El chico de lentes

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          Llegué a la clase de matemáticas con y solté un suspiro que supongo que todos en el aula de Matemáticas pudieron oir. Allí se encontraban, como siempre, las dos profesoras, y varios de mi compañeros, todos y cada uno de ellos utilizando el uniforme característico de mi colegio, el Semenagrio. El mismo consistía de una especie de camisa polo blanca, con cuellito rojo o azul y un pantalón deportivo o formal para los chicos, y una pollera para las chicas. Aún así, yo no pensaba usar una maldita pollera. Pues, la femininidad nunca me quedó bien. Opté por usar el uniforme deportivo todos los días, mas nadie me criticaba o algo por el estilo por esto. Me posicioné en la silla que quedaba vacía en aquella extensa aula y acomodé mi portafolio (usaba uno de esos en vez de una mochila como los demás) en el suelo. Aunque, apenas lo posicioné allí y me acomodé en la silla, un chico a mi lado parecía estar riendose. Llevaba lentes y vestía aquel uniforme que ya mencioné, pero a este el blanco de la camisa parecía combinarle más que a los demás con su sonrisa, a la cual no podía dejar de mirar con frustración. De hecho, se me frunció el ceño involuntariamente, porque supuse que se estaba burlando de mí. Mas, mis pensamientos no eran erróneos,  porque el chico finalmente delató sus intenciones: "Un poco tarde, ¿no?" -moduló luego de reirse durante una incómoda cantidad de tiempo.-

"¿A vos qué te importa?¿Tanto querías que viniera?" -respondí, intentando imitar un tono de voz sarcástico, lo cual siempre me costó.-

El chico cortó el contacto visual sin decir una palabra, luego de hacer una mueca que delataba lo cansado que parecía estar, un bostezo más grande que, probablemente, su órgano reproductor. Se dice que los hombres estúpidos lo tienen muy pequeño. Para finalizar toda esta interacción, la profesora exclamó: "Ustedes dos. Silencio." y ambos obedecimos, aunque temo que se haya oído el suspiro de alivio que largué cuando eso sucedió: no quería tener que hablar más con él, hace unos pocos instantes lo conocía y ya me caía mal. Se nos asignaron diferentes tareas para practicar de manera individual las cuales encontré bastante simples, porque estaban centrados en temáticas como números primos y lógica matemática, así que logré completar algunas de ellas ágilmente, como para "entrar en calor". Andrea, una de las profesoras, al notar que muchos de nosotros habíamos dejado de anotar en nuestras hojas, nos cuestionó: "¿Terminaron?" y al recibir una respuesta positiva, borró los ejercicios anteriores de la pizarra blanca y comenzó a escribir en rojo "TRABAJO EN DUPLAS", seguido de un par de ecuaciones y unos segundos después de terminar, comenzó a explicar: "Bueno, chiquis, ahora tienen que hacer esto que anoté acá en duplas.". Apenas escuché esto, bajé la mirada de manera nerviosa: más bien, los trabajos en grupo nunca me sentaron demasiado, eran los individuales en donde se me permitía brillar más, y además, no sabía con quién haría dupla y sería muy incómodo. Ay, tan incómodo...

Pero Andrea me ahorró ese estrés, me señaló a mí y al chico y nos informó que ibamos a trabajar juntos. El nabo inmaduro giró su cabeza hacía mí y se quedó duro, no como su verga claro, porque debe tener disfunción erectil. Pretendía que yo hiciera el ejercicio o algo así, no lo logré entender. Luego de mirarme durante una cantidad incómoda de tiempo, tomó su celular y abrió lo que parecía ser un cómic, pero escrito en un lenguaje casi críptico, que era imposible de entender para mí. De curiosidad, levanté la voz y le pregunté: "¿Qué haces?"-me aseguré de que sonara agresivo, porque ese chico ya me había dado mala espina.- Sin despegar la mirada de la pantalla, espató: "¿Qué te importa? Un cómic, en inglés, no lo entenderías." Sus palabras me dieron directo al corazón y lo comencé a detestar a partir de esa ocasión. Agarré agresivamente su cuadernola, le arranqué una hoja y comencé a copiar por mi cuenta, alejandome lo más que podía de él, a ver si por lo menos comprendía que quería que me dejara de molestar por mi lenguaje corporal. Nos ignoramos el resto de la clase, aunque de vez en cuando cruzabamos miradas, aunque yo lo miraba sólo para ver si se seguía burlando de mí, ¿me explico?

Ya al final de la lección, estaba empacando mis cosas para irme cuando la maestra no tuvo mejor idea que anunciar:

"Ah, y mañana son las Olimpiadas de Matemática en Treinta y Tres, recuerden traer merienda."

Me había olvidado completamente, pero la idea de pensar en el resultado de estas Olimpiadas me reconfortaba. Mis padres normalmente me recompensaban con libros, o un Shawarma si lo pedía cuando ganaba estas competencias.

˚ ༘♡Valenizza ⋆。˚Where stories live. Discover now