nadie, debido a que esa parte de la producción opera en horarios diferentes.

Una hermosa vista de montañas verde y marrón, con árboles tupidos cortejándolas a sus pies, los acompañaba. Un pequeño resplandor apareció como amigo cómplice, para embellecer aún más el paisaje.

El fresco y energizante aroma de la naturaleza, armonizaba con la brisa del medio día, era muy agradable, pero a pesar del ambiente libre y acogedor en el que se encontraban, se sentía algo de incomodidad, esa clase de incomodidad ocasionada por la expectativa de lo desconocido.

Mads comentó sobre la belleza natural que los rodeaba y el poco tiempo que habían tenido para apreciarla. Hugh fue recíproco en aquella apreciación.

—Esto es realmente hermoso, se siente pacífico aquí —dijo el británico.

—Deberíamos hacer esto más a menudo —dijo Mads.

—¿Te refieres a almorzar al aire libre?

—Sí, pero me refiero a compartir más tiempo juntos al aire libre, Hugh. Te extrañé —dijo de repente.

El inglés lo observó con sus faros azules, sorprendido, sin decir nada.

—Estar contigo para mí es calma, como este paisaje, y tormenta al mismo tiempo. Tú me serenas, pero cuando sonríes... ¡oh, amigo mío! te vuelves combustible y yo soy fuego.

La realidad es que Hugh lo enciende desde el momento que lo ve llegar. El astuto danés usó la metáfora de la serenidad y la naturaleza solo para poder adentrarse en el tema de una buena vez.

Hugh lo observaba con desconcierto y ternura.

—Sé que es un poco difícil de comprender, porque quiero seguir siendo tu amigo, quiero que sigamos emborrachándonos, hacernos bromas y jugar fútbol...hombre, aunque seas muy malo —ambos se rieron fuertemente.

La inevitable conversación entre los amigos que se desean, había iniciado sin más preámbulos. Ese beso, inevitablemente marcó un antes y un después.

Previo a esa conversación, durante la semana post beso, Mads sintió que la atracción hacia el joven de cabellos salvajes, crecía descontroladamente, no era ni simple ni pasajera. Había inferido que nadie observaba con tal abstracción, la belleza de sus cabellos, cuando éstos brincaban al compás del galope de los caballos.

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