II

23 5 1
                                    

Había perdido el enfrentamiento.

No podía sentirse más miserable. Sabia que había sido error suyo ser misericordiosa, tener un tacto de empatía hacia la muchacha que yacía en el suelo terroso del campo con cortadas en sus brazos y piernas que Lou le había hecho. Pero más allá de su aspecto deplorable, fueron los ojos de su rival lo que la llevó a ser un poco... condescendiente.

Tal sólo había bastado un buen golpe en el rostro, o una patada en su mandíbula, para noquearla y desearle una buena recuperación; lo tenía justo ahí, la victoria. Sin embargo, se contuvo, retrocedió dos pasos al notar sus pupilas pequeñas y trémulas, y sus bordes húmedos, conteniendo lágrimas.

Sintió lástima por ella; por lo que decidió parar la pelea ahí. Para que segundos inmediatos después, la misma miserable chica se abalanzará a sus espaldas dándole un fuerte golpe en su sien, dejándola tambaleando, la remató con la misma patada que Louisette planeaba para ella. La dejó tirada. Inconsciente.

Estaba tan avergonzada con su derrota que ni el camino de regreso a Tokio pudo formular palabra alguna.

Pero cuando llegaron a la entrada de su colegio, una furia comenzó a despertar en su interior, siéndose traicionada, apuñalada por la espalda.

¿Que clase de persona es tan desgraciada para atacar a alguien que mostró misericordia con ella? ¡Por Dios!

Cometió un terrible error en ser bondadosa. Su cólera ni siquiera le permitió ordenar su ropa en los respectivos cajones de su closet, le bastó con arrojar su equipaje en alguna esquina de su dormitorio y salir en busca de consuelo y también desahogarse de esta fatídica experiencia.

¿Y que mejor desahogo que gritar lo terrible que fue? A Louisette, y como toda buena francesa, le satisfacía tanto quejarse... Le daba cierto alivio. Un hábito difícil de olvidar.

Su acento francés se le resaltaba cuando estaba molesta. No podía evitarlo. Incluso, cuando no lo soportaba, hablaba ya en francés.

Sahori adoraba escucharla hablar en su lengua madre. Era como apreciar un poema. Por lo que, mientras ella se quejaba de los estudiantes de Kioto con fiereza, la pelirroja se dedicaba a escucharla y deleitarse con una que otra palabra o frase que pronunciaba en un perfecto y natural francés.

Para el albino era la misma situación. La adoraba. Se moría de ternura viéndola quejarse con sus diminutos puños apretados, y cuando daba medias vueltas mientras explicaba su argumento, provocando que su pequeña falda del uniforme se alzara, dejando ver sus medias negras que llegaban hasta sus muslos. Sus piernas tan contorneadas, de piel dorada... y si ponía más atención de la que debía, y con los poderosos ojos que poseía, podía alcanzar a ver el encaje blanco de...

C'est de la connerie! —exclamó llevando sus manos al aire. Sahori y Satoru se miraron de reojo, con una sonrisita, cómplices entre ellos —. ¡Es totalmente injusto!

—¡Sácalo, Lolita! —Sahori la animó.

—¡Yo iba a ganar! —se dejó caer a un lado de la pelirroja —¿Verdad, Sahori?

—¡Por supuesto que sí, bebe! —la tomó de las manos — Son unos imbeciles, te tomaron desprevenida. Tú les ganarías en una pelea real.

Lou asintió con firmeza, y el albino que se encontraba sentado en otro sofá frente a ellas, soltó una carcajada. La pelinegra lo miró enternecida.

—¡Gojo-sensei! —se lamentó, creyéndose el objeto de su risa.

—¡Eres tan linda, dango! —Sahori con disimulo codeó el brazo de Louisette, a la vez que la pelinegra le codeaba de vuelta, haciéndole saber que no la molestara. Gojo extendió sus brazos hacia ella, embozando una sonrisa —Ven aquí, bonita.

Lolita - Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora