CAPÍTULO 03: EN LO BUENO Y EN LO MALO

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I

Guille guarda su bolsa de equipaje bajo su asiento y al sentarse, mira por la ventana viendo a sus dos amigos haciendo el payaso. Ahoga una risa y da las gracias que, por el momento, los pasajeros del vagón están bastante distribuidos e iba casi vacío, por lo que no podrían prestar atención a sus bromas.

Sube la ventana y se apoya en el marco, mirando a sus amigos.

—¿Vais a correr cuando el tren entre en marcha o qué? —ríe— Qué románticos —se burla de ellos, apoyándose en la palma de su mano derecha, mirándolos con burla e incluso levanta sus cejas.

—Oh, mi amor, no te vayas —le sigue la broma Julio, no sin antes asegurarse que no les escuchara ningún cotilla que pudiera malpensar y saltar las alarmas por violetas, aunque no lo fueran de verdad.

—Acuérdate de llamarnos —dice Carlos—, y si no puedes, ¡escríbenos! ¡Es obligatorio! —le exige amistosamente mientras empiezan a caminar, siguiendo la lenta marcha del tren.

—No os vais a librar de mí, aunque estemos lejos —responde con sinceridad el pequeño Valero—. Os voy a echar de menos, chicos.

—Y nosotros... —dice Julio, y empiezan a acelerar sus pasos para seguir el ritmo del tren— ¡Te mantendremos informado de Celia! —dice ya sin poder contenerse más.

Guille se queda mudo y con los ojos abiertos de par en par, apoyándose en el ventanal de tal manera que termina con medio cuerpo fuera.

—¡¿Lo sabíais?! —exclama, ya teniendo que alzar la voz porque el tren ya ha cogido algo de velocidad, alejándose cada vez más de ellos.

—¡Pues claro que sí, bobo! —grita esta vez Carlos, ya con los dos corriendo casi desesperados.

—¡Te guardamos el secreto, siempre! —promete Julio.

Guille sigue mudo y sin saber como reaccionar, pero al final respira aliviado, sintiendo como si se quitara un peso del pecho por haberles escondido tal secreto a sus mejores amigos.

Mueve los brazos a modo de despedida mientras la distancia entre ellos ya era bastante grande.

Al no poder alcanzar la velocidad del vagón, Julio y Carlos paran de correr y mueven los brazos para despedirse de su amigo.

—¡Esto no es un adiós! ¿Escuchas, Guille? —grita Julio.

—¡Amigos para siempre! —termina por gritar Carlos.

Guille no puede evitar reír y sentir como se le hincha el pecho de orgullo por ellos, correspondiendo a sus gritos hasta que, ya no teniéndoles a la vista, vuelve a meterse al vagón y cierra la ventana, dejándose caer sobre su asiento con una enorme sonrisa en el rostro.

Algunos pasajeros lo miran como si estuviera loco mientras que otros lo miran con cierta ternura por esa energía a la hora de despedirse de sus amigos.

Amar a quien yo quieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora