Verdades ocultas

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Los meses transcurrieron en un parpadeo, posiblemente se deba a que Gustabo, por primera vez en muchos años, se sentía felíz, completamente pleno. La soledad en aquellas paredes de su habitación en el psiquiátrico le tenía asfixiado, recuerda la sensación de cómo su alma se amargaba al paso del tiempo hasta quedar como un fruto seco.

Y aun así, su vida había mejorado como jamás pudo imaginar. Tenía amigos, descansaba mejor, su trabajo le gustaba más que antes, Pogo casi no hablaba y... lo tenía a él. Desde aquella noche su relación, que no estaba definida, era lo mejor de sus días. Citas, roces, besos, apoyo, noches con descanso garantizado, porque inexplicablemente, cuando Freddy pasaba sus noches con él, podía dormir, sin pesadillas, solo descanso.

Sin esperarse, Freddy y él encajan bastante bien; en un principio se pensaban que era algo carnal, pero la necesidad seguía ahí incluso cuando estaban en el acto. No importaba que tan unidos estaban, necesitaban más del otro, como si no tuvieran saciación, como si no estuvieran plenos, satisfechos con solo un encuentro o un beso. Querían todas sus noches, todos sus días, todas sus sonrisas y miradas furtivas, querían todo.

Claramente no todo fue hermoso, tenían problemas, pues a veces la posesividad de Freddy afectaba la relación cuando Gustabo coqueteaba con delincuentes o agentes, aunque solo lo hiciera de broma, o cuando el ahora Subcomisario no avisaba que no llegaría a casa o no iría a trabajar, pues acostumbraba a siempre estar solo y por su cuenta.

Inconvenientemente, la situación dio un giro inesperado cuando el Subcomisario Gustabo García fue anunciado como MIA, perdido en acción.

[...]

Es curioso ver cómo funciona su rutina actualmente; despertar desnudo y sobre el pelinegro se había vuelto costumbre, pues su musculatura servía como una buena almohada, hacer el desayuno, si es que era el primero el levantarse o ser recibido con un café negro y el desayuno servido, ir a trabajar, patrullar con Isidoro o quién estuviese disponible, pasar al C vería un bar, y por último, regresar con su pareja a la casa que le había dado Conway.

Realmente no la habría utilizado sino fuera porque necesitaba un lugar más privado para aquellos encuentros y más aún la utilizó para eso cuando se enteró que su padre había colocado cámaras en las salas principales, a excepción del baño o dormitorios. Por supuesto que lo enfrentó, no sin antes alimentar la vigilancia del mayor con un buen escarmiento. Después de ello, a Conway no le quedó más remedio que retirar las cámaras y no intervenir en la relación de su Comisario y su hijo.

El sol traspasaba la cortina del balcón, y por su posición, un rayo del mismo lo despertó dándole en toda la cara. En un principio sintió disgusto, pero cualquier molestia se disipó cuando sintió los brazos de Freddy rodearlo por su cintura. En esta ocasión, le tocó a él mismo servir como almohada, o mejor dicho, cama, pues el peligro estaba encima suyo por completo.

Recordó la noche anterior y sonrió con malicia, sus caderas y trasero aun dolían y sabía que tendría que volver a usar camisas de cuello largo, lo cual se estaba haciendo una costumbre. Pellizcó una de las nalgas contrarias con el fin de despertarlo, como muestra de un castigo por el maltrato nocturno. Después del quinto pellizco, logró su cometido, pues Freddy empezaba a removerse encima suya.

– Joder, neno. ¿Es necesario despertarme de esa manera? – inquirió con voz ronca mientras se alzaba, pero sin bajarse del cuerpo ajeno, persistiendo entre sus piernas. – Estaba soñando con una pelirroja.

Con eso último se ganó otro pellizco con más fuerza que los anteriores.

>> ¡Para! Joder, maldita rubia. – Llevó una de sus manos a la zona afectada y trató de aliviar el ardor.

Mal AugurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora