Capítulo II

1.2K 136 6
                                    

Capítulo II

Ellen había decidido desaparecer de Inglaterra. El dolor era inmenso. Sus lágrimas eran testigo de aquello, mientras ella intentaba seguir adelante con su vida. Sabía que había sido un error enamorarse de él. Era el prometido de Eloise. Sin embargo, él había seguido insistiendo en aquello que le era prohibido. Ella no pertenecía a ese mundo. No había nacido bajo las misma comodidades que él. Sus recuerdos eran breves. Simplemente solía recordar a su madre y aquel barco que las llevaba a Inglaterra.


Pronto nos reuniremos con tu padre...

¿Mi padre?


Sus ojos miraron con interés a su madre. París se quedaba lejos. Londres ahora significaba la esperanza de aquello que se avecinaba. Un nuevo comienzo.


Tu padre... Está de regreso en su propiedad y nos ha pedido que nos unamos con él finalmente. Nos esperará en Londres. Luego de allí partiremos al condado de Hampshire... Está ansioso y quiere verte. Eras tan solo un bebé de dos añitos cuando él te vio por última vez. Corriste a sus brazos, llorando, pidiéndole que no se marchará. Pero ambos sabíamos que era lo correcto. Él debía seguir con sus obligaciones y nosotras debíamos esperar en París.—rozó con ternura su mejilla— Él nos amaba a ambas y no ha dejado de escribirnos y estar pendiente de ambas. Estos cuatro años, lejos de nosotras, ha sido también duro para él. ¿Sabes? Es hijo de alguien importante.


Sin embargo, el tiempo siguió avanzando, sin ver aquel cumplimiento realmente. Incluso aquel regreso no había sido como ella lo había esperado. Su madre murió de una extraña enfermedad en aquel barco. Y a ella, nadie fue a recibirle como se lo había prometido su madre. Nunca hubo un abrazo de su padre. Simplemente aquel frío orfanato donde aquel hombre, el padre de Eloise, le había sacado al buscar una pequeña niña que le sirviera a su hija como amiga de juegos. Y en el futuro su doncella.


Nada más.


Y ahora le quedaba más que un corazón roto por haber creído en aquel sueño de amor. Ella no era más que una simple plebeya, sin nada. ¿En qué parte de su vida o momento se había permitido soñar?


Respiró profundamente.


Y con ello, dejaba atrás aquel pasado. Y esa vida en Inglaterra.


Lejos de allí, en algún lugar de Francia...


—Madre superiora... ¿Qué vamos a hacer? ¿Han venido por nosotras?— le expresó una novicia a la madre superiora de aquel convento del sur de Francia.

— Reúne a las monjas y a las novicias... Saldremos con dignidad. Hemos sabido lo que les ha ocurrido a los demás conventos. París se ha convertido en un lugar de sangre... Y habíamos esperado esto. ¡Dios tenga piedad de nosotras!


Aquellas mujeres habían buscado refugio en Hendaya, aquella comuna fronteriza francesa del departamento de Bajos Pirineos. Se habían rehusado a despojarse de sus hábitos, y cuando los disturbios, producto de aquella revolución, fueron aumentando, entre junio y septiembre de 1792, decidieron huir a un pequeño domicilio oculto en Hendaya. A sus oídos había llegado la noticia de que muchas religiosas de otros conventos habían muerto en la guillotina. Sin piedad, de la misma manera cruel en que habían muerto muchos aristócratas franceses.


Todas ellas consideraban aquella revolución francesa como un régimen de terror. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte. Por lo que siendo un grupo pequeño, hasta las más recientes novicias, había huido para salvar su vida. Entre ellas, estaba la más reciente: Clara Vigouroux.


En su viaje a aquel país sumido a aquel conflicto social y político jamás le había impulsado a esa idea. Sabía que allí no tenía nada. Solo sus raíces de nacimientos. Su identidad. Ella era francesa, aunque tuviese un padre Inglés. Pero aquel largo viaje en barco le había agotado. Y la incertidumbre había llegado a ella, cuando sabía que posiblemente no conseguiría más que una vida aún más miserable de la que tenía. En Francia, sería considerada extranjera, siendo su país.


Ya ni era francesa, y ni siquiera, inglesa. La vida le había arrebatado también aquello.


Cuando el puerto de Marsella le dio la bienvenida a lo lejos. Su rostro había cambiado un poco, de igual manera que toda ella. El dolor y aquel largo viaje había acabado con parte de su salud y fuerzas. Bajar hacia aquel puerto había sido una verdadera osadía y más, cuando lo tenía las suficientes energías para moverse como lo hacían la gente que caminaba a su alrededor.


Todo, de pronto, se había puesto gris ante sus ojos, cuando cayó a aquel suelo. Sin saber qué sería de su futuro. Hasta que la imagen de una joven novicia, había corrido a su rescate, cuando se percató de como su delgado cuerpo caía en el suelo, perdiendo el conocimiento. No había esperado aquel sacrificio de su parte, al saber cuánto se arriesgaba por una simple desconocida.


— ¿Qué ha sucedido?— preguntó al despertar.

— Has perdido el conocimiento...

— ¿En dónde estoy?

— No debéis inquietarte... Estás segura. Me he tomado el atrevimiento de cuidarte, al saber que estabas sola. Estás en un lugar de paz... En un pequeño domicilio oculto en Hendaya.

— ¿Hendaya?

— Es una comuna fronteriza francesa... ¿Es tu primera vez aquí, en Francia?

—Nací en París... Pero he vivido la mayor parte de mi vida en Inglaterra... De igual forma, es como si fuera la primera vez que estoy aquí. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Sí...

— ¿Por qué me has ayudado?

—Mi señor es un Dios de amor... Se me ha enseñado a ser una buena samaritana, aunque sea una simple novicia.— expresó, para luego arrepentirse de lo que decía.


Ellen le miró y entendió, sin necesidad de palabras, de aquel temor que ella sentía.


— Tu secreto está seguro conmigo... Jamás expresaré lo que me has dicho.— extendió su mano derecha—. Soy Ellen Robertson... Gracias por arriesgar tu vida por mí en el puerto de Marsella.

—Soy Clara Vigouroux..

— Te debo mi vida...

— Dios me impulsó a salvarte... No son buenos tiempos... Y no podía dejarte allí, al ver la indiferencia de las demás personas. Había venido en busca de provisiones para traer a este lugar. Y te encontré en mi búsqueda.

— Gracias... 


Desde ese día Ellen se había unido a aquel pequeño grupo de monjas y novicias, descubriendo lo que quería para ese entonces. Una novicia con anhelo de consagrar su vida a Dios.


Y así olvidar el recuerdo de aquel noble inglés llamado Lord Kenneth Blanchett. Y aquel pasado que había quedado enterrado en Inglaterra.


Justamente un SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora