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La vida de Jimin junto a su padre no era la ideal, mucho menos la mejor. A pesar de esto, para ambos el tenerse el uno al otro era suficiente, la compañía que compartían era el único consuelo que les había quedado tras la muerte de la madre del omega y esposa del alfa.

Con todos estos pensamientos carcomiendo su cabeza, el rubio caminaba sin saber a donde iba, pero seguro de lo que haría. Nada ni nadie lo detendría pues así como su existencia no era del conocimiento de nadie, todos conocían a Jeon Jeongguk, y esa era la diferencia que para su suerte le beneficiaba en esos momentos.

Los alfas no generaban nada en Jimin, pues al ser un espécimen poco común denominado como omega dominante, era inmune a las feromonas y a la dominación generativa de los alfas.

Ese detalle lo llenaba de valentía y desición, los consejos de su padre resonaban en el interior de su ser, pero el coraje que sentía era mucho más fuerte que cualquier otro pensamiento razonable.

Agitado y sudado, se encontró a sí mismo de pie frente a la cede principal del hijo menor de los Jeon, con la ayuda de un amigo cercano logró dar con ese lugar. Sin perder el tiempo olfateó a su alrededor, sonriendo de inmediato al confirmar su suposición. Todos eran alfas.

Liberó feromonas, en gran cantidad. Las esparció por todo el lugar y la reacción de todos fue la misma. Sonrió al ver como los alfas buscaban el origen de aquel aroma, y aprovechó para ponerse su capucha y entrar por la puerta trasera.

Subió las escaleras con rapidez, desapareciendo su rastro de feromonas en el primer piso del edificio. A pesar del cansancio y la falta de aire no se detuvo, continuó hasta llegar al octavo piso.

Se sorprendió al entrar al pasillo y verlo vacío. No había ni una sola persona alrededor. Sin perder el tiempo caminó hasta la última puerta. Pues sabía por la ridícula infraestructura que el dueño de todo se encontraría cerca.

—Director General...—Leyó en un susurro las letras marcadas sobre la puerta más grande al final del pasillo, con asco e ironía.—Claro que si...








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Jimin se consideraba un omega razonable y educado, el haberle dado un puñetazo a un alfa que le doblaba la estatura, sería recordado como uno de los actos más impulsivos de su parte.

Sabía que había llegado en un mal momento, pero se alegraba de haber salvado a la omega que lo observaba horrorizada, la pobre parecía estar obligada a estar con el alfa.

El omega sintió un poco de lástima por ella.

—Pero que mier-...

—Mi nombre es Park Jimin.—Le interrumpió una vez más.—Soy el hijo de Park Mingyu, el hombre al que encarcelaste injustamente maldito imbécil.

Se sintió orgulloso, poderoso e inteligente. No dudó en esparcir sus feromonas casi de inmediato, queriendo así someter al alfa, como última parte de su plan.

Hubo un largo silencio en el proceso, la omega castaña continuaba observándolos aterrorizada, mientras los otros dos hombres mantenían el contacto visual.

El alfa sonrió, con burla. Dicha sonrisa no tardó en ser reemplazada por una sonora carcajada.

—¿Qué tratas de hacer, enano, ponerme caliente? —Le encaró, agachándose solo un poco.—¿Quieres presumirme el hecho de que eres un omega dominante?—Su sonrisa desapareció, el omega tembló.—¿Quieres que te mate aquí mismo?

Jimin palideció en su lugar. El alfa no reaccionaba a sus feromonas, no parecía sorprendido, ni mucho menos asustado como él había imaginado.

—E-eres-...

—Un alfa dominante, pequeño.—Su sonrisa volvió.

—Yo-yo me retiro s-señor.—Su secretaria apenas murmuró, corriendo hacia la puerta.

—Cuando salgas...—La omega tomó el pomo de la puerta, deteniéndose con la voz del pelinegro.—Hazles saber a mis hombres que no quiero que nadie entre a mi oficina hasta que yo mismo ponga un pie afuera. ¿Entendido?

—S-si señor.—No volteó, corrió y dejó la oficina casi al instante, cerrando la puerta detrás de ella.

El alfa dejó salir un largo y pesado suspiro de sus labios. Caminó hasta su propia silla y se sentó, sin quitarle los ojos de encima al omega que lo había golpeado.

Pensó muy en sus adentros en devolverle el golpe, pero estaba seguro de que no se sentiría cómodo consigo mismo golpeando una cara como la que el omega tenía.

—Imposible.—Murmuraba en voz baja el más bajo, una y otra vez.

—Para tu buena suerte no tengo problema en acostarme contigo.—Agarró un encendedor de su escritorio, para proceder a prenderlo y jugar con él.—No me gustan los omegas masculinos, pero me gusta tu aroma y tu cara.

Jimin permanecía con la mirada en el suelo, con los puños apretados y el cuerpo tembloroso. Estaba furioso.

—¿Eres mayor de edad, no es así?—Volvió a hablar el alfa, sin expresión en el rostro.—Nunca me acostaría con un menor.

—Mi padre me dijo hace mucho tiempo que los omegas dominantes tenían el control sobre todos menos los betas...—Habló, por fin, observando a los ojos al alfa.—¿Porqué contigo no funciona?

El más alto apretó los labios, con desaprobación.

—Fuiste criado en el campo, puedo entender que no tengas conocimientos básicos sobre nuestra especie.

—¡Responde la maldita pregunta!

Gritó, enojado. Ignorando por completo cualquier otra cosa, pensando solo y únicamente en su progenitor.

El alfa se puso de pie.

—Los alfas dominantes son los únicos que pueden tener el control.—Aseguró, acercándose al omega.—Incluso sobre los betas, pues nuestra fuerza no puede ser retenida por nada ni nadie.

El omega sintió un escalofrío, queriendo retroceder, sus piernas comenzaron a temblar irreparablemente. Jimin supo de inmediato lo que el alfa hacía.

—¡No lo hagas!—Gritó, asustado.—¡Deja de esparcirlas!

Cayó al suelo de rodillas, su cuerpo comenzó a sudar y a reaccionar inconscientemente. Abrió los ojos sorprendido cuando reconoció aquel aroma.

El alfa se puso de cuclillas frente a él.

—Estoy seguro de que ahora recuerdas este aroma, me decepciona un poco que te tardaras tanto, cuando yo pude olerte desde que entraste aquí.

Jimin se abrazó a si mismo, sintiéndose fuera de si, como nunca antes se había sentido en toda su vida.

—Park Jimin... ¿estás tan seguro de saberlo todo?

—¿Q-que le hiciste a mi padre?—Apenas articuló, cerrando los ojos con fuerza, tratando de controlar la mezcla de emociones que sentía.

—Más bien, ¿qué fue lo que te hizo a ti?

Los ojos del omega apenas y se abrieron, con la poca fuerza que tenía observó al pelinegro, antes de desvanecerse frente a él.

















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DEUDOR |коокміn|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora