Capítulo 4

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Su hermana, Adriana, le observa detalladamente

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Su hermana, Adriana, le observa detalladamente. Se fija en cómo pasa las manos repetidamente por encima de la ropa, en un intento inútil de aplanar las arrugas que la decoran. No hace falta ser muy lista para deducir lo que le pasa a su hermano. Está nervioso. Ríe al ver cómo los ojos de Juanjo viajan por el espejo, asegurándose de que todo está en su lugar y de que su pelo está perfectamente peinado.

— ¿A ti que te pasa?— pregunta Juanjo, con el ceño fruncido.

— A mi precisamente nada, pero a ti... — se burla.

— ¿Qué dices?

— Qué estás de los nervios y todo porqué viene cierto príncipe a verte. — sube y baja las cejas, sugerente.

— No digas tonterías. — gruñe. — No estoy nervioso, solo quiero causar buena impresión, te recuerdo que me voy a casar con él.

— Es lo único de lo que se habla en esta mierda de palacio, créeme, no hace falta que me lo recuerdes. — resopla, cansada de oír los cuchicheos de los sirvientes y doncellas — De todas formas ya os habéis visto dos veces, así que eso de dar una buena impresión no cuela...

— Déjame, voy a ir bajando, seguro que ya está cerca. — habla, pasando por su lado.

— ¿No van a ir mamá y padre a recibirle? — cuestiona extrañada.

— Por el bien de ambos, espero que no.

Juanjo abandona la habitación justo a tiempo para escuchar los relinchos de los caballos a través del gran ventanal. Se frena, quedándose resguardado por las cortinas, y observa de lejos. Ve a Martin bajar del carruaje con una sonrisa tímida. Le resulta adorable ver cómo observa atentamente todo lo que hay a su alrededor, parece un niño pequeño descubriendo mundo nuevo. Corretea por las escaleras para llegar a la entrada justo a tiempo para cuando las puertas se abren. Se relaja al ver que sus padres no están ahí.

— Oh, alteza, es un honor para mi ser recibido por usted. — saluda Martin, con una sonrisa ladina.

— Mi príncipe, — Juanjo inclina la cabeza, dándole la bienvenida con una sonrisa ocupando su rostro — bienvenido. ¿Que te parece si me acompañas y te enseño esta humilde morada?

Martin se carcajea pero no tarda en seguirle, adentrándose en las paredes bañadas de oro y óleo.

Pasean por largos pasillos y salones. Juanjo le explica entusiasmado el origen de cada obra de arte que decora las paredes y los techos. Martin le observa, admirando el conocimiento y pasión que el otro chico muestra desvergonzadamente.

— Este es de mis favoritos. No es del siglo pasado ni nada especial. Lo pintó mi abuela estando embarazada de mi madre. — le explica con una pequeña sonrisa. — Cuando lo miro siento como si la hubiera conocido. Estoy seguro de que me habría caído bien.

— Es un cuadro precioso, Juanjo. — reconoce, observándolo atentamente. — ¿Tu pintas?

— Oh, no, que va. No destaco por mi gracia con los pinceles, lamentablemente no es algo que haya heredado. — niega riendo. — ¿Y tú?

— Me temo que yo tampoco. — ríe.

— Pero tocas muy bien el piano, — elogia — te vi aquella vez en tu palacio, ¿recuerdas? Cuando nos conocimos.

— Ah, sí, es cierto. Bueno, hago lo que puedo, me ayuda a relajarme y desfogarme, pero gracias. — explica. Se sonroja ante el cumplido.

— Me quedé completamente hipnotizado, tocabas con una pasión, como si hablases a través de las teclas. — continúa. Martin se sonroja más.

— Gracias. Eso es... precioso. — responde — Nunca me habían dicho algo así.

— Tienes mucho talento, deberías estar cansado de recibir cumplidos. — asegura.

— No suelo tocar delante de la gente, — confiesa — solo me habéis escuchado tocar tres personas, mis padres y tú.

— Oh, lo siento, no sabía que estaba colándome en tu intimidad. — se disculpa, avergonzado.

— No, no te preocupes, no lo sabías. Al principio me dió vergüenza pero al conocerte más... No me importaría tocar el piano para ti. — admite, con las mejillas calientes y los ojos brillantes.

— Me encantaría volver a escucharte, — acepta ilusionado — cuando vayamos a tu reino me debes un concierto. ¿Prometido?

— Prometido. — asiente Martin. — ¿Y cuál dirías que es tu talento?

— Pues... no lo sé. Escribo, pero no sabría decirte si es mi talento. Me encanta leer desde pequeño, supongo que es inevitable que quiera crear historias cómo las que leo. — explica vergonzoso — También me gusta la música pero los instrumentos no son lo mío. Mi madre dice que canto bien, pero una madre es una madre, jamás admitirá que algo se le da mal a su hijo así que no sé hasta qué punto puedes fiarte. — ríe nervioso.

— Tienes aura de artista la verdad, la manera en la que defendiste el amor y la libertad... Estoy seguro de que podrías escribir una de las novelas románticas más bonitas de este siglo. — asegura Martin, mirándole a los ojos. Juanjo aparta la mirada, tímido y se encoge de hombros. — Y en cuánto a tu voz... podrías cantarme, te prometo ser honesto.

— Qué vergüenza, Martin... — murmura.

— Te he prometido un concierto, yo también quiero uno. — pide, con un puchero infantil que a Juanjo le resulta adorable.

— Está bien, cuando me toques el piano te cantaré. — promete.

Martin aplaude entusiasmo.

— No puedo esperar. — sonríe feliz.

— ¡Juanjo! — una voz femenina le hace girarse, curioso. Ve a una mujer rubia acercándose hacia ellos y se pone nervioso.

— Adriana, — Juanjo sonríe tenso. — ¿qué quieres?

— ¿No me vas a presentar a mi cuñado? — pregunta burlona. Martin se gira con la boca abierta de la sorpresa a mirar a Juanjo.

— ¿Tienes una hermana? — pregunta entredientes.

— ¿No te ha hablado de mi? ¡Qué maleducado! — exclama teatralmente. —Soy su hermana y mejor amiga, lo cual es un poco triste para un príncipe de su edad y tan guapo pero es un friki de las novelas de romance y no sale mucho de palacio. — se encoge de hombros, ignorando la expresión perpleja y avergonzada de su hermano.

— ¡Adriana!— grita Juanjo cuando reacciona. — ¡Cállate!

— Oye, solo estoy charlando con mi cuñi. — ríe pícara. Martin observa la escena, confuso y divertido a partes iguales. — Tampoco pasa nada, tiene que haber gente para todo, él es de los que pega grititos cuando los protagonistas por fin se besan.

— Oh, eh... — balbucea Martin, sin saber qué decir. Ve a Juanjo terriblemente avergonzado.

— Por Dios... — murmura Juanjo, visiblemente estresado.

— Me gustaría que me hablases de esas novelas que lees, ¿crees que podrías recomendarme alguna? ¿Quizá prestarme una? No creo que tenga en mi reino. — habla Martin, con su vista fijada en el rostro ofuscado de Juanjo. Observa detalladamente como su rostro se relaja y su sonrisa, que él considera preciosa, vuelve a nacer poco a poco en su rostro, junto al brillo de sus ojos.

— Cla-aro. — se traba, preso de los nervios. — Me encantaría, tengo un montón en mi biblioteca, y te puedo prestar la que quieras. — responde ilusionado.

Adriana sonríe enternecida, con la mirada fija en el duelo de sonrisas que está presenciando. Prueba superada,  piensa para si misma. Se despide con un corto abrazo y desaparece para dejarlos a solas. Quizá su hermano está más cerca de vivir su novela soñada de lo que se imagina.

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⏰ Última actualización: Sep 04 ⏰

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