PIZZA GUY
“Es ahora o nunca.” Se dijo Carlos, lleno de convicción.
Habían pasado tres meses desde que llevo por primera vez dos pizzas de pepperoni con queso extra a la casa de aquel lindo y bello muchacho castaño. Tres meses en los que llevo una lucha interna tratando de darse valor para decirle algo más que; “Buenas tardes, su pizza.”
“¿Y qué tal si no le gustan los hombres?” Le había preguntado un día antes a Checo, su mejor amigo.
“No es como si fueras pedir que tengan sexo, Carlos. Solo dejale saber que estás interesado en conocerlo, tal vez te rechace, tal vez no, pero si no lo intentas jamás lo sabrás y vivirás con la duda siempre.” Le respondió esté, logrando que Carlos no haya podido conciliar el sueño en toda la noche.
Era viernes, y ahora estaba seguro, ese día se sacaría la espina del pecho. Bajo de su destartalada motocicleta, sosteniendo con manos temblorosas la caja de pizza y se acercó a la puerta. Respiro profundamente antes de tocar el timbre.
La sonrisa en sus labios desapareció, cuando en lugar de ver los ojos verdes que esperaba, fue recibido por una joven de tez pálida y cabello oscuro.
─Hola.─ Saludo ella, sus ojos lo estudiaron con un rápido escaneo y una sonrisa pícara apareció en sus labios.
Carlos se aguanto el impulso de entornar los ojos.
─Buenas tardes, su pizza.─ dijo en automático, luchando por acallar todas las teorías que en su mente creaba por quien podría ser esa chica.
─Oh, claro.─ Ella metió la cabeza dejando su largo cabello lacio balancear ─. ¡¡Charlie, ya está aquí!!─gritó, y segundos después se escuchó un ruido de movimiento desde dentro.
“¿Charlie, Charles? ¿Será él a quien llama? Charles…Qué bonito suena.”
La puerta se abrió más, mostrando la imagen del muchacho de ojos cafe, luciendo una camisa mal abotonada y el cabello mojado, parecía recién salido de la ducha y por la humedad que reflejaba su piel.
“Entonces es Charles, él se llama Charles…”
Tal vez Carlos estaba demasiado distraído repitiendo ese nombre en su cabeza, esforzándose por relacionarlo con la silueta frente a él que tantas noches se había colado en sus sueños, se veía tan adorable, y pensó que ese nombre le quedaba perfecto.
Quizás él sonrió un poco al verlo sin prestar atención realmente. Tan ensimismado que el evidente intercambio de miradas y sutiles gestos entre Charles y la pelinegra pasó desapercibido a sus ojos.
—Yo me quedaré con esto. —Ella rompió la complicidad silenciosa del momento, tomando la caja de pizza de las manos de Carlos, quien solo en ese momento pareció reaccionar.
Le dedico otra mirada curiosa a Charles, que el peli negro no supo decifrar, y dandole pequeñas palmaditas en el hombro volvio a meterse a la casa, dejandoles solos. De repente noto las mejillas rosadas del castaño, se veía avergonzado, sepa Dios porque.
—Um…Serian quince dolares. —dijo Carlos, la voz le tembló un poco, y se sintió peor por que no se atrevió a formular otra palabra, se sintió como un niño pequeño y arisco, un niñato mudo.
Esa misma decepción pareció reflejarse en la mirada ajena.
—Ah, claro. —Una sonrisa pueril y débil, mientras le extendía un billete de cincuenta—. Ya sabes, quédate con el cambio.
—Gracias, que tenga un buen día.
Carlos casi arrugó el billete en su puño, por toda la frustración contenida al no sentirse capaz de hacer algo más. Se dio la vuelta, los pies le pesaban con cada paso que daba, su mente dividida, una parte dominada por el temor y el rechazo, la otra por arrepentimiento inminente si es que él no se detenía a intentarlo…