Era una tarde calurosa en la granja de Ketil, esa tarde de principios de XVII, Thorfinn, trabajaba arduamente en las plantaciones.
Sus ojos marrones, viajaron por la azada mientras golpeaba el suelo, revolviendo la tierra con la herramienta, en movimientos seguidos y repetitivos.
A lo lejos, vio en el cielo unas nubes grises que se acercaban, se avecinaba una tormenta bastante grande.
Thorfinn observo las nubes en silencio, su expresión siempre neutral mientras su mano descansaba sobre la azada de metal.
Por un momento, la idea de dejar para después el trabajo apareció como una burbuja inocente frente a el, flotaba pasivamente antes de explotar de forma algo violenta por la primera gota de lluvia, que cayó sobre ella.
El calor se disipó casi al instante, dejando detrás de si un aire frío y denso, mientras la lluvia caía cada vez más fuerte.
La idea de seguir trabajando dejó de parecer duda, y sin más, y continuó revolviendo la tierra. Luego, tendría que alimentar a las gallinas, encerrar a las ovejas y cortar su lana, después de todo, el era un esclavo.
Su cabello, de un tono rubio, y con partes marrones, atado en una cola de caballo alta, ondeando levemente con el frío viento.
Las gotas corrían por su rostro.
A lo lejos, un llamado lo hizo voltear, era Einar, otro esclavo, pelirrojo, y alegre, a pesar de todos sus problemas.
—¡Thorfinn! ¿Ya viste la lluvia? Deberíamos entrar.— Sugirió, con su habitual tono alegre, mientras la lluvia se intensifica.
Thorfinn decidió ceder, después de todo, tenemos a bastante hambre, y parecía que la lluvia duraría bastante tiempo.
Caminaban en silencio, la lluvia golpeando sus cabezas mientras continuaban su camino hacia la humilde choza no muy lejos de ahí.
La apariencia de esta se asemejaba a la de un granero, sus paredes de madera de dudosa resistencia, un techo de paja que ellos mismos armaron, casi no goteaba, su interior decorado con montones de heno, una pequeña mesa de madera algo gastada, y las dos camas del material antes nombrado, heno.
