Suspiré profundamente, dejando que el aire nocturno de Portofino acariciara mi rostro mientras el taxi serpenteba por las callejuelas. Marco, a mi lado, entablaba una conversación animada con el taxista, mientras yo luchaba contra el sueño que amenazaba con vencerme. Mis ojos se posaron en la costa, donde el agua relucía bajo los últimos destellos del sol, fundiéndose con las olas en un baile de luz y sombra.
A lo lejos, los paseantes deambulaban con pasos pausados, como si el tiempo se deslizara en cámara lenta para ellos. Observé parejas tomadas de la mano, sus dedos entrelazados con los hilos en sus meñiques que brillaban intensamente bajo la pálida luz del crepúsculo, marcando su camino unido hacia un destino compartido. Sus sonrisas irradiaban amor genuino, una complicidad que hacía palpitar mi corazón con una mezcla de alegría y melancolía.
Conforme avanzaba la noche, los faroles de las calles comenzaron a encenderse uno a uno, como si las estrellas hubieran decidido descender del cielo para iluminar nuestro camino terrenal con su resplandor único y misterioso.
El sonido de las olas golpeaba el puerto con una gracia casi hipnótica. La brisa salada acariciaba mi rostro con una dulzura que me arrullaba, y por un momento, sentí que el sueño me vencía. La voz de Marco rompió el hechizo, girando mi atención hacia él. Sus enormes ojos azules me observaban, llenos de una pregunta silenciosa. Solo entonces me di cuenta de que me había estado hablando.
—¿Eh? —musité, señalando mi desconexión de la conversación.
—Te pregunté si tienes hambre, para llegar a la casa y prepararte algo de comer —repitió con paciencia. Negué con la cabeza, sintiendo cómo el apetito me había abandonado hacía horas.
—No, tranquilo —respondí con una media sonrisa, tratando de tranquilizarlo—. No tengo hambre.
El taxi continuaba su trayecto, y la noche caía sobre Portofino como un manto de terciopelo oscuro salpicado de estrellas. La costa se veía como un espejo de agua, reflejando el resplandor lejano de las luces de las embarcaciones y las sombras de los pinos que se mecían suavemente con la brisa.
Miré a Marco de reojo, viendo cómo sus rasgos se suavizaban bajo la luz parpadeante. Había algo en su expresión que siempre me hacía sentir segura, una constancia que contrastaba con mi propia tormenta interior. Sus ojos, tan azules como el mar que nos rodeaba, reflejaban una calma que yo ansiaba.
Mientras el taxi se acercaba a nuestra casa, las luces del puerto se desvanecían detrás de nosotros, y el camino se volvía más oscuro, bordeado por cipreses y arbustos que susurraban secretos al viento. La noche era un lienzo de sombras y destellos, donde cada rincón parecía esconder una historia, un recuerdo o una esperanza no dicha.
Al llegar, bajamos del taxi y el crujir de la grava bajo mis pies me dio la bienvenida. Marco le entregó el dinero al chófer, dedicándole unas buenas noches antes de que el carro se desvaneciera en la noche. Las luces de la casa se derramaban hacia afuera, iluminando nuestro camino mientras esperábamos que las puertas se abrieran. El sonido metálico del portón deslizándose rompió el silencio, y la entrada se abrió de par en par, dándonos paso a nuestro hogar.
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WHITE RIBBON. charles leclerc.
FanfictionEn la memoria de Charles, el rostro de Belle se desdibuja como un sueño lejano. La promesa rota en el funeral marcó su vida, creando un vacío que persistió. Sin saberlo, los caminos de Charles y Belle se entrelazan. La melancolía y la esperanza se f...