Capítulo I

1.4K 135 7
                                    

Capítulo I

Cinco años antes.

Kenneth miraba hacia su ventana. El tiempo se había detenido antes sus ojos al recordar la primera y única vez que había estado allí. Era tan solo un niño de ocho años que había ido a visitar aquella capital del condado de Hampshire. A Wichester, por caprichos de sus padres, aunque no entendía que había algo más.


Aquellos paisajes siempre le habían acompañado cuando recordaba lo que había ido a hacer realmente. Conocer a su prometida, aunque no oficialmente como lo hacía en ese momento. Ahora, sin embargo, todo era diferente. Iba a formalizar aquel compromiso impuesto por sus padres. Sin saber cómo era ella realmente. Quizás con el tiempo aprendiera a amarla. El tiempo siempre servía de excusa o de solución, como decía su padre. Remotamente la recordaba. Era consciente que era tan sólo una niña de cabellera negra y ojos azules, que con el tiempo, se había transformado en una mujer.


— Sólo ruego que sea una hermosa mujer.— murmuró dentro de sí, sabiendo cuál era su deber.


La vida no había sido injusta con él. Era consciente que había sido bendecido al nacer bajo una ilustre cuna aristócrata. Y en su árbol genealógico tenía algo en común con el rey de Inglaterra. Un antepasado en común.


Muy pocos podían decir lo mismo. Aunque aquello no le hiciese un hombre presumido y arrogantes como muchos que solía serlo, teniendo un menor abolengo que él.


Sonrió un poco cuando finalmente aquel carruaje se adentro en la propiedad de su prometida. Ya había informado de su visita. Y no era extraño para aquella familia, el motivo que le había empujado a adelantar un poco aquel viaje.


—Lord Blanchett, hemos llegado.— anunció el cochero al detenerse.


Sonrió al alegrarse de su suerte. En el jardín, no tan lejos de allí, se encontraba una joven dama. Era ella. Eloise Bonham.


—Dígale a su señoría que pronto me anunciaré...—le expresó a uno de los sirvientes que se había acercado a atenderles.


Rogaba al cielo, en una súplica interna, que ella realmente fuese hermosa y inteligente. Quería a una esposa, no a un adorno que presumir. Aunque deseaba que fuese hermosa para que el tiempo tuviera valor. No para presumirla antes sus amistades.


Se acercó a aquella joven que se encontraba contemplando aquellas hermosas rosas en aquel jardín, ignorando su presencia. Sin embargo, cuando se acercó un poco más, la vida le sorprendió. No era su prometida. Incluso, quizás lo único en común podía ser el color de sus ojos. Y eso ni siquiera. Los de esa joven dama que le miraba con asombro eran más claros y hermosos.


— Discúlpeme... La he confundido con mi prometida.— le había expresado cuando aquella capa dejó en descubierto el rostro de su dueña.

—¿Lord Blanchett?— su rostro se había sonrojado, avergonzándose de aquel encuentro, al mismo tiempo que realizaba una reverencia.

— ¿Sabe quién soy?

— Dispenseme... No debería estar aquí... Simplemente buscaba a mi señora.

— ¿Su señora?

— A Lady Eloise Bonham... Soy su doncella.


Él la miró con interés, mientras ella se alejaba. Desapareciendo en la distancia. Sin hacerle ver a aquel caballero la vida miserable que ella tenía. Y los sinsabores que la vida le había hecho ver, cuando simplemente no tenía a nadie, sino a sí misma.


Kenneth simplemente se limitó a admirarla. Aunque era algo que meramente le estaba prohibido. Debía recordarse su posición social. Y la inmensa diferencia que había entre ellos. Pero, sin pretenderlo, su corazón se había confabulado en su contra. Desde entonces, aquellos ojos azules se habría metido en su cabeza, al igual que toda ella.


—Finalmente le encuentro, señorita Bonham... Su prometido ha llegado.— le informó al encontrarla escondida en su lugar secreto, leyendo un libro.

— ¿Tan pronto ha llegado?

— Sí, señorita... Por lo que lo correcto es que vaya a recibirlo junto a sus padres. Lady Bonham debe estar esperándole. No es correcto hacer esperar a su prometido.

—No es necesario que me lo recuerdes... Eso lo sé.— expresó en un tono déspota—. Ayudame a llevar mis cosas, mientras corro a recibirlo.— lanzó su libro al suelo, en una actitud caprichosa.


Miró por última vez a Ellen y se alejó de allí con una sonrisa llena de altivez y soberbia.


Ellen había aprendido a ser inmune a ese comportamiento poco educado de Eloise. En parte, era consciente que ella jamás había estado de acuerdo con que aquella niña pobre fuese su doncella. Ni mucho menos, había estado de acuerdo, cuando a su padre se le había ocurrido llevarla a su hogar, después de sacarla de aquel orfanato donde ella vivía.

Jamás había pretendido ser su amiga. Y siempre había procurado ignorarle, cuando sus ofensas no daban los resultados esperados. Siempre había procurado culparla de todo lo que le ocurría, hasta culparle de si ella se enfermaba y caía en cama. En una ocasión había llegado a romper su muñeca favorita, creyendo que nadie la veía, hasta el punto de culparla. Su institutriz de ese entonces, había corrido con suerte de no ser la única testigo de aquella fechoría. Su padre también la había visto, por lo que el castigo que esperaba para Ellen, lo había recibido ella.

La odiaba. Realmente la odiaba. Aunque con el paso del tiempo había aprendido a sobrellevar aquel sentimiento. Su futuro matrimonio sería el momento para dejar de prescindir de sus servicios.

Y ella finalmente perdería su trabajo.

Jamás había entendido aquel capricho de su padre. Ni el motivo que le había impulsado a viajar tan lejos, a la capital, donde se encontraba aquel orfanato mugriento. Simplemente recordaba que le había seguido, sin que él lo supiera. Y le había visto encerrarse en su despacho, teniendo aquella misteriosa carta que había llegado. La puerta estaba medio abierta y ella había visto su expresión de enojo, al mismo instante, en que se deshacía de aquella carta al romperla en mil pedazos.

¿Tantos sacrificios para encontrarme con esto?... ¡No lo permitiré!... Tú has muerto, Jeremy. Y no me arrebataras lo que ahora es mío. Nadie me arrebatará lo que es mío, aunque eso signifique que tenga que callar este secreto. Los muertos no hablan. Y este secreto nos lo llevaremos ambos a la tumba.

Justamente un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora