Camino a casa

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Cuando al entrar a la sala reconoció a Juanjo no se fijó en cómo iba vestido, ya que por la lejanía y el humo, y la confusión de no haber sabido a primeras por qué le sonaba, sólo intentó descifrar los rasgos para saber quién era. Tampoco se había fijado en sus mejillas rosadas y los ojos verdes cautivadores que recordaba tan claramente desde el viaje del autobús.

Es que realmente era un chico guapísimo.

Tenía un poco de barba, como de haber estado un par de días sin afeitarse, lo que le acentuaba la mandíbula, y le daba un aspecto más elegante, que, junto a la camisa blanca desabrochada hasta la altura del pecho y los pantalones de traje, lo hacía lucir como el jefe guapo de una mafia italiana de alguna película. Un collar plateado, de una cadena con un colgante, se le lucía entre las solapas de la camisa. Olía a perfume de hombre, con notas de azahar.

Martin seguía estando sentado, por lo que desde su perspectiva parecía más alto aún. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

-¿Qué? ¿Ni un hola me vas a decir? -reprochó Juanjo, con una sonrisa pícara, mientras se agachaba un poco para verse a la altura de Martin.

-Eh... sí, sí, perdón -titubeó, dándose cuenta de que seguramente Juanjo se habría dado cuenta del repaso que le acababa de dar- hola.

-Eres tan tonto como te recordaba -se rió Juanjo, mientras se llevaba el cigarro que le había robado a la boca- ¿tienes fuego?

-Espera -Martin empezó a buscar el mechero de Ruslana en sus bolsillos, si mal no recordaba se lo había guardado él, pero no acertaba, la presencia de Juanjo lo ponía demasiado nervioso- ay... lo tenía por aquí... -seguía buscando en sus bolsillos ante la mirada burlona de Juanjo, que ahora se encontraba agachado, con su cara en frente de la suya, el piti entre sus labios, y las manos posadas en las rodillas de Martin. Sentía un cosquilleo. Si no lo hubiese visto llorar tan necesitadamente el día que lo conoció seguramente le hubiese parecido el típico sobrado que sabe que es guapo y puede ligar con quien quiera, pero tenía algo que no le dejaba verlo así.

-Me miras raro.

-¿Qué? ¿Cómo raro? No, no, yo sólo... es que...

-Era broma -dijo mientras le pellizcaba la rodilla izquierda- ¿cómo va lo del mechero? Habría sido más rápido habérselo pedido a alguien dos calles abajo hijo.

-Aquí está, perdón -se disculpó, sin saber muy bien por qué- es que no son mis pantalones y no estoy acostumbrado a llevar tantos bolsillos -menuda excusa de mierda pensó.

-¿Ah sí? Pues te quedan mejor que los que llevabas en el viaje, estos al menos son de tu talla y no se te ven los calzoncillos. Anda, dame el mechero, que al final me voy a creer eso de que no fumas, con las pocas ganas que se te ven.

Tragó saliva. Quiso no darle demasiada importancia al comentario, pero ¿a caso le estaba insinuando que se había fijado en cómo le quedaban los pantalones, específicamente, por atrás?

Le quitó el mechero de la mano, y se encendió el cigarro que tenía a unos centímetros de su cara. La luz del fuego le iluminó la cara. Era una imagen preciosa, le encantaría poder grabarlo, se parecía a la luz de un cuadro de Rembrandt, entre la oscuridad de la noche, una iluminación tan sutil a su al rededor, y una pequeña llama, como la de una vela, rozándole la piel tan suavemente... Se volvió a reafirmar en que Juanjo tenía los ojos más bonitos que había visto en la vida, brillantes y rodeados de unas pestañas larguísimas, acompañados de unos pómulos colorados que parecerían maquillaje.

Juanjo aspiró, y le echó el humo de la primera calada a la cara, topándose con su mirada por un segundo. Encendió el mechero otra vez, volviendo a crear un aura amarilla entre ellos.

Huir hacia tus brazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora