He odiado tantas cosas que no guardo lugar en mi memoria para las cosas que he amado, desde que tengo memoria he sido un títere de mis padres, un trofeo al que podrán vender a cambio de ser más ricos y poderosos de lo que ya son.
-Ya es tiempo de despertar señorita Shary -aquellas palabras vinieron de quién ha estado a mi lado desde mi nacimiento, la señora Cristina, una mujer de mediana edad que contrataron como mi dama de compañía, no compartía con ella ninguno de mis pensamientos y aun si lo hiciera, no entendería nada de cómo son las mujeres jóvenes de esta época -debe vestirse, hoy cumple la mayoría de edad, y su madre dijo explícitamente que se comporte como una dama- dijo con tono furioso para ser lo más amenazadora posible.
A menudo suelo deshacerme de ella corriendo entre los pasillos para tener un tiempo a solas para mí misma, de pequeña lo hacía para ir a la cocina y poder comer trozos de pasteles que preparaban minuciosamente los cocineros y que no me dejaban siquiera probar porque una dama no debe comer postres que engorden, he tenido que vivir comiendo las migajas que mis padres deciden que debo comer para mantener una figura ideal para una princesa.
Al levantarme de la cama me sentí mareada, quizás por la falta de alimentación, o quizás por la fatiga de desvelarme toda la noche con el pensamiento de huir lo más lejos que pueda de este castillo y disfrutar del intento antes de que la primera persona a la que pida ayuda me entregue nuevamente a mis padres por una recompensa, me quité la ropa con la que había dormido mientras me miraba al espejo y observaba fijamente lo extremadamente delgada que estaba y lo fina que era mi cintura, he escuchado a mujeres decir que desean verse como yo me veo, sin saber lo horrible que se siente ser así para mí, lo que me obligan a hacer para mantenerme en esta tan asquerosa forma que puedo ver mis costillas destacarse y mi piel hundirse en ellas -Ya está listo su baño -dijo Cristina.
Me hice caso a sus palabras y caminé con mis delgadas y largas piernas hasta la bañera, que tenía en ella pétalos de rosas en toda la superficie y estaba tibia para no dañar mi piel, tan pálida y suave que a menudo me halagan diciendo que es como la nieve, lo dicen tanto que odio también la nieve sin nunca haberla tocado en mi vida.
-Cristina, ¿puedes decirme quienes son los pretendientes que vendrán hoy? -pregunté, para anticiparme a la persona que posiblemente mis padres ya eligieron.
-Sus padres decidieron que sea una petición abierta, significa que hombres de todo el mundo pueden venir a pedir su mano y usted debe aceptar al que mejor impresión le deje.
-¿No querrás decir al que más tierras, dinero y ejército tenga para aportar al Reino? -pregunté con tono sarcástico, sabiendo que esa era la realidad de toda esta falsa.
-Eso es lo que su Madre desea que haga, pero su padre dice que ya nadie puede desafiarlo y que no es necesario que elija al que más cosas le ofrezca.
-Entiendo... -susurré, terminó el baño y con ayuda de Cristina me vestí, ella tomó en primer lugar un corsé muy pequeño, odio llevarlo también, hace que los movimientos del cuerpo sean tan rígidos que se me hacen imposible muchas cosas, estaba tan apretado que convirtió mi delgada cintura en todavía una más delgada y fina que podría caber en una sola mano de un hombre, luego me vistió con batas y telas para hacer parecer mi figura más ancha y adecuada para llevar puesto un vestido inmenso de color amarillo rojo y flores azules en él tenía tanto peso arriba que no podía creer que mi delgado y débil cuerpo pudiese mantenerse de pie por mucho tiempo.
-Lo que daría por comer un trozo de pastel, o morder un filete, o tan solo un delicioso pan recién salido del horno -dije para mí misma mientras Cristina me estaba arreglando el cabello, lo tenía tan largo que caía por debajo de mi cadera, pero era vulgar llevarlo suelto en la realeza y siempre debía estar recogido o algún peinado extravagante en los que Cristina era experta, sin embargo, a pesar de mi intento por hacerle saber mis ganas de comer algo, ella lo ignoró.