Bienvenido a la Nocheósfera.

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Un camino de tierra negra había sido trazado por las miles de almas en pena que, pese a ser carentes de pies o extremidad alguna que les permitiese un contacto directo con el suelo, lograron terraformar la vía larga al abismo.

Estas almas eran custodiadas por las miles de criaturas nocturnas, habitantes de este caótico y lúgubre hábitat. Hogar de las más inquietantes criaturas, de los más violentos seres, y de las alimañas más rastreras que alguna vez la existencia había podido reconocer como fruto de su creación.

Donde la luz del sol no llegaba, estaba ese lugar; tendrías que haberle dado la vuelta a la luna para haberle dado un vistazo rápido al abismo. Para fines prácticos, era más recomendable visitarlo desde la comodidad de tu hogar. Comodidad que llegaba a su fin, una vez que la idea de visitar la tan infame Nocheósfera surgía.

-¿Qué se supone que estamos esperando, Satoru? -La voz temblorosa de un niño se oyó en un pasillo oscuro, con una luz al final del corredor.

-Estamos esperando que las almas se alejen lo suficiente para así, asustarlos. -La voz juguetona y entusiasta de otro niño se oyó.

-Pe-pero, está mal hacer eso. -La voz del primer niño se oía llena de nervios y miedo.

-Oh, no me digas que tienes miedo de lo que nos harán las gárgolas. -La voz de Satoru se burló de su pequeño acompañante, quien pareció encogerse ante la mención de las gárgolas.

-¿Cómo puedes estar tan tranquilo ante las gárgolas? -El asustadizo niño dijo a duras penas, conteniendo sus tartamudeos para parecer menos débil de lo que su amigo sabía que era.

-¿Cómo puedes estar tan asustado de ellas? Míralas. -El niño alzó su mano, alumbrada por la luz al final de aquél túnel.

Una mano pálida señaló en dirección de la gran marcha de almas. Las almas estaban siendo vigiladas desde la lejanía por cientos de gárgolas; criaturas de piedra aladas y de un tamaño significativamente mayor al de aquellos dos niños.

-D-dan miedo... -Dijo el niño asustadizo, encogiéndose ante la imágen de las gárgolas.

-Mamá da más miedo cuando se enoja. -Replicó Satoru, sonriendo astutamente.

Satoru agarró al niño del brazo, acercándolo a él en un pequeño abrazo.

-Tranquilo Sukuna, no tienes que temer por seres inferiores a nosotros. Además... -Satoru miró a Sukuna, sonriéndole de manera confada. -Recuerda que yo soy el más fuerte... Y voy a protegerte de todo.

Satoru soltó a Sukuna de su abrazo, tomándolo del brazo y comenzando a correr hacia la luz, llegando en poco tiempo.

-¡Además! -Satoru dibujó una enorme sonrisa y saltó junto a su hermano, dejando el escondite en el que estaban los dos.

Los dos salieron de un hoyo diminuto que había en la tierra, pareciendo una madriguera hecha por conejos del mundo humano. Lo habían escuchado en una historia de un demonio anciano.

-¡Jamás no me perdonaría si le pasa algo a mi pequeño hermano! -Satoru cayó junto a Sukuna, dejando ver sus apariencias.

Sukuna era un pequeño niño con cabello color salmón; tenía un tono de piel muy ligeramente bronceado, dándole el tan raro aspecto de que tenía vida y sangre corría por sus venas. Eso era una característica muy extraña entre los demonios que habitaban en la nocheósfera.

Poseía dos pares de ojos de color carmesí, siendo que su segundo par de ojos era más pequeño que el primero, hallándose justo debajo de sus primeros dos ojos; tenía una boca con pronunciados colmillos, los cuales extrañamente no sobresalían de su boca. Poseía dos pares de brazos, además de contar con un cuerpo muy delgado.

Rey de la Nocheósfera - Ryomen Sukuna en Hora de Aventura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora