Capítulo 2

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Juanjo mira por la ventana de su habitación

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Juanjo mira por la ventana de su habitación. Le recibe el gran jardín real, bañado por una masa de nubes grises que, con suerte, serán su vía de escape.

— Juan José, ¿estás listo para partir? El carruaje te está esperando. — la doncella, Alicia, le llama la atención.

— Alicia, por favor, te he dicho mil veces que solo Juanjo. — le corrige con una sonrisa. Alicia asiente — Y, ¿con este cielo no crees que es demasiado peligroso salir con carruaje? Quizá deberíamos esperar a mañana...

— El rey ha ordenado que marches hoy, Juan Jos- Juanjo. — se corrige.

Juanjo suspira. Sabe qué cuando a su padre se le mete algo entre ceja y ceja nada más importa. Se mira en el gran espejo que decora su pared y observa el traje que lleva detalladamente. Es azul con detalles dorados. Su hermana le ha aconsejado que se ponga ese porqué según ella, el azul le queda muy bien.

— Está bien. — suspira — Vamos.

El camino al reino de Getonia es turbulento. Los caminos de barro húmedo convierten el viaje de tres horas en uno de cinco. Esta agotado y solo tiene ganas de asearse e irse a dormir pero sabe que eso no va a ser posible.

La reina le recibe con una sonrisa cálida, acompañada de sus guardias reales. Al menos han dejado el cielo gris atrás y parace que un sol brillante baña ese reino.

— Bienvenido, Juan José. Soy Cecilia Horas, la reina de Getonia. — se presenta amablemente.

— Porfavor, llámeme solo Juanjo. Y es un verdadero placer conocerla. — le responde educadamente. Aún que no tiene ningunas ganas de estar ahí, Juanjo siempre ha valorado y defendido la buena educación, y es consciente de que esa mujer no tiene la culpa de que él esté ahí en contra de su voluntad.

— Oh, cariño, no me trates de usted. Me hace sentir vieja. — ríe — Además, dentro de poco tiempo seremos familia, puedes llamarme Cecilia.

Juanjo le sonríe, tenso. No le gusta pensar en eso.

Cecilia le guía por el palacio. Observa boquiabierto las piezas de arte increíbles que le rodean mientras se adentran en el palacio. Recorren pasillos infinitos y suben escaleras marmoleadas hasta llegar a un salón inundado por el sonido de las teclas de un piano.

— Disculpa, le avisé de que estabas de camino pero cuando se pone con el piano este niño pierde la noción del tiempo. — la reina ríe y niega con la cabeza — Voy a avisarle de que estás aquí para que salga.

— No, espera. — le frena — No le interrumpas, por favor. ¿Puedo entrar y escucharle unos minutos? Me relaja el sonido del piano. — pide.

Cecilia le mira enternecida, y asiente.

— Como desees. Me retiro para que podáis conoceros tranquilamente. — con una pequeña sonrisa desaparece seguida de sus guardias.

Juanjo se cuela en el salón, intentando hacer el mínimo ruido posible. Reconoce la melodía enseguida. Observa al chico que tiene delante. Le da la espalda pero percibe su pasión al tocar las teclas.

La canción termina y Juanjo decide que es un buen momento para hacer notar su presencia, así que aplaude lentamente, llamando la atención del chico sentado al piano.

— ¡Joder! — Martin se gira, llevándose la mano al pecho. — Qué susto...

— Perdóname, — se inclina levemente, mostrándole su perdón — no era mi intención.

Juanjo aprovecha que el chico se ha quedado parado para observarle. Le llaman la atención sus ojos. Casi marrones, casi verdes. Grandes y brillantes. No había visto ojos tan expresivos en su vida. El bigote le resulta gracioso pero no le desagrada.

— ¿Y bien? — alza una ceja, divertido.

— ¿Eh? — Juanjo sale de su burbuja, siente que se sonroja.

Martin ríe.

— Qué quién eres. — aclara.

— Oh, ah. — carraspea — Soy Juanjo, digo Juan José, príncipe de Magaldon. ¿Pensaba que estabas al tanto de mi visita? — frunce el ceño, extrañado por la pregunta.

— Ah, ostia coño claro. — se levanta del banquillo de golpe, casi tirándolo. Juanjo le observa confundido pero divertido. — Ay Dios, qué vergüenza. Perdóname, no me he dado cuenta de la hora...

— No te preocupes. — ríe encogiéndose de hombros para restarle importancia. — He disfrutado del concierto.

Martin le mira avergonzado. Sus mejillas comienzan a calentarse y se maldice por ser tan pálido porqué sabe que Juan José puede notarlo.

— Sabía que venías, eh, te lo juro. — asegura caminando hacia él.

Se quedan parados uno en frente del otro. No saben cómo saludarse. Juanjo da el primer paso, acercándose con la intención de estrecharle la mano, justo cuando Martin se decide a dejarle dos besos en las mejillas.

— Oh, perdona. — se disculpa Martin.

— No, no, tranquilo.

— Soy Martin, por cierto.

Juanjo ríe un poco incrédulo.

— Lo sé. Mi madre me dijo tu nombre. También que te gusta la música. — responde.

— Vaya, pareces saber mucho de mi. — bromea, ganándose una risa contraria — Voy a necesitar que me des algún dato tuyo Juan José, para estar a la par.

— Por favor, solo Juanjo. — le corrige enseguida. — Dato mío... Déjame pensar. Mi músico favorito es Harry Styles. El británico.

— Vaya, no lo conozco. — admite — No he tenido el placer de encontrarme con él. ¿Es muy popular?

— Creo que sí. El año pasado lo invitamos a cantar en palacio para mí cumpleaños y mucha gente vino para verle más a él que a mí. — río.

Martin corresponde su risa.

— Tendré que buscar dónde actúa y pasarme a verle.

— Bien. Si vas, podría acompañarte. — propone. — Al fin y al cabo vamos a casarnos. Estaría bien conocernos mejor antes de la noche de bodas. — explica, fingiendo indiferencia.

Martin tose, atragantándose con su propia saliva.

— ¿Te entusiasma la idea de casarte? — pregunta, ladeando la cabeza inconscientemente.

Juanjo le mira y piensa unos segundos antes de contestar.

— Honestamente, no. Es lo último que quiero hacer. — confiesa, directo.

Martin le mira sorprendido.

— No es la impresión que me has dado.

— ¿De que me sirve patalear como un crío? Mi padre me ha dejado claro que esto no es opcional. ¿Por qué iba a sabotearme a mi mismo siendo mala persona contigo cuando voy a tener que pasar el resto de mi vida a tu lado? — se encoge de hombros, resignado.

— Eso es muy maduro de tu parte Juanjo.  Me tranquiliza saber que no vas a pagar tu disgusto conmigo. — le sonríe, agradecido.

— Lo pensé, ¿sabes? — admite. Le mira avergonzado y continúa hablando. — Pensé que si me comportaba como el mayor imbécil de la historia contigo, quizá no me soportarías y habría posibilidades de romper este acuerdo. — explica — Pero esto tampoco es culpa tuya y no sería justo para ti. Ni para mí reino.

— Mi reino también necesita esto. Supongo que ninguno de los dos tenemos elección. Pero sí podemos elegir ser amables y hacer esto más llevadero. — reflexiona Martin. — ¿Te apetece dar una vuelta por el palacio? Así te enseño un poco esto.

Juanjo le observa unos segundos y asiente, aceptando su propuesta. Agradece que el chico con él que va a compartir el resto de su vida parece buena persona. Quizá puedan ser buenos amigos.

Labyrinth || majos. PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora