Lo que no se vio en VALLEHONE ©

Encanto en las aguas

FABIAN

Desde la piscina de casa Lago, observo a Leah mientras se sumerge en el agua cristalina. Apenas nos estamos conociendo, pero hay algo en ella que me hace sentir diferente, algo que no puedo definir. Ella es segura y bella, con una energía ­que es imposible ignorar. Su cabello negro, mojado y brillante, cae en cascada por sus hombros y enmarca su rostro perfectamente. Cada vez que emerge a la superficie, sus ojos grises, profundos y llenos de vida, parecen captar toda la luz del entorno y reflejarla con una intensidad que me deja sin aliento. Sus movimientos son fluidos y elegantes, como si el agua fuera su elemento natural.

Cada vez que ella sonríe, hay una chispa en sus ojos que me hipnotiza. Es raro cómo alguien que apenas conoces puede tener un efecto tan profundo en tu estado de ánimo y perspectiva. Me encuentro fascinado por cada gesto, por cada mirada, cada palabra que sale de sus labios. Leah tiene esa capacidad rara de hacer que todo a su alrededor parezca más brillante, más lleno de vida

— Mira esa vista, Leah — digo, señalando las montañas en la distancia mientras me acerco a ella, mi voz más suave de lo que suelo usar.
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Su respuesta es una sonrisa despreocupada mientras flota de espaldas en el agua, como si estuviera en completa armonía­ con el universo. Por un breve instante, me permito relajarme, dejando de lado la armadura que suelo llevar puesta ante el mundo.

— Es increíble, Fabian — responde, flotando de espaldas con una sonrisa despreocupada, y por un momento, me permito relajarme.

Por un momento, dejo caer mi fachada ruda y no puedo resistir la tentación de bromear. Con una sonrisa casi imperceptible, la empujo suavemente bajo el agua, provocando una carcajada y un chapoteo. Leah emerge riendo, y antes de que me diera cuenta, se lanza sobre mi, devolviendo la broma con un entusiasmo que me hace reír también, algo que no suelo hacer. No recuerdo la última vez que me dejé llevar de esta manera.

Nos perseguimos en el agua, salpicándonos y jugando como niños. La conexión entre nosotros es inmediata y natural, como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. Finalmente, nos detenemos y nos sentamos en el borde de la piscina, admirando el paisaje mientras el agua gotea de nuestros cuerpos. Es un momento simple, pero significativo.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la paz y la tranquilidad del lugar. El sol brilla en lo alto del cielo, y todo parece estar en armonía­. Estos momentos, pienso, son los que realmente hacen que todo valga la pena. Es un pensamiento que rara vez tengo, y me sorprende lo fácil que es con ella.

— ¿Sabes? — digo después de un rato, queriendo conocerla mejor, aunque no sea mi estilo habitual. No suelo relajarme así­. Siempre estoy ocupado con algo.

Leah me mira con curiosidad, sus ojos grises brillando bajo la luz del sol.

— Bueno, tal vez deberías hacerlo más seguido. Es bueno para el alma — responde, su voz suave pero firme, tocando una parte de mí que normalmente mantengo oculta.

Asiento, sabiendo que tiene razón. Tal vez este sea el comienzo de una nueva manera de ver las cosas, una donde me permita disfrutar más y preocuparme menos. Con Leah a mi lado, siento que eso es posible, aunque no lo diga en voz alta. Me doy cuenta de que esta experiencia está sacando un lado de mí que normalmente mantengo enterrado, y no estoy seguro de cómo sentirme al respecto.

Continuamos hablando, compartiendo historias y risas, cada vez más cómodos el uno con el otro. La piscina de casa Lago se convierte en nuestro pequeño refugio, un lugar donde puedo ser yo mismo sin preocupaciones ni presiones. Y en ese momento, sé que estoy exactamente donde necesito estar, aunque no lo exprese con palabras. Leah ha logrado lo que pocos pueden: hacer que baje la guardia, aunque sea solo por un momento.

El sol comienza a ponerse, tiñendo el cielo de naranjas y rosas.

Holis, hoy les traigo el vistazo de ¿una nueva pareja?

Saludos Val